Hace más de un año, el 31 de julio de 2012, Palinuro escribió una entrada con este mismo título de Las bocas inútiles. Era a propósito de la decisión de la Generalitat de excluir de la asistencia sanitaria a determinados sectores de la población. Lo mismo que ha pasado en toda España. Y traía un análisis más bien de corte político-económico.
Ayer, las imágenes de los niños sirios muertos por los ataques químicos hicieron rememorar el asunto. Quedan abiertas las cuestiones de si esa masacre, al parecer con gas sarin, es real o un ardid de guerra, y de si las fotos debieron o no publicarse por aquello de la sensibilidad, ambas cosas para otro tipo de tratamiento con más datos y las opiniones de los consabidos expertos. La guerra, las matanzas de civiles, especialmente niños, ya no invitan a una consideración político-económica, sino de otro alcance, más literario, moral, filosófico.
En 1945 Simone de Beauvoir publicó su única pieza de teatro, Las bocas inútiles. La había escrito durante la ocupación nazi como una alegoría: la situación de aquellos que, por decisión de la autoridad, del poder, quizá de la mayoría, de la colectividad, son prescindibles y deben ser sacrificados en pro de un interés superior que no puede permitirse invertir recursos en sostener a personas inútiles para el servicio; es decir, invertir recursos de modo ineficiente, dicho sea en la jerga hoy dominante. Incidentalmente, la obra fue un fracaso. De Beauvoir no se aventuró más en el teatro. Se le reprochaba haberse dejado arrastrar por los problemas y dilemas morales en abstracto, sin profundizar en la psicología y personalidad de los caracteres. Podían haberle censurado cualquier otra cosa.
Pero la obra sigue siendo un puntazo. Alguno dice que, bueno, se sitúa en la epoca de los borgoñones contra el rey de Francia en el siglo XV y que se trata de una situación de guerra. Justo la crítica contraria a la anterior. Toda extrapolación es injustificada. Sin embargo, la obra se escribió para ser extrapolada a la Francia de la ocupación y también puede serlo a la Europa del siglo XXI, especialmente en España.
Nunca han estado claras las diferencias entre la política y la guerra. La una se desliza en la otra y viceversa con harta frecuencia y sin avisar. Me gusta rendir tributo al genio de Foucault cuando dio la vuelta al apotegma de Clasewitz y dejó dicho que la política es la continuación de la guerra por otros medios. ¿Alguna duda al día de hoy? ¿Que no se sacrifica a las mujeres y niños? A la vista de todos está y todos los días: niños desnutridos, mujeres maltratadas y asesinadas, ancianos privados de los cuidados médicos que precisan, dependientes dejados a su suerte. Y no solamente sucede sino que se justifica. Un dirigente del PP sostiene que la desnutrición de los niños es responsabilidad de los padres mientras que otra se pregunta en voz alta si tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema. Podría hilar decenas de ejemplos. Tiempo de bocas inútiles. Como muchos otros casos: los inmigrantes sin papeles en una situación de alto desempleo en el que decae hasta la contratación ilegal y en condiciones de semiesclavitud; los trabajadores con contrato indefinido, repletos de privilegios cuando por ese coste se podrán contratar tres trabajadores precarios que obedecerán lo que se les diga por temor a perder el empleo, incluso a riesgo de perder la vida, como ha sucedido con un becario de un banco inglés; los morosos de las hipotecas, cuyo desahucio es un negocio redondo para los bancos y suicidio para algunos desahuciados.
La pregunta inmediata es: ¿qué idea tienen estas autoridades de los seres humanos, ellas que se pasan el día dándose golpes de pecho y hablando de la dignidad de las personas? Ignoro qué tanto de dignidad hay en buscar alimentos en los cubos de la basura y más ignoro qué tiene en la cabeza una señora que, lejos de poner remedio a la busca, multa a los buscadores con 700 euros. ¿Qué idea tienen de las obligaciones de los poderes públicos hacia los administrados, ellas que acuden a la iglesia, madre y maestra, a escuchar la doctrina de la igualdad de todas las ovejas a ojos del pastor, sin que conste que este haya abandonado a su suerte (o sea, al colmillo del lobo) a ninguna de ellas, las débiles, las lisiadas, las viejas.
Está claro, su idea es la de los seres humanos como mercancías. La personas somos magnitudes contables, gastos, ingresos y, siendo la política y la economía las ciencias de asignar recursos escasos entre opciones alternativas, gobernar significa tomar decisiones acerca del quien recibe qué, cuándo y cómo (Lasswell). (Un ironista diría los políticos del PP reciben sobresueldos, mensualmente, en sobres). Decisiones sobre quiénes son las bocas inútiles. Decisiones habitualmente disfrazadas de consideraciones objetivas, incuestionables, de no hay otra alternativa, o principio TINA, caro a todos los neoliberales thatcherianos. Ni un minuto a considerar la falacia de presentar como exigencias objetivas, irrefutables, decisiones de carácter ideológico, basadas en presupuestos que ni se discuten.
Pongo un ejemplo. El paro juvenil en España es tremendo. Y, dentro de él, el de licenciados universitarios lo es más. Es obvio que el mercado no puede absorber la producción de titulados. Estos se ven obligados a emigrar. Por supuesto, no faltará la habitual inconsciente del PP afirmando, que los jóvenes emigran por impulso aventurero, que suena a chirigota. Y el asunto es serio. Quienes no emigran se ven forzados a aceptar situaciones de subempleo y precariedad que encienden los ánimos. Hay dos modos, a primera vista, de abordar la situación. Una es fomentar el empleo, con políticas activas, financiadas con medidas fiscales, de persecución del fraude, dentro de un plan general de forzar a las empresas a cumplir con la tarea que tienen encomendada de generar empleo a cambio de las generosas subvenciones que de todas formas se dan sin contraprestación alguna y, por supuesto, de obligar a la banca a abrir el crédito en contraprestación por los cientos de miles de millones de rescate que ha recibido.
La otra forma de abordar el problema es reducir la cantidad de titulados universitarios. Como no es posible "destitular" y mucho menos suprimir a los ya existentes, lo que se hace es dificultar el acceso a la enseñanza por todos los medios y restringir la cantidad de los futuros licenciados universitarios a quienes puedan pagarse unas carreras a precios desorbitados y prácticamente sin becas. Esa es la opción ideológica de la derecha. Que venga además revestida de fábulas religiosas es otro asunto, aunque no menos interesante.
No hay bocas inútiles. Los seres humanos no somos mercancías, aunque se nos trate como tales. Todos tenemos los mismos derechos y su aplicación y protección no puede estar al albur de cálculos de eficiencia/ineficiencia sacados de un manual de maximización de beneficios de la empresa.
(La imagen es una foto del Deutsches Bundesarchiv, h. 1941 titulada "Photo Croatia - Roma children and women", bajo licencia Creative Commons).