Mi artículo de hoy en elMón.cat versa sobre las próximas elecciones de junio desde la perspectiva catalana, una perspectiva muy conveniente porque, guste poco o mucho a los españoles, ha sido uno de los elementos esenciales, si no el esencial, a la hora de convocarlas, ya que los 17 diputados independentistas no tenían fuerza para imponer gobierno alguno, pero sí para tirarlo.
Ante unas elecciones al Congreso español, lo primero que se plantean los independentistas es si ir o no. Al fin y al cabo, no es su parlamento y la vía Claver tiene sus encantos. Pero no es conveniente. Mientras las decisiones que se adopten en el Parlamento español obliguen directamente a Cataluña, no es sensato ausentarse. Además, la vía Claver solo sería efectiva si la siguieran todos los partidos catalanes, incluidos los no independentistas, cosa imposible.
Luego queda la cuestión de si los partidos de Junts pel Sí debían comparecer juntos o por separado. Creo que es más sensato que lo hagan por separado, aunque manteniendo un programa común. Pero admito que hay buenos argumentos para postular una lista unitaria.
La versión castellana, aquí:
Elecciones españolas a la vista
Ramón Cotarelo
Las elecciones nuevas en España son una buena piedra de toque en Cataluña por dos motivos. En primer lugar, sirven para calibrar la posibilidad de algún grado de acuerdo con los partidos españoles en lo referente a Cataluña. Es un análisis pasada la fiesta, pero muy ilustrativo. El fracaso a la hora de llegar a un pacto de gobierno deja una experiencia: la oposición de los partidos dinásticos al referéndum catalán llega al extremo de renunciar al gobierno a cambio de que no se produzca. Si el PSOE hubiera aceptado negociar un referéndum en Cataluña, la combinación PSOE, Podemos, IU hubiera obtenido la investidura con los votos de ERC y DiL. Pero los socialistas prefirieron ir a nuevas elecciones antes que buscar una fórmula de acuerdo con el independentismo catalán. La derecha nacional-española no se lo agradecerá y la decisión del PSOE parece apuntar en la dirección de su progresivo hundimiento. Algo previsible en el cuadro de la decrepitud del sistema de la tercera restauración y que demuestra por enésima vez que no hay diferencias entre los partidos españoles en referencia a Cataluña.
En segundo lugar, las elecciones plantean una cuestión específicamente catalana. Vuelve a hablarse de la “vía Claver” y sin duda alguien recordará que, en el momento de tomar posesión de sus actas tras las elecciones del 20 de diciembre pasado, algún diputado catalán independentista dijo que sería la última vez que participarían en unas elecciones españolas. Parece que no será el caso. La misma dificultad que había en 2015 para abstenerse o boicotear las elecciones al Congreso de los Diputados la hay en 2016. Mientras las decisiones que se adopten en ese Congreso afecten a Cataluña, abstenerse equivale a hacer dejación de responsabilidad. Si, además, la hipotética vía Claver solo es seguida por unos partidos pero no por otros, la dejación de responsabilidad se convierte en un acto de hostilidad hacia el proceso independentista porque aumentará la representación catalana unionista en el Congreso con las consecuencias que cabe suponer.
De momento la vía Claver es impracticable y hasta la propia CUP quizá hiciera bien replanteándose su política de abstencionismo en las elecciones españolas. Estando en el Parlamento de la Comunidad Autónoma, se echa de menos su voz en el Congreso. La cuestión es siempre la misma con la vía Claver: o todos o ninguno, porque si solo la practican algunos, otros, los unionistas, hablarán en nombre de todos
Una vez aceptado el hecho de que, de momento, hay que seguir participando en las elecciones españolas, la cuestión siguiente para el independentismo fue si hacerlo en una sola lista o en más. Tras algún tira y afloja, CDC parece haber aceptado que no habrá lista única. A primera vista puede considerarse un retroceso o una debilidad pero, si bien se ve, la lista única tiene ventajas e inconvenientes que deben sopesarse, según hacia dónde se mire. Si se mira hacia el Estado español, presenta la ventaja de un frente único que condiciona cualesquiera posibles negociaciones que puedan entablarse ya que los distintos partidos saben que lo que tendrán enfrente será un bloque y no una alianza más o menos quebradiza. Lo que sucede es que, para que eso se dé, no hace falta lista única; basta con que las dos formaciones de Junts pel Sí mantengan unidad de acción en el Congreso en todo lo relativo a Cataluña.
Si se mira hacia Cataluña, la lista única tiene la desventaja de que desdibuja las naturales diferencias y matices entre los aliados de Junts pel Si y deja un campo muy amplio al voto de izquierda, tanto independentista como no independentista. Por no suscribir las posiciones de la derecha neoliberal, este voto basculará hacia la oferta que finalmente cuaje en torno a En común-Podem, una opción de una ambigüedad bien clara en cuanto al proceso independentista que aumentará su presencia en Madrid.
A pesar de lo que repiten todos los aparatos de agitación y propaganda de todos los partidos españoles sin excepción, las elecciones de junio son la prueba del naufragio de un sistema en crisis y sin alternativas. Y el territorio principal en que se manifiesta esta crisis es precisamente el único en el que se ha articulado una oposición seria al régimen oligárquico español: Cataluña. Los españoles tienen que volver a las urnas porque sus partidos políticos son incapaces de encontrar una respuesta al proceso catalán.
Y en junio descubrirán que siguen sin encontrarla porque, si no se reconoce el derecho de autodeterminación de Cataluña, no la hay.