Entre exposición y exposición, mientras se preparan los espacios, la Fundación March de Madrid, por no perder el tiempo, organiza breves miniexhibiciones de otras temáticas con algunas piezas relacionadas entre sí. En esta ocasión, de tres de los escultores ingleses más interesantes del último siglo, Henri Moore y los moorianos Barbara Hepworth y Anthony Caro, su discípulo más directo.
De Moore se muestra un bronce de 1953 que representa un tema caro al artista, madre e hijo, muy agradable de ver. Lo bastante figurativa para que se entienda y lo suficientemente libre para que cada cual la interprete como quiera. Porque decir madre e hijo, así, a secas, es decir el Ser. Es el genio del artista: llevarnos a preguntarnos el porqué de nuestras interpretaciones. Si interesante es saber qué ve cada cual en una obra así, más lo es saber por qué.
De Barbara Hepworth, una pequeña pieza de alabastro lustroso de 1952 llamada figura en un paisaje, referido, al parecer, a Zennor, lugar de residencia de la escultora que da a las curvas y volúmenes redondos heredados de Moore, una connotación erótica.
De Anthony Caro, un par de ensamblajes de hierro oxidado, curiosos de ver, aunque no me parecen muy inspirados.
Pero la pieza realmente impresionante salta a la vista como una explosión fría en la pequeña sala de la expo. En 1966, Julian Huxley, uno de los hermanos biólogos de Aldous Huxley, regaló a Henri Moore un cráneo de elefante. Ese cráneo calcificado es el que puede ver el visitante. Es enorme. Hay que darle la vuelta despacio. Está lleno de cavidades, oquedades, rugosidades, pliegues, protuberancias lisas, porosas, de todo tipo y piezas óseas de las más variadas apófisis. Moore la instaló en su taller, como vemos en la ilustración de la derecha de un folleto de la Thorleybourne Gallery, y se puso a grabar frenéticamente.
Esos grabados, aguafuertes, también están en la exposición y son impresionantes. De pronto uno comprende el sentido de la obra última de Moore. Está ahí visible a partir de un modelo. Algo así debió de pasarle al propio artista al recibir el cráneo. Quizá vio en él el término de la búsqueda que había iniciado con la ruptura del realismo y su adentramiento en las formas primitivas, cada vez más onduladas. El cráneo traía la clave de la combinación de vacíos y volúmenes. Estaba en la naturaleza. Como siempre.
Si alguien quiere verla, queda poco tiempo. La levantan el 1º de marzo para dar paso a una exposición de art déco muy prometedora, pero que no tendrá nada que ver con ese mundo casi telúrico.