Ese conflicto de El País es el toque de difuntos de cierta izquierda bien aisée intelectual española, especialmente madrileña con ribetes cataláunicos. También es la confesión del fracaso de un proyecto que, sin estar enteramente definido, daba la impresión de que había una forma distinta de hacer las cosas. Que una empresa podía ser de calidad, competitiva en el mercado y, al mismo tiempo jugar limpio con los trabajadores. Un alto nivel de exigencia interno, tanto en lo administrativo y laboral como en lo redaccional, facultaba moralmente al periódico para actuar como una especie de conciencia moral del país, con un estilo liberal, democrático, constitucionalista y con un toque progresista.
El disgusto que pueda llevarse la izquierda paisana es cosa que solo a ella compete y, desde luego, dará casuística abundante. Ya lo hace. Lo gordo, lo dramático, está en la ruptura de aquella imagen, de aquella legimitimidad. La empresa de El País, Prisa, como todas las empresas que han provocado esta crisis, iba a la maximización de beneficios revertidos luego en desorbitados salarios y bonificaciones de sus directivos que, al parecer, eran tantos como trabajadores de a pie o de redacción. Gente que se niega a revelar a la plantilla la cuantía de sus remuneraciones. Gente cuyos viajes -el costo de cuyos viajes- equivale al de todos los realizados por necesidades del servicio. Gente que absorbe el dinero que el diario hubiera debido destinar a renovarse y reforzar su producto en las redes. Una empresa, por fin, que rechaza negociar con los trabajadores condiciones aceptables para la mayoría e insiste en el despido de centenar y medio de ellos, muy probablemente porque está obedeciendo órdenes de los inversores extranjeros en cuyas manos se ha puesto.
Ha sido la codicia la que ha destruido El País, la codicia más descarnada que, evidentemente, trastorna el juicio moral, incluso el juicio a secas. ¿Qué justificación sobre la tierra puede tener que Cebrián, de sesenta y cuatro años y un millón de euros de ganancia al mes, diga a la plantilla de su periódico que los mayores de cincuenta están muy viejos? Los mayores de cincuenta años no están viejos -o no más que los de sesenta y cuatro- pero sí cobran cuatro veces lo que la empresa puede conseguir por la cuarta parte, incluso con la promesa de la cuarta parte a un becario. ¿Y la calidad? Protestan los cincuentones. ¿La calidad? Pero tú, ¿de qué vas? ¿A quien le importa la calidad hoy? Venga, marchando con indenminación de veinte días por año trabajado y doce meses de tope, no vaya a desbordarse el Manzanares.
Qué vergüenza, amig@s, qué vergüenza.