dissabte, 21 de juliol del 2012

El drama de la realidad

La política, esa tan denostada actividad, tiene a veces momentos dramáticos, que suspenden el ánimo y hasta acongojan. Hay algo tremendo, casi shakesperiano en el destino de este gobierno. Todavía tenemos en la memoria visual (y, si no lo tuviéramos, ahí está Youtube para ayudarnos) la seguridad, el aplomo, incluso la alegre ferocidad con que los más conocidos antihéroes del PP, Sáez de Santamaría, Cospedal, Montoro, González Pons, el propio Rajoy, ponían en ridículo los afanes de Zapatero por mantener el país a flote con la prima de riesgo en torno a los 160 puntos básicos. ¡Cómo se indignaban por el empeño de aquel de mantenerse en el gobierno, arrebatándoles el lugar que les correspondía por derecho propio y porque traían las fórmulas infalibles para reconstruir la situación! ¡Qué impaciencia sentían por la morosidad del sociata al que ya nadie en Europa escuchaba! ¡Qué de chanzas y chirigotas sobre la incompetencia zapateril!
Es impresionante verlos ahora, siete meses después, en los que los acontecimientos vertiginosos los han vapuleado sin piedad, que no son sombra de lo que fueron. Semejan zombies, zombies asustados. Cariacontecidos, cabizbajos, sin reflejos, muchas veces sin poder contenerse, comparecen porque no tienen más remedio a mostrar que no saben por dónde andan, a quejarse, a preguntar al aire porqué las cosas no son como ellos creen que debieran ser, a echar las culpas al maestro armero, desde luego Zapatero, después las Comunidades Autónomas, luego el Banco Central Europeo y mañana, quizá los Sabios de Sión. Cualquiera menos ellos que lo hacen todo de cine. De cine de enredo, de equívoco, cómico. Como cuando es imposible averiguar la cuantía exacta de las necesidades españolas porque un ministro contradice a otro y los dos, a su vez, al presidente del gobierno que aprovecha la ocasión para mostrar que tampoco sabe de lo que habla.
Y este está resultando uno de los aspectos más insólitos de esta crisis, el del comportamiento imprevisto de Rajoy. Se trata de un presidente que vive oculto. Comparece en el parlamento lo mínimo imprescindible, suprime el debate sobre el estado de la Nación y no somete sus medidas a deliberación en sede parlamentaria porque gobierna por decreto, fiado en su mayoría absoluta. Fuera del Parlamento la situación es peor: no concede ruedas de prensa y, si alguna concede es sin preguntas y no hace declaraciones salvo sobre asuntos colaterales, como los partidos de fútbol. Creo recordar que, mientras Valencia ardía, Rajoy estaba en el extranjero contemplando algo de eso. Es un presidente furtivo del que jamás es posible obtener una idea clara, un propósito específico. Todo es ambiguo e inseguro y hay serias dudas sobre su capacidad de raciocinio.
Asegura con frecuencia que sabe lo que tiene que hacer (estos de Público son unos mal pensados) pero es un saber extraño ya que, por otro lado, el mismo personaje afirma que hace lo que tiene que hacer pues no hay opción ni alternativa. Al final, cuando la cosa se ha complicado mucho la simplifica pidiendo un acto de fe. Los frutos de las medidas de hoy se verán en el futuro. Sin duda. Y a partir de ahora, si son amargos, pueden perseguirnos como el fantasma de Banquo a Macbeth.
Al estar las cosas como están uno pensaría que el presidente del gobierno podría romper su acendrada afición al ocultamiento, hacerse presente en el puente de mando, ahora que la mar de la deuda se pone brava y dar seguridad y vigor a la tripulación mostrando su pulso firme y certero juicio. Pero ni lo uno ni lo otro. Rajoy ha vuelto a desaparecer, como tiene por costumbre en los momentos más críticos, aunque supongo que habrá dejado su número de móvil a alguien. Desde luego ha de ser muy duro comparecer en público y que alguien te pregunte qué datos tenías en 2008 para decir que Valencia era el ejemplo de lo que tú querías hacer en España y si esos datos son los mismos con los que operas ahora cuando ese milagro valenciano ha resultado ser un monumento al dispendio, la corrupción y el caquismo, obra de un conjunto de farsantes, logreros y ladrones a los que tú ponías como ejemplo de buena gestión económica.
(La imagen del centro de la portada de El País es una foto de La Moncloa en el dominio público). Por cierto, recuerda lejanamente las comparecencias de ETA para sus truculentos comunicados. Si se les ponen sendas capuchas con photoshop por ejemplo, pueden quedar muy propios.