diumenge, 11 de novembre del 2012

De un lado, El País; de otro, los desahucios.

La dirección de El País publica su versión de los hechos en un editorial pro domo sua, como es natural, titulado A nuestros lectores. Está llena de consideraciones mercantiles y bursátiles que apuntan a gestiones empresariales de los responsables. Otra porción importante del escrito se la lleva diversas consideraciones acerca de la muy democrática organización interna del periódico. La tercera exculpación consiste en invocar la similarmente penosa situación de otros afamados medios y sus medidas de supervivencia no menos dolorosas que las de El País. El resto son suposiciones acerca de las razones, más o menos inconfesables, que tengan quienes critican y hasta atacan las decisiones de la empresa en este conflicto. Aparecen la demagogia, la envidia, la vanidad, la frustración y hasta el libertarismo, ignoro si el antiguo o el moderno.
La explicación es muy insatisfactoria por razones obvias. Nadie duda de que, para sobrevivir, las empresas deban tomar a veces decisiones que implican sacrificios. Pero esas decisiones deben explicarse y acordarse; no imponerse. Recordar a continuación la estructura democrática de la adopción de decisiones en El País es mentar la soga en casa del ahorcado porque, además de que esa democracia interna es precisamente la seña de identidad del diario desde siempre, la invocación es para justicar un acto autoritario, un trágala. Y un trágala expuesto de muy malos modos, llamando viejuna a parte de la redacción y calificándola de dispendio. La referencia a la crisis general de los medios impresos es sumamente oportuna. ¿En cuántos de esos medios cobra el jefe un millón de euros al mes?
El escrito dice que las retribuciones del personal directivo pueden consultarse en internet. No se entiende, entonces, por qué no las comunican a la asamblea de la redacción. Este es el punto en cuestión: no que deban o no tomarse medidas sino qué medidas se toman y cómo y qué ejemplo dan quienes las toman. El País vivirá; al menos de momento. Es su espíritu el que ha muerto. Será un El País zombie, según la idea del propio Cebrián. Todos zombies, es verdad; pero unos zombies son ricos y otros, pobres.

Y de los desahucios, ¿qué? El suicidio de Amaia ha electrizado el país. Han sido necesarios 400.000 desalojos y un par de suicidios para que los políticos que votaron en contra de la dación en pago se hayan convertido en reformistas de urgencia a fin de poner coto a esta catástrofe. Pero han sido necesarios 400.000 casos y dos suicidios. El primero, al parecer, no fue suficiente. El segundo marca tendencia y, por fin, los legisladores se aprestan a la acción. Con mucho temor. Con muchísima prudencia. Ya ha dicho un banquero que cuidado con premiar el impago. Y otro colega suyo, más científico, ha recordado que, si se tolera el impago, se pone en peligro la recuperación económica. A alguien puede sonarle esto a amenaza, pero debe de ser una fantasía. ¿Cómo van a amenazar los bancos si el Estado los ha sacado de la ruina y del impago con el dinero de todos?  Pues así es.
No es preciso cavilar mucho para dar con una fórmula sencilla: renegociación en donde se pueda; en donde no, periodo de carencia de dos años, en tanto se recupera la economía. Leo que el sindicato mayoritario de la policía se declara en rebeldía ante los desahucios y que una caja anuncia un cese temporal de los desahucios. Son movimientos en la buena dfirección. Ahora tiene que seguir la ley.
Hoy se habla poco ya de la burbuja inmobiliaria, que suena algo antiguo. Sin embargo es claro que estos 400.000 desahucios y los dos suicidios son las consecuencias hasta ahora de esa burbuja. De forma que quienes la inflaron en un primer momento y quienes no la desinflaron en uno segundo ya saben de lo que son responsables.