Sondeo preelectoral de Metroscopia para El País. Foto fija de cómo estaría el asunto si se celebrasen ahora las elecciones al Parlamento europeo. Se prevé considerable descalabro de los dos partidos dinásticos, que pierden casi un tercio de escaños y se entiende como un descenso del bipartidismo. A su vez, se mantiene la ligera superioridad del PSOE sobre el PP, de 1,8 puntos. Prácticamente nada, aunque da para dos diputados lo que, con las dimensiones de la Eurocámara, tampoco es gran cosa. En realidad, este práctico empate, si se produce, es un triunfo para el PP pues, estando las cosas como están, no sería extraño un batacazo mucho mayor y un ascenso más pronunciado del PSOE. Ni lo uno (fracaso del PP), ni lo otro (triunfo del PSOE) sino un descenso en comandita en torno a un 55% del voto.
La valoraciones ciudadanas de los cabeza de lista, Valenciano y Arias Cañete, no son de alharaca, pero Valenciano sale mejor parada. Casi un 30% la considera "buena" y solo un 26% "mala" opción mientras que en el caso del pobre Arias Cañete, solo el 26% lo considera "buena" opción y un estruendoso 46% lo tiene por "mala". Dentro de su partido, sin embargo, Arias tiene más apoyo que Valenciano dentro del suyo. La derecha es siempre más de seguir al jefe. Sea el que sea. Porque de jefe este Arias Cañete tiene poco.
Si los dos partidos mayoritarios rehacen sus candidaturas y tratan de contrarrestar los malos augurios electorales, las demás formaciones están de vistoso crecimiento. España manda a Europa una animada polifonía. IU multiplica sus votos por cuatro y sus diputados casi por cinco. UPyD también quintuplica escaños. Los demás se quedan más o menos como estaban. Las ilusiones de IU son comprensibles. Está a nueve diputados de distancia del PSOE. En las elecciones de 2009 la diferencia fue de veintidós.
Contra esa expectativa de voto hay que ver las negociaciones de unidad entre IU y "Podemos". IU tiene una intención directa de voto de 8,3%, "Podemos", de 0,4%. Esos son los datos si lo que van a debatir son puestos en la lista de candidatos. Seguramente la suma de las intenciones de voto de IU y "Podemos" es superaditiva. Pero, aunque todo el excedente de la superaditividad se atribuyera a los segundos, es improbable que le correspondiera algún puesto en la lista en posición de salir. Pero esto es irrelevante. El proyecto unitario en marcha no es por Europa, sino por España. Europa se plantea como una pista de entrenamiento para las generales de 2015, que son las elecciones importantes.
La abstención pomete ser altísima. Pero no es lícito atribuirla a hartazgo u hostilidad de la población hacia los políticos en general y los gobernantes en particular. Algo de eso hay, desde luego. Pero también es básica una creciente indiferencia cuando no hostilidad hacia Europa. A la ignorancia de la gente sobre el funcionamiento de la Unión se añade ahora la convicción generalizada de que esta, Europa, es en gran medida culpable de nuestras desgracias.
Resulta que hemos de deducir tendencias de unas elecciones que la gente no acaba de entender ni el sistema político es capaz de explicar de modo aceptable. Unas elecciones de una importancia secundaria para las instituciones políticas nacionales, a fin de componer un Parlamento que casi nadie ha visto nunca y cuyas funciones y cometidos son aun más vagarosos que los del Congreso español y en el contexto de una organización que se empeña en amargarnos la existencia. Unas elecciones que, de cambiar algo, escasamente será las carreras de los candidatos y el modo en que los partidos se miran unos a otros. Lo milagroso no es que haya abstención alta. Lo milagroso es que vote alguien.
Resulta que hemos de deducir tendencias de unas elecciones que la gente no acaba de entender ni el sistema político es capaz de explicar de modo aceptable. Unas elecciones de una importancia secundaria para las instituciones políticas nacionales, a fin de componer un Parlamento que casi nadie ha visto nunca y cuyas funciones y cometidos son aun más vagarosos que los del Congreso español y en el contexto de una organización que se empeña en amargarnos la existencia. Unas elecciones que, de cambiar algo, escasamente será las carreras de los candidatos y el modo en que los partidos se miran unos a otros. Lo milagroso no es que haya abstención alta. Lo milagroso es que vote alguien.