Después de dos o tres fumate nere, fumata bianca. Habemus Papam. Se ha bautizado en el solio de San Pedro como Francisco. No Francisco I, cual le correspondería al serlo; sin duda por tacto gálico. Hasta ahora el gran Francisco I de la historia es Francisco I Capeto, también conocido como Francisco El narizotas y a quien Carlos I llamaba primo porque pasó media vida combatiéndolo. Así pues Francisco a secas. Por no emular al Rey, prefiere emular al Santo de Asís. El primer jesuita papa se nos hace franciscano. Seguramente esto quiere decir mucho en el inefable lenguaje de la Iglesia. Al parecer en su tierra era conocido como el cardenal de los pobres. Es lógico que, al aumentar su parroquia, aumente su rango.
Los medios, sobre todo internet, ferozmente aferrados al tiempo real, el directo y la hemeroteca, han exprimido una biografía de Jorge Mario Bergoglio en un par de horas. Ya se sabe que es conservador y furibundamente contrario al matrimonio homo. Tampoco es saber mucho. No me parece que se pueda esperar otra cosa de los curas, desde los diáconos a los sumos pontífices. Más vidrioso es el asunto del comportamiento con la dictadura de los espadones. Porque es la dictadura de los desaparecidos, los torturados, los robos de niños, los vuelos de la muerte. Circula por la red una foto en la que parece verse a Bergoglio administrando la comunión a Videla. No es seguro que sea él, aunque se le parece mucho. Tampoco estoy seguro de si este mero hecho convierte al prelado en colaboracionista de la dictadura. También circulan textos en los que, si no como colaborador, aparece como encubridor. La veracidad de estos datos se aquilatará en poco tiempo y será el momento de preguntarse por el alcance de los hechos, si los ha habido. Porque, obviamente, colaborar con la dictadura de Videla (en el robo de niños, por ejemplo) o encubrirla cuando se tienen cuarenta o cincuenta años y se es obispo o cardenal no es lo mismo que haber pertenecido a la Hitlerjugend cuando se tenían dieciséis o diececiocho y no se era nada o se era seminarista.
En fin, el Vaticano, ensimismado en sus turbulencias internas. Coincido sin embargo con la hermana Teresa Forcades, médico, teóloga y benedictina en que lo más urgente para la Iglesia ahora es renovarse y, en concreto, plantearse su actitud hacia las mujeres. Por cuanto sabemos eso será lo último que haga la Iglesia católica, probablemente la organización más misógina del mundo. No es la suya una actitud de ignorancia o aprovechamiento y explotación de las mujeres, como suele darse. Es una actitud de hostilidad o de odio. La mujer es el vaso del diablo. El celibato del clero puede entenderse como una muestra de esa enemistad. La renuncia al trato carnal simboliza el repudio a las mujeres en la única función que la Iglesia les reconoce a regañadientes: la reproductiva.
Hacer justicia a las mujeres es, en efecto, una tarea urgente de la Iglesia. Pero esta hará ver a la hermana Forcades, si no es ya plenamente consciente de ello, que el significado de "urgente" para una organización que se considera eterna carece de perentoriedad. Dios dispone de todo el tiempo. ¿Cómo urgirlo? Y ojo al pecado de soberbia. ¿Quién como Dios?