Con independencia de los muy sesudos o encendidos análisis que nos esperan ante esta flamígera declaración de Jordi Turull a la salida del Consell Executiu, es de ley reconocer que tiene una resonancia fuerte, beligerante, arriesgada. De l'audace, encore de l'audace, toujours de l'audace, exclamaba Danton. Hay un tono heroico en esa intención, un sentido trascendental en ese con todas las consecuencias.
Para calibrar estos aspectos, nada mejor que recordar la filosofía profunda del gobierno de Rajoy: "sensatez, sentido común, nada de ocurrencias". La política como gestión "razonable" de lo cotidiano. Nada de saltos en el vacío. Para Rajoy, Puigdemont y los indepes son un grupo de insensatos con tendencias delictivas que será preciso cortar en su momento.
Para Puigdemont y los indepes Rajoy y, en general, la clase política española son la materialización de la corrupción, el desgobierno, la irresponsabilidad y el maltrato a Cataluña. La lucha contra estos males no se limita al fangoso territorio de las leyes, los reglamentos, los recursos y contrarrecursos, sino que se lleva al terreno político de la movilización popular para obtener un cambio político radical y esto solo es posible hablando de valores, de principios, y dando ejemplo.
Son los dos mundos que se enfrentan aquí y ahora en España. Del resultado dependen muchas cosas.