dilluns, 21 de novembre del 2016

Fráncula

El unamuniano sentimiento trágico de la vida caracteriza a los españoles. Aquí va todo por la tremenda, todo cuestión de vida o muerte o más muerte. El humor está mal visto. Siempre hay alguien que se ofende. Las burlas, las chanzas, se pasan por el tamiz del honor, la Patria, los muertos, los dioses, la familia, y suelen acabar perseguidas por delito. Y, sin embargo, solo el humor (que, en España, como era de esperar es negro) permite respirar en ambientes descargados de tensión. Solo la risa relativiza la bambolla institucional, las misas, las conmemoraciones, los homenajes.

Puede que, en efecto, el dictador no haya muerto. Desde luego, su obra sigue viva y muy en su línea, a pesar de desarrollarse en un contexto democrático que siempre dificulta algo el gobierno por ordeno y mando. Pero no solo su obra. Él mismo podría estar muerto al estilo del conde Drácula, es decir, no muerto del todo. El hecho de que esté en una lejana cripta en una basílica bajo una montaña, algo que recuerda un castillo en los Cárpatos, sin que nadie haya tenido el valor de sacarlo de ahí, quizá tenga que ver con el mantenimiento del embrujo. La fecha del 20 de noviembre podía declararse el día (o, mejor, la noche) del vampiro.

Aparentemente, las autoridades municipales de Madrid y Barcelona, están empeñadas en retirar los símbolos, recordatorios, vestigios del franquismo. En Cataluña, también se suma la presidenta del Parlamento. En Madrid, obviamente, no. Vayan provistas de ristras de ajos. El maleficio de Fráncula llega muy lejos. Hace poco lo vimos en el Born de Barcelona.

Franco no está muerto. Y tampoco los que él mató.