No es mala idea. En loor de la marca España, unas buenas olimpiadas de la corrupción. Habría competiciones de trinque, afane, cobro en B, C y hasta Z, malversación, cohecho, extorsión, plurisueldos, sobres voladores, navegación a vela, recalificación de terrenos, comisiones, estafa al anciano, triple salto hipotecario, lanzamiento de trabajadores, tiro al desempleado, reducción de becas y sisa de pensionistas. Materia hay. Quizá no voluntad política aunque, si se contacta con una organización benéfica, sin ánimo de lucro, dedicada a promover el deporte, y mediando unos míseros cientos de miles de euros, podrían inaugurarse con pompa y circunstancia los Primeros JJ.OO. CC. o Juegos Olímpicos Corruptos de la historia.
Desde luego, la prueba estelar debiera ser la peineta. Es un gesto natural, desenfadado, eso que llaman comunicación no verbal, de lo más contundente. Es, además, grosero, zafio, suele acompañar a un rostro airado, iracundo, desencajado y habla más sobre la educación y el espíritu de quien lo hace que siete confesiones al psicoanalista. Un jurado benévolo probablemente daría la medalla de oro en peineta a Bárcenas. Oro. Oro puro. Oro del bueno. Dinero llama dinero. Pero hay un problema. Antes de Bárcenas entró en la competición el el expresidente Aznar con una peineta tan lograda que, en justicia le corresponde el oro barcénigo. Merece la pena echar una ojeada a la peineta y sus variantes, todas ellas magníficas. Bárcenas habrá de conformarse con la plata.
Ese gatuperio organizado en el PP por los papeles de Bárcenas es también olímpico. Pero no de los juegos, sino de las trastadas y faenas que se hacían los dioses unos a otros, los chivatazos, las zancadillas, las mentiras, los robos de Mercurio, las borracheras de Baco, las cornamentas generalizadas. Cospedal ha presentado sendas demandas civiles en defensa de su honor contra Bárcenas y El País y otros dirigentes del PP cavilan si hacer lo mismo. Si entre ellos no se encuentra Mariano Rajoy, aquel cuyo honor aparece más claramente comprometido, su posición se hará insostenible y eso por culpa de sus compañeros, que no saben quedarse quietos, como él. Insostenible en un terreno de dignidad, decoro y elegancia. Términos, me temo, incomprensibles para el presidente del gobierno. Pero es un hecho: Rajoy aclara de una vez por todas la cuestión de su presunto cobro en sobres irregulares (para lo cual no basta con repetir que es falso) o se verá sometido al ludibrio público, será escarnio y mofa nacional e internacional. Porque eso es exactamente lo debe preguntarle la oposición en el debate sobre el estado de la Nación: cuánto cobra, cuánto ha venido cobrando en los últimos años, de qué procedencia y bajo qué concepto.
Un gobierno desacreditado hace pareja perfecta con una Monarquía desprestigiada. Al margen de lo que se sustancie en el proceso de Urdangarin y su socio, la Corona aparece bajo una luz grotesca. El Rey, la hija, el yerno, la amiga, el secretario semejan los personajes de una sátira de la Ilustración, al estilo de Beaumarchais. El Rey, como se ve, está obligado a desmentir noticias cada vez más alarmantes y escabrosas. Con la clara conciencia, compartida por todos los españoles, de que en política, los desmentidos confirman. La hija se ha refugiado en el papel "Ana Mato", un papel perfectamente analizado por Lucía Etxebarría en un artículo censurado de título La Infanta es tonta y analfabeta.
El yerno, ¡ay el yerno! El yerno solito va a cargarse la monarquía y algo más. Según pasan los días se amplía el círculo de políticos a los que Urdangarin, al parecer, se trabajaba con gran éxito. Ya no son solo los de las Comunidades Autónomas que, con todos los respetos a estas imprescindibles instituciones, están gobernadas por gentes de horizontes limitados y vuelo bajo. El tipo de clientes para el hipotético estafador mundano de guante blanco, que deja caer al desgaire el nombre de Su Majestad en el momento de pillar la pastuqui a título de subvenciones, donativos, subsidios, corretajes, comisiones o simples mordidas. También anduvo, según parece, en tratos con encumbradas autoridades de la Corte, gentes más viajadas y cosmopolitas. Así vendió supuestamente unos servicios de lobby a favor de la niña de los ojos de Ruiz Gallardón, por entonces alcalde de Madrid, empeñado en traer a la capital los juegos olímpicos, los de verdad, y dispuesto tocar todas las teclas. Esta de Urdangarin costó al erario público 120.000 euros, librados por el Ayuntamiento gallardonesco a título de donativo. Al fin y al cabo, era una organización sin ánimo de lucro, como las hermanitas de los pobres.
A Ortega deben zumbarle los oídos de lo mucho que se cita su famoso Delenda est Monarchia. Pero no se haga el personal ilusiones armado con la autoridad del filósofo. Esta Monarquía es más difícil de destruir porque ya nació muerta; es, en realidad, una Monarquía zombie. Basta con ver al Rey, sombra de lo que fue, pero aferrado a su trono con más fuerza que a sus muletas.