Decíamos ayer que lo que más preocupa hoy al nacionalismo español es el reto lanzado desde Cataluña. Rajoy lo reconocía a su modo plasmático avisando de que las elecciones de 27 de septiembre serán autonómicas y quien quiera que sean algo distinto tendrá que vérselas con él. Y ayer, Pedro Sánchez, al aceptar la candidatura a la presidencia del gobierno por el PSOE como si este se la hubiera ofrecido y no él luchado por ella, lo hizo con una enorme banderaza borbónica detrás. Fue una mise en scène patriótica que empequeñece las del PP, incluido el peazo bandera que Aznar dejó para la posteridad en la Plaza de Colón, a imitación de la que tienen los mexicanos en la del Zócalo en su país. Hizo más que proclamar su desinhibido amor a la patria. Le dio un giro gringo, muy a tono con la generalizada americanización de la política y exhibió a su señora en público. Al final de la ceremonia. Primero habla solo el hombre, de cosas de hombres y, luego, sube al escenario la mujer, acarreando diversos valores: familia, hogar, matrimonio. En fin, gente seria a la par que moderna. Bandera y familia.
La bandera tiene un elemento simbólico, seguramente de influencia rubalcabiana. No se oyeron los compases del himno llamado nacional porque a los organizadores sin duda les pareció excesivo. Aunque ganas no debieron faltarles a título de desagravio por los pitidos del Camp Nou el otro día. Mucho simbolismo. Casi una segunda transición. La primera se caracterizó porque Carrillo aceptó la bandera borbónica junto a la roja y el himno. Le segunda porque el PSOE disipa muchas dudas acerca de su lealtad incuestionable y única a la bandera roja y gualda, dado que en sus actos y manifestaciones todavía aparece la tricolor, a la que siguen siendo leales muchos de sus militantes y votantes. Gente despistada. Aquí no hay más bandera que la de los Borbones, que es la de España. Es más, el escudo muestra las flores de lis de los Borbones españoles en el escusón que no sé si es muy correcto desde el punto de vista de la ciencia del blasón, dado que no reproduce la forma del propio escudo a un escala aprox. de 1/3. En todo caso, adiós a la República, pues ahí están las flores de lis pero no la tricolor.
Y tampoco hay símbolos del PSOE, ni las siglas. ¿El mensaje? Es un momento de emergencia nacional. España nos llama. No como socialistas, sino como españoles. Bien. Parece que los nacionalistas españoles, los dos partidos dinásticos, por fin toman conciencia de la necesidad de justificar, sostener, defender e imponer su idea de nación española. Lo hace el PP y lo hace el PSOE. El PP retóricamente, hablando de la gran nación española y el PSOE plásticamente, sacando a lucir la bandera sin aditamentos ni complejos. Ya están echadas las bases para una unión sagrada de los dos partidos dinásticos. Por desgracia, la lealtad colectiva a la nación o a una determinada idea de nación no se obtiene a base de consignas y banderas, sino con la convicción voluntaria de que la nación merece esa lealtad. Algo muy difícil de conseguir si toda la experiencia del pueblo en relación con la nación es de maltrato.
La proclamación de Sánchez ha sido un éxito comunicativo. Sacarlo envuelto en la bandera a librar batalla con el PP, un acierto. La derecha tiene escasísimo margen de acción porque su crédito es nulo. Desarbolada por la corrupción y una montaña de embustes y engaños, nadie le presta atención. No hay comunicación posible que pueda mejorar las catastróficas perspectivas electorales del PP. Y si la hubiere, el PSOE tendría que recurrir a sus medios parlamentarios, los que Palinuro recomienda siempre, para cerrarlas nuevo.
El proceso soberanista catalán es imparable y el resultado de las elecciones del 27 de septiembre marcarán el posterior rumbo de la política española, digan lo que digan los nacionalistas también españoles. Por si acaso, no obstante, el gesto rojigualda de Sánchez ya avisa a los soberanistas de que su proceso se encontrará enfrente un nacionalismo español de izquierda que, por supuesto, será, como dice Pla, igual que el de derecha. Su respuesta: NO.
En cuanto a Podemos, el PSOE le ha sacado un cuerpo de ventaja de golpe. Los de los círculos siguen sin hablar claro al respecto y no por lo alambicado de sus planteamientos sino por su ambigüedad, resumida en el tacticismo de Lenin de reconocer el derecho de autodeterminación siempre que no quiera ejercerse aquí y ahora. Quizá en el hipotético futuro de una proceso constituyente español. En resumen: NO.
Si el PP confía -o dice confiar- en que el discurso de la recuperación le dará el triunfo, el PSOE pretende concentrar sus baterías sobre el paro y la corrupción. Esta lucha, dice Sánchez, se hará en el marco de una España laica. Tampoco el PSOE anda sobrado de confianza del personal. Mientras no muestre cómo, es poco probable que nadie crea en que sus medidas mitigarán el desempleo cuando las adoptadas hasta ahora no lo han hecho. La lucha contra la corrupción parece más verosímil que la del PP porque está menos pringado en ella y, como afirma de sí mismo Sánchez, es un político limpio, mucho más de lo que puede decir el presidente del gobierno. Por último, el propósito de la España laica suena un poco a tomadura de pelo. Durante todos sus mandatos los socialistas no han hecho más que consolidar y ampliar los privilegios de la Iglesia. No son pues dignos de crédito en este terreno.
Es un discurso y una escenografía para ganar las elecciones en España. Pero queda por averiguar si lo serán también para ganarlas en Cataluña, en donde las cosas son mucho más complicadas y el PSC se encuentra en un estado lastimoso, tras haber sido partido de gobierno. Triturado entre unionistas y soberanistas, es difícil que salga de la irrelevancia si no consigue postular una propuesta con la que contrarrestar las otras dos. Cosa harto inverosímil ya que sus ideas deben tener el visto bueno del PSOE.
A este, sin embargo, ahora le urge afinar en las suyas relativas a Cataluña si no quiere que el PSC quede muy por debajo y no pueda aportar el contingente de diputados catalanes que ha sido históricamente una de las bases de las mayorías del PSOE en las Cortes. Esto solo podrá lograrlo perfilando una propuesta federal concreta, factible que pueda convencer a sectores del unionismo y del soberanismo. Convencerlos. No seducirlos, por cierto, porque eso de seducir lleva engaño. Convencerlos.
Una de las cosas buenas que tienen los soberanistas, a diferencia de muchos unionistas, es que están dispuestos a escucharlo todo. Luego harán lo que les interese. El punto está en tocar esos intereses. Convencer con razones. No marcando el paso de la oca.