"Construir" un partido de corte bolchevique/leninista y, por tanto, revolucionario, en una sociedad democrática cuyos postulados jurídicos se aceptan, es muy difícil. En realidad, imposible. A la vista está en Podemos (Vista Alegre II) y Unidos Podemos. Esto no obedece en modo alguno a la creencia de que, de haber triunfado el sector errejonista la formación fuera más viable. El destino de los mencheviques lo llevan en el nombre.
Los bolcheviques, en su ideología. Y si la revolución no se materializa de modo súbito, la organización entera se resiente porque se forjó para triunfar y no para la larga marcha a través de las instituciones. En la espera de la vida cotidiana, surgen mil discrepancias internas de todo tipo: idelógicas, personales, estratégicass, orgánicas, muchas de ellas incomprensibles para la opinión y el electorado, que suele abandonar a las formaciones más dedicadas a sus crisis internas que a las propuestas generales.
Ese conflicto de las comisiones de garantías apunta a una dinámica de oposición interna yugulada por una corriente de fieles a la dirección que ahora se encuentra con una rebelión de las bases. Todo conspira para dar a Podemos un modesto resultado en unas posibles elecciones: la mezcla de IU en el conglomerado (con sus perpetuos desacuerdos), las permanentes desavenencias sobre las alianzas con el PSOE, la falta de entendimiento en el asunto nacional. Esta disonancia es tan aguda que Iglesias entra en una alianza de hecho con los Comunes de Colau/Domènech y al margen de su propia organización, Podem, liderada por Dante Fachín. Cabe esperar una escisión en Podemos de Cataluña.
La integración de Igesias en los Comunes en Cataluña, paralela a la que tiene en Madrid, es un ejercicio de coherencia porque la fusión reclama el referéndum, pero no postula el sentido de la elección. Esta actitud es la más peligrosa para el independentismo porque puede atraer gran cantidad de votos que coinciden en la apreciación de que el Referéndum ya es un acto de soberanía y no precisa además el voto "sí".El argumento es sutil: en uso de mi soberanía digo que no a la independencia pero, al ser soberano, puedo afirmarla cuando quiera. Pero se puede refutar: si la garantía de una opción es que se pueda revertir ¿por qué no elegir la opción nueva si también puede revertirse aunque García Margallo no lo crea?