El país vive en un estado de shock permanente, del de la acreditada teoría de Naomi Klein. A la angustia de la situación de estar a la espera de un duro castigo, se añade la complementaria de haber sido testigos de lo que sucedió con el vecino griego. La virtual certidumbre de que aquí pasará algo parecido en este mes de agosto. Es cruel tener un pueblo entero viviendo en zozobra, sin saber si el mes próximo dispondrá de sus previstos ingresos o sufrirá una nueva merma de cuantía imprevisible. Y no parece que el gobierno esté haciendo nada por evitarlo, supuesto que quiera. Al contrario, sigue empeñado en un discurso negacionista -no hay rescate, no hay riesgo, no hay condiciones, no hay intervención- parecido al negacionismo de Zapatero al comienzo: no hay crisis. Un discurso absurdo que choca con la convicción generalizada en Europa de que la cuestión no es si habrá rescate o no sino cuándo se hará oficial pues ya es un hecho. En consecuencia, el prestigio del gobierno español en Europa está bajo mínimos.
Lo fácil es culpar de la situación a la fabulosa incompetencia de los gobernantes y es lo que hacen muchos analistas, comentaristas y asombrados actores políticos europeos. Efectivamente, el gobierno derrocha incompetencia en medida insólita. Ofrece la imagen de un grupo de gentes que no saben lo que quieren y son incapaces de comunicárselo unos a otros, mucho más a la opinión pública.
Pero eso es demasiado fácil. Dando la impresión de no saber lo que dicen ni hacen la acción de los gobernantes del PP en el fondo está muy pensada, pero pensada para el coleto y los intereses de cada uno de ellos, no los del país ni los del mismo gobierno.
Rajoy, en su obsesión por sustituir al Rey y ponerse así galanamente au-dessus de la mêlée, ha creado un gabinete de seguridad nacional en La Moncloa para ayudarlo en las situaciones de emergencia internacionales y nacionales en las que suele desaparecer. La idea puede antojarse absurda pero no lo es. Con un gabinete así podrá mandar a alguien en su nombre a visitar las zonas de catástrofe (por ejemplo, Girona, en donde no ha puesto el pie, como tampoco lo hizo en Valencia) sin que le acusen de inhibirse y de insensibilidad. De esta forma el gran hombre se identifica con el monarca al que, si se mira bien la foto, ya está desplazando del centro de la imagen.
Con sus sofismas sobre los derechos de los discapacitados en proceso de nacer y su ataque a la ley del aborto que hace cinco meses le parecía bien, Gallardón parece irse por los cerros de Úbeda del renacimiento del nacionalcatolicismo y perder el mundo de vista. Es posible, pero lo que el exalcalde no pierde de vista es su propia carrera política y esta causa tan malvada como reaccionaria trata de ganarse a los sectores más ultras del partido para su posible candidatura a la presidencioa del gobierno cuando Rajoy termine de dársela.
El ministro de Hacienda, De Guindos, enlaza un vuelo con otro, peregrino de las haciendas y cancillerías europeas, en procura de alguna declaración que fuerce su relato de los hechos y augure una pronta aplicación de los famosos -y etéreos- compromisos de Bruselas. Ayer estuvo importunando a Schäuble en Alemania, pero solo consiguió una repetición de las ambigüedades de rigor acerca de cada cosa a su tiempo. Y del Banco Central Auropeo, que es de lo que se trata, al parecer, ni se habló. No importa; lo que quiere De Guindos es escenificar su incansable actividad para salvar a España mientras el presidente del gobierno inaugura pantanos.
Lo mismo pretende hacer el ministro de Exteriores, García Margallo, cuyo activismo lo lleva a inventarse comunicados conjuntos con importantes socios europeos.
Desde fuera del gobierno, pero cerniéndose siempre sobre él, como gobierno en la sombra del propio partido, reaparece Esperanza Aguirre con ese tono zarzuelero y muy de corrala madrileña que los analistas llaman "populismo". Carga ahora contra las mamandurrias con lo cual se postula como la alternativa a Rajoy en la dirección del partido, como aquella a quien no temblará el pulso para hacer los recortes a los que Rajoy no se atreve. Al propio tiempo, hablar de mamandurrias ajenas hace olvidar las propias, o eso piensa Aguirre cuya concepción patrimonial del poder político es evidente. No está claro, sin embargo, que vaya a salir limpia del proceloso asunto de Bankia.
Lo tienen todo calculado para sus intereses personales pero no saben nada de cuanto sucede fuera. Y de fuera vendrá quien pobre te hará.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).