Con el Parlament constituido legalmente, se abre la XIIª legislatura de la Comunidad Autónoma de Catalunya o la Constituyente de la República Catalana. Así están las cosas. Cuál haya de prevalecer al final dependerá de la capacidad de los actores políticos ahora que el conflicto (tan claro y nítido como siempre) se ventila en el lugar que le corresponde, en sede parlamentaria. Ahí lo ha situado la mayoría de los votantes catalanes el pasado 21 de diciembre; en el terreno político, de donde nunca debió salir. Una decisión que tiene una sola interpretación: el rechazo al intento del B155 de derivarlo por la vía represiva, judicial, carcelaria.
Es el triunfo de la política democrática, parlamentaria, frente al ordeno y mando de la dictadura y la represión del 155. Es una ocasión única para restablecer la normalidad en el funcionamiento de las instituciones.
Por eso, lo mejor que puede hacer el señor M. Rajoy es reconocer de una vez aquel resultado y retirar la parafernalia de medidas represivas que ha adoptado para absolutamente nada, salvo para empeorar las cosas y confirmar en el extranjero la creciente convicción de que España no es un Estado de derecho. Esto es, levantar el 155 ipso facto, retirar todas las acusaciones por motivos políticos, anular las medidas represivas que se hayan tomado, restituir a los damnificados si los ha habido en sus intereses. Volver a la normalidad. (Y, de paso, dimitir a la vista del monumental escándalo que los tribunales están descubriendo de cómo este país está gobernado por una banda de presuntos -y no tan presuntos- malhechores dedicados a esquilmarlo). La normalidad, al menos en cualquier país civilizado.
El siguiente paso de este Parlament legal será votar la investidura del presidente. Ya sabemos que se propondrá a Puigdemont. Lo lógico será que, provisto de las suficientes garantías jurídicas, pueda este ser investido presencialmente. De prevalecer la sinrazón del 155, esto es, la voluntad omnímoda del caudillo M. Rajoy, habrá de serlo por medios telemáticos. La negativa a aceptarlo, a su vez, trata de retrotraer la cuestión a los tiempos prepolíticos, los judiciales, con la intención de interrumpir el procés nuevamente por la fuerza.
Pero ahora hay un Parlament con un claro objetivo de restituir el gobierno legítimo de la Generalitat. Y eso cambia la situación que se ha convertido en política. El Parlament encontrará la forma de alcanzar su objetivo en el doble plano de lo simbólico y lo eficiente y trabajar por la construcción de la República Catalana. Eso lo pondrá en curso de renovado conflicto con el Estado español que, o bien se decide a convertir a Cataluña en una especie de protectorado bajo ocupación más o menos militar, o reconoce de una vez el resultado de las elecciones y deja de poner trabas a la constitución del govern con Puigdemont de presidente.
De ese modo la Generalitat funcionará con normalidad. A todos en España interesa conocer cuál sea el programa de gobierno del candidato investido. A la Monarquía, desde luego, pero también al gobierno, a los partidos políticos, la patronal, los sindicatos, la Iglesia y la gente en general.
Esto es, se trata de escuchar qué es lo que los catalanes tienen que decir. Como elemental paso previo a formular una o varias respuestas que puedan acabar en algún tipo de decisión pactada.
Si acaso.