dissabte, 14 de juliol del 2012

Rompeolas de las Españas.





En su respuesta a la reciente intervención parlamentaria de Rajoy, Cayo Lara lo acusó de "echar gasolina a las calles", mientras Rubalcaba le ofrecía un pacto de Estado. En la metáfora el de IU se quedó corto: Rajoy echó gasolina y le prendió fuego. Mientras sus señorías debatían, en la calle los mineros se manifestaban entre la simpatía y el apoyo de la población y la policía cargaba con violencia contra los manifestantes ante el ministerio de Industria.
Los mineros llegaron y se fueron, pero dejaron tras de sí un reguero de descontento, de indignación que afecta al conjunto de la sociedad, no ya una clase o un sector sino a todos. Los médicos, los funcionarios, los bomberos, los mismos policías, los profesores, los parados, los mineros, el 15-M, DRY, los jubilados, los autónomos, todo el mundo. Parece haberse encendido la chispa de la multitud, que es el sujeto peculiar de la ciberpolítica, compuesta por ciudadanos que se relacionan a través de las redes sociales, no de los partidos, sindicatos u otras asociaciones. Ciudadanos perfectamente informados de lo que está pasando tanto en su ciudad como en el resto de España. Para esa información ya no dependen de los medios de comunicación. Estos son muy sesgados y escasamente de fiar en cuanto a la exactitud de lo que informan. No tienen nada que hacer frente a Twitter o WhatsApp, que son velocísimas. Están actuando las multitudes que han aprendido mucho (son "multitudes inteligentes", smart mobs) que tienen muy en cuenta las experiencias anteriores. Ya saben qué sucedió con el 15-M y la primavera árabe; saben que la táctica es la perserverancia en la ocupación de la calle, un día tras otro, pacíficamente, resistiendo y denunciando la brutalidad policial. Esta tiene que disimularse cuando menos porque el ojo de Europa no descansa.
Ayer Madrid estuvo tomado por varias manifestaciones, concentraciones de protesta, cargas policiales y mucho sobresalto. El vídeo del encabezamiento muestra un caso de brutalidad policial injustificada en la concentración de la calle Ferraz, cerca de la sede del PSOE. Luego de los hechos, los manifestantes se los cuentan en las redes y toman decisiones. Habrá que ver si hoy, sábado, decaen las manifestaciones o, por el contrario, aumentan. Si aumentan será solo gracias a las redes pues los medios de comunicación no sirven como convocantes y será señal de que en España puede darse un movimiento social al estilo de los de la primavera árabe.
Que una de las manifas fuera ante la sede del PSOE  nos lleva a considerar la desafortunada actitud del partido de la oposición en todo este conflicto. No parece estar entendiéndolo. La intervención de Rubalcaba en el Congreso carecía de sentido y la línea clara de oposición ha pasado a Izquierda Unida, la única que plantea exigencias al gobierno. La que aparece solidarizándose con los mineros y se mezcla luego en las manifestaciones en contra del último atraco a la sociedad. Del PSOE, en cambio, no se sabe nada. En una situación tan complicada, tan crítica como la actual, carece de discurso y no sirve de orientación a nadie. 
Empeñarse en hacer solo política parlamentaria con un gobierno que desprecia el Parlamento, que cancela el debate sobre el estado de la Nación y cuyo presidente no suele comparecer, carece de sentido. Junto a la parlamentaria, hay que hacer la extraparlamentaria, la que la gente siente como más propia y en la que le va la vida cotidiana. No ser visible en estos momentos de turbulencia y conflicto es muy grave. El secretario general del PSOE fue ministro del Interior, tiene experiencia en estas cosas. Está obligado a manifestar su opinión sobre la actuación de la policía y sobre la forma en que las autoridades de orden público están encarando el asunto.
La jornada de ayer trajo también dos episodios aislados pero muy deprimentes del clima de deterioro en la esfera pública y de la convivencia civica. De un lado, la diputada del PP, Andrea Fabra, hija de Carlos Fabra, el del aeropuerto de Castellón, espetó un "¡que se jodan!" a los parados. Luego, cuando alguien le hizo ver la inmoralidad de la cosa, se explicó arreglándolo y diciendo que se refería a la bancada socialista, no a los parados por quienes ella siente "el máximo respeto". Estaba además muy indignada porque el PSOE hubiera manipulado sus palabras. Pero el PSOE no manipuló nada. La diputada dijo "¡que se jodan!" y se refería a los parados. Si fuera a los sociatas tendría que haber dicho "¡jodeos!" o, más probablemente, "¡joderos!". Pero dijo "¡que se jodan!", esto es, además de mal hablada, mentirosa.
El otro lamentable episodio afectó a Cristina Cifuentes, a quien reconoció por la calle un grupo de matones que la tomó con ella, la increpó y escupió. Y eso, obviamente, no se hace. Es un comportamiento delictivo e intolerable.