El PP es un partido franquista. Fundado por un ministro de Franco, trufado de otros colaboradoress con la dictadura y nostálgicos de ella, no ha condenado en serio el franquismo; al contrario, lo conserva o incluso lo ensalza a través de declaraciones esporádicas de sus dirigentes más retrógrados. Las Nuevas Generaciones del partido, más desinhibidas, muestran a las claras la iconografía política que les han inculcado en casa. Los fiscales progresistas proponen perseguir penalmente el enaltecimiento del franquismo. Y ¿qué van a hacer con la Fundación Francisco Franco?
Sin duda, un partido franquista. La adaptación del franquismo a las condiciones de esta precaria democracia. Se nota mucho en el talante autoritario, represivo y achulapado de sus dirigentes y en la agresividad y mendacidad de sus medios. Un partido franquista en toda la línea que la patronal ha comprado, como sabemos por Bárcenas, por vías legales e ilegales. La patronal tiene un partido a su servicio como el que tiene un grupo de presión, para que trabaje en su provecho. Para que haga lo que se le diga. Y lo primero que se le dice es que devuelva los dineros invertidos en comprarlo mediante la corrupción, adjudicaciones ilegales, etc. Los empresarios españoles no gustan de arriesgar, aunque se pasan la vida hablando del riesgo. Sobre todo, para que lo corran otros.
Así, el PP aplica a rajatabla el programa de la patronal que, viendo lo excepcional de la ocasión (mayoría absoluta y crisis como pretexto), pretende conseguir el máximo: tabla rasa con el Estado del bienestar. Todo el gasto público para el capital. Rajoy es el chico de los recados de los empresarios, a los que él, lleno de unción, llama "emprendedores", palabra con menos connotaciones negativas.
Ese dominio de la patronal se ha conseguido a base invertir dinero en la elaboración de un discurso biensonante, esto es, de un framing, según teoría al uso. Es un discurso falso, pues consiste en desnaturalizar el sentido de los términos, pero muy eficaz. Rosell quiere acabar con los privilegios de los trabajadores indefinidos; Lasquetty quiere que la administración no tenga funcionarios vitalicios, los prefiere precarios, claro; Cospedal sostiene que el PP es el partido de los trabajadores. No, no son delirios o pura desvergüenza. Son afirmaciones meditadas, estudiadas, elaboradas por gabinetes y asesores excelsamente pagados para confundir. Es un lenguaje hurtado a la izquierda: emprendedores (no empresarios), privilegios, trabajadores... Es un framing falso revestido de solemnidad por los curas, que comparten con los patronos el mando sobre el PP, asociación de ricos y zampacirios a partes iguales.
Un éxito. Mayoría absoluta. La credulidad de la gente. Y el inmenso poder del dinero. La patronal cuenta con centros de elaboración de ideología y discurso cuyas doctrinas difunde luego a través de intelectuales, periodistas y apologetas a sueldo. El Plural trae una crónica acerca de qué pasó en los años 1993 a 1996 (la batalla final contra "el felipismo") de los que no hay rastro en la contabilidad de Bárcenas. Los apuntes con los pagos de aquellos años han desaparecido. La crónica del diario digital, se titula ¿Qué pasó en los años en los que el PP no envió su contabilidad al juez Ruz porque ‘no los encontró’? No lo sabe nadie. Pero incluye una foto de un reunión en Génova 13 en 1993. A un lado de la mesa se encontraban dirigentes del PP encabezados por Aznar y con Miguel Ángel Rodríguez. Al otro lado estaban Justino Sinova, Manuel Martín Ferrand, Pedro J. Ramírez, Luis María Anson y José Luis Gutiérrez. Podrían estar hablando del tiempo, pero es poco probable.
Es el poder del dinero, que todo lo compra y todo lo emponzoña. El capital invierte grandes sumas en comprar, literalmente comprar, a los dirigentes del PP. Ese debate sobre el nombre concreto de los sobresueldos es perfectamente ruin. Son sobresueldos. Unos legales, otros ilegales y todos inmorales. Militar en el PP es un negocio redondo para muchísima gente. El primero, cierto, Rajoy, pero el maná llega también a los rincones más apartados del país. La prueba, las docenas de cargos del PP en procedimientos penales. Tiene tambien comprados a cientos de intelectuales, periodistas, columnistas, publicistas que se pasean por los platós y los micrófonos defendiendo la buena nueva neoliberal.
Es una ofensiva en toda regla, marchando en todos los países capitalistas avanzados y que, en España, cómo no, tiene su vertiente especial al unir el neoliberalismo (más bien relativista, incrédulo, egoísta e indiferente hacia las tradiciones, Dios, la Patria y el Rey) con una carcunda reciamente hispana, encargada de suplir esas deficiencias mediante el esclarecido auxilio de la Iglesia que, por cierto, gracias a Aznar ya se ha quitado la espina de la desamortización de Mendizabal.
El gobierno y su partido aplican el programa máximo de la patronal en su ofensiva. Gobiernan para la banca y el capital. Y lo hacen a toda prisa, mediante decretos-leyes, porque no tienen un horizonte político claro a causa de la inmensidad de la corrupción en que chapotean. Ni siquiera tienen claro el horizonte penal. Así pues, programa máximo: desmantelamiento del Estado del bienestar: justificación de la explotación, la desigualdad, la eliminación de las garantías y derechos de los trabajadores, del derecho del trabajo, sustituido por un régimen de esclavitud que llaman de "libre mercado"; justificación del expolio de lo público y, de paso, del fraude, la malversación, el cohecho y resto de la gama de delitos conexos.
Quieren acabar con las garantías legales que hasta ahora protegían a los sectores más desfavorecidos de la sociedad y entregárselos a la depredación del capital: los trabajadores, los parados, las mujeres, los niños, los viudos, los dependientes, los jubilados. Quieren acabar con todo tipo de seguridad que no sea la de las cuentas en Suiza. Van también por los funcionarios, cuya seguridad en el empleo, los convierte en lenguaraces, en lugar de ser sumisos siervos a la voluntad y el capricho del cargo de turno, uno de esos loco por despedir funcionarios para enchufar a sus parientes.
Que la propia lógica del capitalismo diga que esta actitud es contraproducente a corto, medio y largo plazo para el conjunto de la sociedad no les hace reflexionar ni un instante. La codicia los ciega. Se trata de aumentar los beneficios a base de incrementar la productividad del único modo que esta plaga empresarial y corrupta conoce: bajando los salarios y eliminando el gasto social, pero sin invertir en I + D, ni renovar, ni arriesgar, ni siquiera pagar impuestos y, desde luego, viviendo de las subvenciones públicas, los enchufes, las corruptelas y las mamandurrias. ¿O no está en la cárcel Díaz Ferrán, jefe de la patronal hasta hace bien poco? Y ¿por qué?
Es una ofensiva del capital en toda regla. Frente a ella, nunca tuvo la izquierda mejor ocasión de formular un programa electoral ganador, porque no le son precisas grandes elaboraciones a veces muy confusas, sino que tiene a su alcance una formulación muy sencilla que todo el mundo entenderá a la primera y una mayoría probablemente apoyará. Consiste en prometer que, si gana las elecciones, la izquierda derogará de inmediato todas las medidas restrictivas del PP, todas las privatizaciones, y restaurará el Estado del bienestar. Dicha restauración consta de cuatro puntos elementales y una coda: 1º) Mercados regulados e intervenidos con auditoría pública de la deuda; 2º) Restauración del ordenamiento jurídico del trabajo; 3º) Fiscalidad progresiva; 4º) clases pasivas garantizadas: pensiones y subsidios de desempleo con promesa de considerar la implantación de una renta básica universal. Coda: separación real de la Iglesia y el Estado.
Es el programa mínimo.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).