dimarts, 16 d’abril del 2013

El perro andaluz.


Antonio Muñoz Molina (2013) Todo lo que era sólido. Barcelona: Seix Barral (257 págs).


Menudo libro. Creo que es lo mejor que he leído del autor y le tengo leídas varias obras. Es un cuaderno de notas, un libro de apuntes que Muñoz Molina ha ido llevando durante un par de años. Como el pintor que se mueve con su cuaderno de bocetos, el escritor lo hace con el de apuntes que va redactando sobre la marcha a veces, según él mismo narra, en condiciones que rayan en la alucinación, como cuando se despierta en medio de la noche y garabatea apresuradamente sus cavilaciones, sus ensoñaciones, en un papel sobre el brazo del sofa. Tanto ha llegado a obsesionarle el tema sobre el que escribe.

Que es ¿cuál? Lo que nos ha pasado o, mejor dicho, nos ha vuelto a pasar a los españoles con la crisis. La crisis. He leído un buen puñado de libros, informes, dictámenes sobre el fenómeno, desde los más alarmistas a los más convencionales. Y también bastantes trabajos sobre los aspectos especialmente españoles de la cuestión. Hasta la fecha estos han consistido sobre todo en obra circunstancial, a veces panfletaria, críticas, recetarios. Todos ellos escritos con pasión, desde la sorpresa y el sobresalto ("economistas aterrados") hasta la indignación. Todo el mundo está indignado. Y, por fin, ha tocado el turno a los novelistas. Han tardado más porque sus obras tienen mayor alcance, pero aquí están, , los novelistas indignados, ayer Lucía Etxebarria (Liquidación por derribo), ya comentado por Palinuro, y hoy Muñoz Molina (Todo lo que era sólido,) un libro-denuncia escrito por un poeta que deslumbra con su visión, con su capacidad para hacer no solo que las palabras iluminen sino que ardan. Son ochenta y tantos apuntes (cito de memoria, no tengo el libro delante; solo mis notas) en los que en su estilo llano y sin afectación se desgranan preguntas terribles sobre los males de la patria, consideraciones profundas sobre sus vicios. Y el conjunto está concertado. Hay un Leitmotiv que vuelve siempre como una redoble de timbales con la corrupción, solos de concertino como las consideraciones sobre el nacionalismo, zarabandas como sus diatribas contra lo ruidoso de los españoles y todo ello en un crescendo que termina deseándonos (y deseándose) el haber llegado a la edad de la razón. Conclusión demoledora no por lo que dice sino por lo que implica.

Me gustaría seguir al autor en todas sus andanzas que abarcan tres continentes, media docena de países y una amplia variedad de asuntos y reflexiones que tocan la política, la economía, la religión, la literatura con sus puntas de sociología y filosofía y todo ello vivificado por un relato biográfico repleto de anécdotas personales y testimonios directos que a veces dan ganas de llorar, otras de reír y la mayoría de ambas cosas a la vez. Me gustaría, pero no puedo, en parte por falta de competencia y en parte porque un comentario, al fin y al cabo, no es un libro. Haré pues referencia a las cuestiones sobre las que tenga algo que decir.

Pero antes, permítaseme una breve digresión sobre el título. Su origen es claro. Proviene del Manifiesto del Partido Comunista y, en concreto, del capítulo I sobre burgueses y proletarios. Así está recogido en el título del célebre libro de Marshall Berman (1982) All that is solid melts into air, traducida al español como Todo lo sólido se desvanece en el aire y que indudablemente ha servido de inspiración a la obra de Muñoz Molina tanto en el título como en el espíritu de la obra. El autor lo ha puesto en pasado, todo lo que era sólido que viene a ser algo así como si dijera todo lo que parecía sólido. Sin duda. El Manifiesto dice All that is solid melts into air . Pero eso es en la versión inglesa. En el original alemán, Marx y Engels escribieron Alles Ständische und Stehende verdampft, o sea, "todo lo estamental y permanente se evapora". La versión inglesa es más poética; la alemana, más pegada a la historia, dibuja el ascenso de la burguesía. Pero luego, en sus traducciones, la experiencia burguesa se convierte en una de carácter universal, absoluto. Como le pasó a Berman cuando regresó a Brooklyn al cabo de los años: ya no quedaba nada del barrio de su infancia. Como le ha pasado a Muñoz Molina: retornado a su tierra, ya no reconoce nada de lo que años antes dejó atrás (p. 201). Lo que había durando generaciones (Stehende) había desaparecido en un decenio.

Cervantes, el Quijote, están muy presentes a lo largo del libro. Pero es casi la única referencia a un siglo que no sea el XX en sus últimos años y el XXI en sus primeros. Es igual, aunque no los mencione, en estas páginas están Feijóo, Larra (sobre todo Larra), Lucas Mallada, Costa, cómo no, Ganivet. Está el regeneracionismo, los españoles del éxodo y el llanto. Y están las voces de ahora aunque estas, más que resonar, desafinen.

Haciendo un análisis de contenido del texto diría que los términos que más se repiten son: simulacro, despilfarro, corrupción. Si no el significante, el significado. Vamos, en otros términos, la España de siempre. La de oligarquía y caciquismo, pero elevado a la enésima potencia, hasta haber conseguido algo tremendo: arruinar un país y endeudarlo para no se sabe cuántas generaciones, gracias a la falta de escrúpulos, de vergüenza y la absoluta incompetencia de unos políticos, en la mejor línea de la farsa y licencia de la reina castiza o del retablo de las maravillas que el propio autor cita. Y eso que, por razón del tiempo en que el libro se escribió, no hay lugar en él para las andanzas picarescas de la Familia Real. Hay algunos episodios de factura valleinclanesca, como esa increíble visita del sátrapa Francisco Camps en Nueva York con la misión de mover allí su absurda Ciudad de las artes y las letras con un séquito numerosísimo al que se había pagado todo, viajes y los mejores hoteles para que asistiera a actos públicos que también costaron una pastuqui y a los que iban siempre los mismos, sin presencia de estadounidenses (p. 115). 

El espantoso ridículo de Camps en Nueva York puliéndose alegremente la pasta de los españoles en fantasias es solo una ínfima muestra de las decenas y decenas de casos que Muñoz Molina reseña de actividades similares en las que por dispendio ostentoso, megalomanías cesaristas, latrocinio o todo a la vez, España lleva unos veinte años saqueada sin que nadie ponga tope hasta caer, como ha caído, en la acostumnbrada ruina y quiebra del antiguo régimen, adornada de los aspavientos de los altaneros viejos hidalgos y las groserías de los nuevos ricos, los empresarios delincuentes, los parásitos de la administración, lo políticos corruptos, los funcionarios venales, los curas y beneficiados.

Merced a su experiencia directa como administrativo del ayuntamiento, Muñoz Molina diagnostica acertadamente la causa de tanto desbarajuste: la supresión de los controles de legalidad del gasto en las administraciones públicas so pretexto de su lentitud. Doy fe. Fui vicerrector de Centros de la UNED entre 1984 y 1988. En aquellos años, los socialistas habían suprimido los interventores generales, sustituidos por un control posterior del gasto. Una locura. Por prudencia nosotros contratamos un gerente y nos sometimos a auditorías y, claro, nuestra gestión fue impoluta. 

Los vicios tradicionales de los españoles están aquí todos reflejados con una mezcla indignación y fatalismo: hemos malgastado durante decenios los dineros que venían de Europa igual que antaño despilfarramos el oro y la plata de América en las locuras europeas. Mezcla de viejo caciquismo español y del reverdecido populismo sudamericano coincidió con los flujos de dinero barato que llegaba de Europa para engendrar una multiplicación fantástica de simulacros y festejos... (p. 56) y una corrupción infinita (p. 155)

España, el país de la perpetua fiesta, el apogeo de la falta de educación, el ruido (p. 64) , la circulación caótica, las inmundicias en cualquier parte, los bares y discotecas ruidosos sin ningún respeto a nada (p. 166). Sí, sí, España. Una democracia sin demócratas (p. 211), un país literalmente asfixiado por la religión y la Iglesia católica (p. 66). Y no se sabe bien a qué extremo. Escúchese al cardenal Rouco Varela exigir al gobierno la derogación de la ley del aborto y del matrimonio homosexual para calibrar en dónde estamos..

Dos últimas consideraciones. Da la impresión de que Muñoz Molina se apunta a la teoría de trazo grueso de la clase política y acusa por igual de incompetencia, irresponsabilidad y corrupción tanto a la derecha como a la izquierda. Sin duda esta última, en especial el PSOE, ha caído a veces en la trampa. Pero, por mor de la justicia, entiendo, ha de reconocerse que la corrupción es infinitamente mayor, más grave, más estructural, en la derecha que en la izquierda. La segunda hace referencia a otra cuestión también muy tradicionalmente española, la del nacionalismo. Entiendo la distinción de Muñoz Molina entre nacionalismo y no nacionalismo (pp. 78/79 y 86) pero lo veo con cierto escepticismo. Creo que el problema es mucho más complejo de lo que ha sido hasta la fecha, que la situación actual es el resultado de no haber sabido resolver un problema que tiene ya unos ciento cincuenta años y que esto nos obliga a arbitrar soluciones nuevas, no ensayadas hasta la fecha. Algo que, en mi opinión, increpa directamente a los intelectuales de los que cabe esperar elaboraciones originales, rompedoras, que no se acomoden a la magia de las palabras como esa definición del autor de nacionalismo como un "narcisismo colectivo" (p. 88). La idea de que, en un conflicto de naciones, uno puede estar au dessus de la mêlée, me temo, solo oculta el deseo de no mirar el rostro del otro  pretextando que uno mismo carece de él.

Es una tarea pendiente y urgente de la que no es posible escapar porque, como dice el autor y Palinuro suscribe sin vacilar, el futuro es impredecible para todos (p. 214).