La ambición de siempre de Pedro J. fue destapar un Watergate en España. Más que una ambición, una obsesión. Sus héroes juveniles eran Woodward y Bernstein, igual que para otros espíritus inflamados puedan ser Indíbil y Mandonio, Daoíz y Velarde o Aquiles y Patroclo. En un par de ocasiones los emuló en tesón, constancia y contumacia, creyendo haber encontrado la prueba de cargo definitiva, la época del infame Felipato (los GAL) y el 11-M. (ETA). Qué digo emuló: superó pues, según parece, aún no conocemos la verdad del 11-M. Y quizá no la conozcamos nunca porque el Watergate ha resultado ser un Firegate. Las presiones del gobierno, según se dice, han dado con nuestro hombre en la lona. Con una indemnización millonaria y un periodo de carencia de dos años que semeja unas horcas caudinas: te privamos de la niña de tus ojos y no podrás poner tus pecadoras manos en otro periódico durante una temporadita.Hace muchos años, en su lucha contra el felipismo, alguien lo comparó con David contra Goliat. Ahora, el mismo hagiógrafo podía compararlo con Galileo Galilei: en arresto domiciliario por orden de la Inquisición.
Al margen de las consideraciones -las habrá en abundancia- sobre el relieve del personaje, hay dos consecuencias inmediatas de la defenestración: a) la escuadra de columnistas y opinantes se moverá; b) la opción aguirrista en el PP pierde una posición importante.
Eso nos lleva al terreno en que parece estar jugándose esta partida. La lucha por el PP. Que Rajoy -según parece- acelere la caída de Pedro J. puede significar que entabla el combate final por el control del partido frente a la vieja guardia en torno al combativo Aznar. La rebelión del delfín. El farol del presidente: el terror de la derecha a la escisión, supone él, consolidará su posición y Aznar, ya es hora, pasará a la historia. En este momento tiene en sus manos tres bazas: la lista al Parlamento europeo y las candidaturas a la comunidad y la alcaldía de Madrid. Muchas carreras, muchas expectativas para que nadie se mueva.
La primera víctima en este conflicto interno del PP es Pedro J., un afuereño. Pero un afuereño que ha sido más importante que muchos ministros y compartió los momentos de gloria desde el balcón de Carabaña.