Rubalcaba ha subido una entrada a su página de Facebook sobre el trigésimo aniversario de la victoria del PSOE en octubre de 1982, lo cual es muy de agradecer porque muestra una voluntad de estar presente en las redes sociales de forma directa, personal, auténtica. Eso lo pretenden todos los políticos, pero no lo consiguen porque, chapados como están a la muy antigua, no tienen espíritu digital, no valoran correctamente la importancia y el impacto de las redes sociales y no las gestionan personalmente sino que lo hacen a través de equipos, de empleados que transmiten la línea oficial del partido o del candidato de modo frío, desganado, oficial que echa para atrás a los internautas. Por supuesto, no a los incondicionales, a los que da igual lo que se les diga, pero sí a los genuinos, los que actúan luego como hacedores de opinión, réplicas de decisiones, etc.
Por supuesto, Rubalcaba no es excepción. Tiene cuenta en Twitter pero es obvio que se la administran otros del partido lo cual es probablemente la práctica más detestada en la red 2.0. Lo mismo le sucede en Facebook, que otros hablan en su nombre. La gente quiere dialogar con el protagonista, no con sus replicantes. Por eso es tanto más de celebrar que, por fin, con motivo del 30 aniversario de la histórica victoria sociata en 1982, se haya decidido a escribir algo de su cosecha y colgarlo en su muro. Esto es lo que la red demanda. Pero no cada treinta años sino cada 30 minutos. Si realmente Rubalcaba se decidiera por hacer política 2.0 de verdad y no fingida, lo tiene muy fácil: le basta con llamar a su compañero de partido, José Antonio Rodríguez Salas, alcalde de Jun, y preguntarle qué hay que hacer para tener uno de los blogs más visitados del país, Alcalde Jun. La respuesta del alcalde, no hay duda, sería la que diera cualquier internatua: si quieres tener eco en la red de redes, tienes que hacértelo tú directamente; los internautas odian los simulacros, las suplantaciones, la falsificación de actitudes. Sin duda las redes consumen tiempo pero si los políticos comprendieran su importancia, se lo dedicarían, restándolo, quizá, de otras actividades rutinarias, de mero boato o sin sentido.
Eso en cuanto a la forma. En cuanto al fondo de la breve pieza rubalcabiana (compuesta de dos párrafos) hay un par de observaciones que hacer. Conmemorar una fecha señalada y aprovechar el momento para colar juicios y actitudes del presente es una vieja práctica perfectamente legítima. Rubalcaba quiere enlazar directamente con el momento de gloria del PSOE en 1982, aparecer como su continuador. Por supuesto, sale el nombre de Felipe González; no así el de Zapatero. En tiempos de Felipe todo era bonanza; en tiempos de Zapatero, descoloque. Rubalcaba rpbustecer el espíritu de los ochenta, pero no puede ocultar que estamos en mitad de una crisis que hace obsoletas las propuestas de solución antes de que se terminen de formular. No obstante, no reconoce explícitamente error alguno y se limita a sostener que la necesidad de cambio viene motivada por el mero paso del tiempo, no porque alguien (por ejemplo, él) se haya equivocado y deba reflexionar.
Todavía más. Termina Rubalcaba su escrito con una propuesta, esto es, "debemos cambiar el PSOE para que siga siendo el PSOE" que no es otra cosa que la enésima reformulación de la archicitadísima fórmula lampedusiana de que algo cambie para que todo siga igual, en un vano intento por conciliar los dos bandos en conflicto: quienes quieren que haya cambios y quienes no quieren ni oír hablar de ellos. No sé si los asesores del Secretario General le habrían advertido de la posibilidad de una lectura de su caso en clave lampedusiana pero el hecho es que el deseo de Rubalcaba de que el PSOE cambie para seguir siendo él mismo, al tiempo que hurta todo debate sobre qué haya sucedido para que sea preciso cambiar, muestra escasa predisposición a escuchar opiniones discrepantes y buscar vías de entendimiento.