diumenge, 23 de setembre del 2012

La batalla está en la izquierda.

Corren malos tiempos para la izquierda en el mundo entero. Prácticamente no quedan referentes territoriales. La China ha conseguido salirse de todos los esquemas interpretativos de forma que casi nadie en la izquierda se identifica con ella como hacían antaño los partidos comunistas con la Unión Soviética. De ella puede decirse, como de la Rusia soviética hacía Churchill, que es "un secreto dentro de un misterio dentro de un enigma". Lo que se diga de la China vale para el Vietnam. Corea del Norte es casi tan innacesible y remota como Shangri-la. Solo queda la isla de Cuba, en una actitud numantina que ha encontrado alivio en la alianza con Venezuela y ha suscitado también cierto resurgimiento de la izquierda latinoamericana en el Ecuador, Nicaragua y Bolivia.
No obstante todo ello es muy poco para compensar por la pérdida de posiciones de la izquierda y la hegemonía ideológica de la derecha neoliberal que, en los últimos 30 años se ha enseñoreado del mundo. La misma crisis estructural del sistema sin duda ha reanimado la izquierda pero en mucha menor medida de lo que ella misma había previsto. De ahí que se eche a la calle en busca de los apoyos sociales que no le vienen espontáneamente.
El Partido Comunista de España está celebrando su fiesta anual en un ambiente de prudente euforia por la radicalización social que la crisis está produciendo y el discurso de unidad de la izquierda. En cuanto a radicalización, se oye a algún dirigente del PCE recordar la "gloriosa" historia del partido. Ninguna historia es "gloriosa" y la del PCE no es excepción. Esa reivindicación de la propia historia deja fuera el estalinismo que ocupa una buena porción del relato, durante y después de Stalin ella y si alguien lo encuentra "glorioso", pues, en fin.... No merece la pena seguir.
En cuanto a la unidad, solo parece lograrse mediante una reducción al absurdo. En los últimos días se han constituido dos nuevas fuerzas políticas de izquierda archiminoritarias, el Foro Cívico, de Anguita e Izquierda Abierta, de Llamazares. La declaración constitutiva de ambas señala que su función es conseguir la unidad de la izquierda. Cuanto más fraccionaria es la formación, más dice luchar por la unidad y más se evidencia su carácter de formación política estrictamente personalista. Porque el personalismo es uno de los vicios de la izquierda, quizá el peor que, en momentos de delirio, se configura como culto a la personalidad. Y ha de ser mucho delirio porque hay personalidades y personalidades,
En lo único en que esta izquierda fragmentada suele ponerse de acuerdo es en negar la condición de izquierda al socialismo democrático, la socialdemocracia, el PSOE. La acusación es que se ha convertido en un partido del propio sistema capitalista que en nada se distingue de la derecha neoliberal. Por supuesto, el punto de vista del PSOE es distinto pues se considera a sí mismo como izquierda democrática y relega a la otra izquierda al ámbito revolucionario y, en todo caso, no democrático. En lo referente al PCE es relativamente sencillo pues basta con señalar su pasado estalinista y sostener que queda bastante de él.
El bloqueo de la situación tiene difícil salida dado que el socialismo democrático es el que reúne la mayor cantidad del voto de izquierda en los países occidentales y en algunos casos el único que lo reúne pues la otra izquierda es parlamentariamente inexistente. La aceptación de las pautas democráticas implica la necesidad de obtener el respaldo mayoritario para la acción política. Y es saber acumulado que las mayorías tienden a ser moderadas y huir del radicalismo. Sustituir a la socialdemocracia, captar el voto que va a ella sin moderar el radicalismo de las posiciones propias es la particular cuadratura del círculo de la izquierda radical que ya empieza a tener problemas al definir qué entienda por "radical". Por ejemplo, Izquierda Abierta sostiene en su manifiesto fundacional ser partidaria del control democrático de la economía. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que esta fórmula vagarosa es lo que queda de lo que otrora fue la planificación centralizada de la economías.
La izquiera radical vive ahora un momento de dos ilusiones en una confusa relación causal: se ve a punto de aumentar sensiblemente su representación parlamentaria por la radicalización del voto que la crisis ha provocado y también se considera en el buen camino hacia la unidad de la diversidad sin que se sepa si es la unidad la que atraerá la mayoría o la mayoría la que impondrá la unidad. Es la doble ilusión que se simboliza bajo el nombre de syriza. Una izquierda mayoritaria no socialdemócrata y no comunista. Suena bastante inverosímil, pero es una idea. Y, mientras tanto, el capitalismo lo gobierna una derecha sin problemas de identidad.
(La imagen es una foto de machacon, bajo licencia Creative Commons).