Ley ineluctable: todo cuanto puede ir a peor, va a peor. Versión popular: al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Corolario moralizante: no hagáis leña del árbol caído.
En sus declaraciones, Pérez Tapias no dice nada que no sepa todo el mundo. La inoperancia como oposición, los conflictos con los conmilitones catalanes y gallegos y las meteduras garrafales de pata como la de Ponferrada tienen a los socialistas en una situación de irritado desconcierto. Reciben caña por todos lados y no se ven capaces de responder. La conclusión de Tapias es también compartida: el liderazgo de Rubalcaba está muy erosionado. Mucho. En realidad, es inexistente. Pero los de Izquierda Socialista (IS), con gesto caballeresco, reconocen que deben lealtad al líder que eligieron.
Lealtad es un buen término. Con él se mide el poder. ¿Quién es más leal, quien repite muy bueno lo tuyo, jefe, aunque sea un desastre o quien avisa del desastre? Eso, a su vez, depende de en nombre de qué se ejerza ese poder. Si se ejerce en provecho propio, el leal es el pelota. Si se ejerce en nombre de una idea, el leal es el crítico. Como siempre en política, muy complicado y muy claro al mismo tiempo.
Dicen los de IS que el PSOE tiene que encontrar un nuevo lenguaje y proponen substituir la conferencia política de octubre por un congreso extraordinario. Va de suyo que en este último, además de redactar un programa nuevo en un lenguaje nuevo, se elige un líder que lo hable.
El PSOE tiene que elaborar un discurso en donde clarifique su actitud con respecto a varios asuntos esenciales de la Constitución (dando por supuesto que se propone su reforma del alcance necesario), la Monarquía, la separación de la Iglesia y el Estado y la planta territorial de este, comprendida la cuestión de la autodeterminación. Incluso deben pronunciarse sobre el llamado proceso constituyente. Están en lo cierto los de IS: no se trata de asuntos para dictámenes de expertos sino de decisiones políticas que debe tomar el partido. No su secretario general.