dilluns, 15 d’abril del 2013

Los nazis de Cospedal.


Ya ha vuelto a armarla esta señora. Ya ha vuelto a pasarse veinte pueblos. Ya ha soliviantado a la opinión mayoritaria y moderada del país con sus barbaridades. Ya ha vuelto a mostrar su talante injurioso, altanero, autoritario. Aparte de la querella que pueda caerle por llamar nazis a los de las escraches (y que, realmente, no servirá de mucho porque la dama está acostumbrada a que se le querellen por injurias, pues no hace otra cosa) el PP debiera pensarse si no sería prudente relevarla de la secretaría general para que se concentre en el gobierno (o desgobierno) de su Comunidad Autónoma.


Podría, como suele hacerse, disculpar su demasía aduciendo su ignorancia que, en efecto, es mucha. En este caso concreto, apabullante. Al ignorar la Ley de Godwin o ley de las analogías nazis en los debates en las redes, Cospedal se convierte en un ejemplo perfecto de su validez y vigencia. La ley de Godwin habla de redes pero, para el caso, es igual. Lo interesante es que la comparación con los nazis o con Hitler pone siempre punto final a la discusión. Es un cierre. Llamas nazi a alguien y ya solo queda que te envíen los padrinos, se querellen contra ti o a alguien se le vaya la mano, o un zapato.

¿Por qué? Porque -y esta es la parte verdaderamente grave de la ignorancia de Cospedal, la que revela una terrible carencia moral- el nazismo es la mayor abyección, la fórmula y el trato más inhumanos que unos seres humanos han aplicado a otros, el atentado a la dignidad de la persona, su deshumanización; algo tan monstruoso que, como delito, no prescribe y, como defensa, se considera delito. Equiparar algo con el nazismo significa juzgarlo como indigno de existir, reo del más duro castigo imaginable. La dimensión del nazismo, el lado oscuro de la especie humana, suena en el célebre dicho de Adorno de después de Auschwitz no puede haber poesía. Ni nada. Ni uno mismo, debió de pensar Primo Levi antes suicidarse, si es que se suicidó. Ese Levi que, según recuerda Muñoz Molina en un libro magnífico recién publicado, decía que la mejor prueba de que algo monstruoso puede volver a pasar es que ya pasó una vez. Hablar con la insensibilidad de Cospedal implica asimismo ignorar el factor llamado de la banalidad del mal, señalado a este propósito por Hannah Arendt. Otra de las muchas cosas que esta señora ignora.

No se pretende que los políticos atiendan en sus actos y dichos a consideraciones filosóficas profundas o sean conocedores de las dimensiones éticas de los fenómenos históricos. Pero sí cabe exigirles que no sean superficiales, atolondrados, injuriosos e ignorantes al extremo de desconocer y atropellar las pautas morales comúnmente defendidas por las sociedades civilizadas. No es posible compartir terreno alguno de debate con alguien que te considera un monstruo sin derecho a existir. Cabría pensar que, en el fondo, Cospedal solo estaba interesada en dar una campanada suficientemente sonora para desviar la atención de los casos de corrupción que tienen a su partido en K.O. La consabida cortina de humo, vamos. De ser así, su irresponsabilidad es aun mayor y más condenable. Decir tamaña barbaridad por consideraciones tácticas es ser verdaderamente incalificable.

Quizá consciente de la gravedad de la barbaridad cospedaliana o puede que celosa de que alguien disparate con más tronío que ella, Esperanza Aguirre parece haber salido en apoyo de su compañera, matizando que los escraches son simplemente totalitarios. La intervención tiene la ventaja de escamotear el fastidioso término nazi (que, sin embargo, utiliza en una de sus insoportables tiradas en ABC. Muestra que Aguirre es bastante más inteligente que Cospedal. Pero, al mismo tiempo, acerca el problema a una zona de peligro para la derecha. Eso del totalitarismo, que tiene aires académicos, es una amenaza. ¿Por qué? Porque Franco era totalitario y las derechas actuales son herederas directas de él a través de su fundador, Manuel Fraga, ministro franquista de propaganda, un Goebbels a escala falangista. Con razón las redes comentan que Cospedal compara los escraches con los nazis pero no con los franquistas y hablan del inconsciente.

Por supuesto. La mención a los nazis como el peor de los insultos en boca de una dirigente del partido fundado por un ministro de Franco, trae de inmediato a la memoria visual las famosas fotos del Caudillo conmovido junto al Führer en Hendaya. ¿Qué sentido tiene que los franquistas empleen el término nazi como descalificación? Obviamente es un acto de demagogia que, además, como se ha visto antes, tiene una connotación moralmente detestable y quizá penalmente relevante.

Finalmente, la comprobación de que el PP, la derecha en general, los grupos provida, etc también han acudido a escraches en diversas circunstancias, muy especialmente ante las clínicas abortistas, solo añade un factor más de iniquidad a la posición. Los escraches por los desahucios son el nazismo; los escraches por los abortos son la aurora de la libertad. Pero, en fin, este es el comportamiento típico de los matones. Lo grave de la comparación de los escraches contra los desahucios con los nazis es el grado de irresponsabilidad, atolondramiento e inmoralidad que revela. Muy apropiado para un partido que ha llegado al poder a base de mentir y con la aparente finalidad de seguir expoliando el país en beneficio de sus bolsillos.

(La imagen es una caricatura mía sobre una foto del PP de Madrid, bajo licencia Creative Commons).