Ayer se conmemoraba el trigésimo aniversario de la victoria del PSOE en 1982. Con ese motivo, EFE ha subido un vídeo a You Tube muy digno de verse y al que pertenece la ilustración de esta entrada. El primer gobierno monocolor socialista de la historia de España. Un hito. Un documento gráfico impresionante que trae efluvios antañones. A su vista, dos consideraciones, una en broma y otra en serio. En broma: un gobierno socialista sin Alfredo Pérez Rubalcaba. En serio: no solo es monocolor, es también monogenérico o monosexual, absolutamente homofílico. Ni una mujer. Algo hemos adelantado. Esa imagen hoy es impensable, incluso en los gobiernos de la derecha. En realidad, Felipe González gobernó al más puro estilo macho hasta 1993, en que aparecen las primeras ministras en ministerios "propios de su condición", si se exceotúa a Rosa Conde, que fue portavoz del gobierno en 1988.
Ya sé que es fastidioso andar con estas recriminaciones cuando se habla de los gobiernos socialistas que cambiaron la faz de España. Pero conviene recordar que en esto de la igualdad de género acabamos de empezar y siempre se puede desandar el camino recorrido en cuanto nos descuidemos. Como está pasando ahora.
Salvado el escollo patriarcal, el PSOE de 1982 tiene en común con el de 2012 las siglas. Todo el fuego, la determinación y voluntad de aquellos "jóvenes nacionalistas" se ha convertido en un anodino marasmo en el que la dirección lucha por sobrevivir frente a un partido inquieto con los resultados y perspectivas electorales y una opinión pública que no entiende por qué no hay oposición visible.
Una de las acusaciones que en los últimos años se hacían al PSOE era que se había convertido en una mera maquinaria electoral y descuidado el flanco ideológico, desdeñando la tarea de formulación de ideas. Así, cuando llegaron las sucesivas catástrofes electorales (Andalucía no fue una victoria del PSOE), el partido se encontró desnudo, sin votos y sin ideas. Y así está.
Rubalcaba sostiene que nadie le pide a la cara la dimisión y, con eso, da por zanjada una cuestión que, le guste o no, sigue abierta. Él reivindica su estilo de oposición a la que llama "responsable", consistente en no plantear conflictos al gobierno y, en cambio, ofrecerle pactos de Estado. Una oposición leal, caballerosa, que Rubalcaba experimentó en tiempos de Zapatero. Pero eso no le lleva muy lejos por dos razones: 1ª) está suficientemente claro que el gobierno desdeña toda colaboración con el PSOE con lo que seguir ofreciendo pactos solo puede entenderse como un "error de programación". Es por tanto irrelevante si esa actitud es adecuada o no porque no cabe practicarla. 2ª) Por lo demás, la profusa y educada oferta de pactos no exime al PSOE de articular su oposición de una forma clara y nítida, de ofrecer un programa alternativo a los dos del PP (el que prometió y el que cumplió) y de hacerlo en términos comprensibles para la gente y con suficientes garantías. El PSOE no puede ya ampararse en un compromiso al estilo del tristemente célebre ¡no nos falles! de Zapatero. Ha de haber algo más.
Pero no lo hay. En su marasmo, la dirección del PSOE no hace sino balbucear que "ha entendido el mensaje" (al estilo de González en 1993) y que se va a poner a ello. Para hacer ¿qué? Formular alternativas concretas claramente socialdemócratas. Pero no salen. Y no salen porque a estas alturas el conflicto político en nuestra sociedad ha superado al PSOE en dos aspectos cruciales, el territorial y el social.
Rubalcaba es hombre conservador. Ha sido gobernante con Zapatero y condonado, por tanto, la renuncia del PSOE de entonces a la separación entre la iglesia y el Estado. Y por él mismo, el PSOE se ha alejado de su tradición republicana, aproximándose a la condición de partido dinástico. Teniendo en cuenta que este PSOE es el que perpetró el ataque más grave al Estado del bienestar con la reforma constitucional de agosto de 2011, refrendada a regañadientes por Rubalcaba, se entiende que sea difícil salir del desconcierto con la facilidad con que la crisálida rompe el capullo y emerge como una colorida mariposa de una socialdemocracia repentinamente renovada por arte de birlibirloque y a manos de quienes gestionaron el lento declive hacia la irrelevancia política.
Tan difícil que lo único que se ve es cómo un PSOE falto de iniciativa y nervio va encajando como puede las exigencias de una realidad que no sabe controlar. Rubalcaba tiene un espíritu centralista que pretende mitigar esgrimiendo en situaciones de necesidad un federalismo en el que no cree y que, por supuesto, le hace abominar del concepto mismo de autodeterminación. Piensa en esto como la derecha (según acaba de certificar María Dolores de Cospedal) que, al negar el concepto, desaparece la cosa. Y la cosa le ha estallado ahora en las manos en forma de un PSC díscolo que reclama el derecho a decidir de los catalanes. La odiada autodeterminación ahora en el huerto propio, con un hortelano que se limita a decir que no "comparte" la idea pero no aclara qué piensa hacer cuando el PSC oriente su actuación como pretende.
Es el silencio, la ambigüedad, la indeterminación, es decir, la falta de nervio, lo que está lastrando al PSOE hasta tal extremo de desconsuelo que una de las razones que empiezan a oírse para justificar la continuidad de Rubalcaba es que sin Rubalcaba las cosas estarán peor. No lo sé, pero la prolongación de la situación actual es descorazonadora.
Ayer se votó en el Congreso una iniciativa de Izquierda Abierta en pro de la dación en pago. El PP votó en contra. El PSOE se abstuvo. La abstención es lo primero que los políticos afean a los votantes pero, luego, como se ve, la practican ellos. Y disciplinadamente, como cohortes, ningún diputado socialista votó a favor de la dación. Todos se abstuvieron. Todos refugiaron sus conciencias en la abstención que es la confesión de una impotencia, de un fracaso: el de no tener una idea clara de lo acertado o desacertado de una medida que afecta a derechos básicos de cientos de miles de personas y por qué.
Es la falta de nervio.