La oposición comienza a tumbar una tras otra las leyes tiránicas que la mayoría absoluta del PP impuso sin diálogo alguno en la pasada legislatura. Normas arbitrarias, autoritarias, represivas, profundamente reaccionarias, producto de mentes enfermas, bien por su fanatismo religioso (Fernández Díaz), bien por su repulsivo cinismo jesuítico (Wert), que fueron el puntal de aquel gobierno compuesto básicamente por franquistas nacionalcatólicos y ultrarreaccionarios. Cualquiera pensaría que, así las cosas, si la oposición prosigue su excelente tarea de derogar todas las barbaridades del gobierno anterior, Rajoy podría hartarse, disolver las Cortes y convocar elecciones nuevas (dice, en tono amenazador, que no le faltan ganas). Pero no se dará el caso. Este hombre carece de principio alguno que no sea amparar corruptos y ampararse a sí mismo de paso y, con tal de seguir en el poder, le da igual que le deroguen todo lo legislado. Protestará pro forma, pero nada más. Su falta de conciencia y escrúpulos morales -bien patentes en el ejercicio de hipocresía en la muerte de Barberá- le permite gobernar con una ley de educación favorable a los curas o contraria a ellos. Le es indiferente porque, en realidad, tampoco sabe qué sea eso de la educación.
Con Wert bien enchufado a costa de los contribuyentes en París, a Rajoy no le importa lo que pase con su ley. Méndez de Vigo, el ministro de turno, con tanta idea de educación como del sistema nervioso de la anguila, tampoco está dispuesto a dejarse la piel por los intereses de los curas porque, a fuer de católico, sabe de sobra que estos, los curas, tampoco son de fiar y pueden dejarte tirado en un momento de apuro.
El mismo destino aguarda a la Ley Mordaza, criatura de los dos desequilibrados que dominaron Interior durante cuatro años, Fernández Díaz y Cosidó. Una norma monstruosa que daba impunidad a la policía en la calle y criminalizaba y castigaba con penas enormes el ejercicio de los derechos ciudadanos, una ley que avergüenza a quien la lea. Queda así claro que, al menos de momento, los partidos de la oposición podrán impedir que se consolide este revival del franquismo, algo digno de encomio. No hemos podido quitarnos de encima al Sobresueldos debido a la impericia de la izquierda pero, con un poco de suerte, no tendremos que padecer las consecuencias de su insoportable neofranquismo.
Por lo demás, esta práctica derogatoria parece que imprimirá carácter a la legislatura. No en el sentido en que prometían los golpistas del PSOE cuando echaron a Sánchez, sino de forma muy distinta. Con la LOMCE en el punto de mira de una especie de triple entente entre PP, PSCE y C's, parece configurarse una especie de frente derogatorio que aislará a Podemos, dejándolo en la irrelevancia. Este podrá presumir de ser la única oposición real a la derecha y acusará al PSOE de subalternidad frente al PP. Y se quedará corto. El PSOE, descabezado, desnortado y a punto de caer en manos de una mujer cuya inteligencia es inversamente proporcional a su ambición, en realidad el PSOE es un rehén del PP. Por eso tampoco cree el Sobresueldos que le convenga convocar elecciones. La amenaza de estas ya tiene a los socialistas paralizados, dispuestos a aceptar y apoyar todas las barbaridades que haga la derecha en el asunto catalán que, en realidad, es lo único importante en este momento. Mientras el PSOE siga siendo, antes que nada, profundamente español en sentido centralista y reaccionario, el PP le permitirá derogar sus leyes más tiránicas y absurdas. Y el PSOE venderá esas derogaciones que, en todo caso, lo serán "controladas" como prueba de su valiente y decidida oposición al Gobierno frente a Podemos, a quien acusará de demagogo e irrelevante. Y también con acierto.
Es lo malo de la división de la izquierda: que todos los bandos aciertan en las críticas que se hacen mutuamente. Razón por la cual seguirán divididos. Razón por la cual seguirá gobernando la derecha. Razón por la cual los catalanes se largarán. Y harán bien.