Hoy, viernes Palinuro firma ejemplares de su libro El sueño de la verdad. Los conflictos en la sociedad abierta a las 18:00 en la caseta 259 de la editorial La Catarata.
Hay algo extraño, casi burlesco, en esa lonja de los rescates en que se ha convertido la política nacional e internacional en los últimos años, casi desde el comienzo de esta crisis que bien podría llamarse la "crisis de los miles de millones evanescentes" como corresponde a su naturaleza más de estafa. Los políticos, los empresarios, financieros, comunicadores en general, forman una turbamulta en la que se cruzan cantidades millonarias con los más diversos propósitos. Los miles de millones han pasado a ser la última razón significativa de la acción humana en todas sus facetas. Nadie habla de la organización social o la representación política o el sistema económico o el educativo, de Europa o de cualesquiera otros temas sino es en términos de miles de millones, de cuántos cuestan o cuántos producen. Los miles de millones aparecen y desaparecen de las portadas de los periódicos como duendes juguetones.
Siendo millones, son números, y los números son el lenguaje del concimiento exacto, de forma que cabría esperar que al cruzarse las cantidades tendríamos claras las opciones. Pero no es así sino al contrario. El baile de miles de millones solo sirve para confundir. En primer lugar porque sus cuantías los sitúan fuera de la capacidad de comprensión de los mortales. Como pasa con las distancias siderales. Cinco millones de años luz es una cantidad que se puede enunciar pero no visualizar. 100.000 millones de euros, tampoco. Y no vale decir que eso solo nos pasa a la gente del común, pero que los políticos y los financieros son otra cosa. No es cierto. Tampoco saben de lo que hablan y, en muchos casos, lo hacen literalmente al tuntún. Porque, exactamente ¿con qué criterios, según qué cálculos, se llega a estas cantidades que, además, suelen ser contradictorias y nada de fiar? Tómese el coste del hipotético rescate español (acabe siendo este lo que sea y con el nombre que menos ofenda al gobierno) del que hay tantas versiones como opinantes, sin olvidar que algunos de estos opinan cosas sucesivamente contrarias. Utilizo cantidades redondas porque el recurso a las centenas, decenas y unidades suele ser un truco para dar verosimilitud a lo que se dice. Bankia iba a necesitar unos 4.900 millones; luego se convirtieron en unos 24.000. Alguien quiso resumir el coste general, cifrándolo en 40.000. El FMI lo dejó en unos magros 37.000. Aparecieron unos alemanes -o quizá fuera Bruselas- hablando de una "inyección" (este curioso término de resonancias médico-curativas requiere más detallado análisis) de 80.000 millones al FROB. Pero a un dirigente (español) del PPE le parecieron pocos y habló de 100.000. Y eso que no sabía, como no sabía nadie, que aflorarían dos cajas más pidiendo otros 9.000 millones que, al parecer, no se habían contabilizado antes. Como pueden no haberse contabilizado oras veinte. Vaya usted a saber.
La crisis procede en gran medida de las operaciones especulativas y, en consecuencia, los discursos sobre ella son también especulaciones con cantidades que nadie visualiza, nadie sabe de dónde saldrán, porque tampoco sabe nadie con seguridad cómo se han calculado. Piénsese en otro baile, menos grandioso, más barrio o país: el de las primas, pluses, sueldos o pensiones que pillan los altos directivos de cajas de ahorros más o menos quebradas: catorce millones se lleva este, ocho el otro, cuatro este otro, uno doscientos, Rato. ¿Cómo se calculan estas retribuciones estratosféricas por actividades que, de momento, dan la impresión de haberse limitado a estar en un consejo o presidirlo haciendo pajaritas de papel? No parece que haya otro criterio sino que se calculan según la capacidad de cada beneficiario en salirse con la suya. En el fondo, de la fuerza.
Por todo esto Montoro, poco dado a la fatiga mental, ha decidido no hablar de números y, cuando se le pregunta, contesta que "no será una cantidad excesiva". De Guindos tambien prefiere evitar un patinazo cuantitativo. Así que, en mitad de la confusión en que cada cual lanza la cantidad que le place, Rajoy decidió zanjar el guirigay con coraje diciendo que quien quiera saber si habrá o no rescate y a cuánto ascenderá el rescate/no rescate, que le pregunte a él. Sería tranquilizador de no ser porque tiene a gala no comparecer en ruedas de prensa y, si lo hace, no admitir preguntas o no contestarlas; de no ser porque ni él mismo da crédito a su palabra, tras haber admitido que hará lo contrario de lo que dijo "si cree que debe hacerlo", es decir, si le viene bien; de no ser, por último, porque aplaza todo pronunciamiento al dictamen de los auditores extranjeros que en este momento están examinando el sistema financiero español.
No es un modo de clarificar las cosas. Para mayor desgracia, tampoco es cierto que el gobierno vaya a tomar medidas según el citado dictamen porque este no le está destinado. El dictamen irá a las autoridades europeas, a Alemania en particular, que serán quienes digan cuál es el margen del gobierno español. Un país que no puede tomar decisiones porque desconoce las magnitudes básicas de la situación económica y ha de esperar a instrucciones de fuera no es soberano y está intervenido de hecho, quiera o no reconocerse.
A título de consolación queda al país todavía la posibilidad de adoptar medidas hacia dentro y también aquí hay un ruido fenomenal con otro baile de miles de millones carentes de significado, cuantificaciones arbitrarias de medidas restrictivas que muchas veces se toman más por razones ideológicas que económicas y que están amparadas en la voluntad (que se cree justa y oportuna) de ahorrar cuanto se pueda y al coste de lo que sea. El último ejemplo es la propuesta de Aguirre de reducir los diputados de la asamblea madrileña a la mitad. Ya se ha cuantificado el ahorro: 50 millones de euros. Es un cálculo absurdo porque no toma en cuenta los costes colaterales de la reducción; pero da igual porque su finalidad es política. El ejemplo se extiende como la pólvora pues empareja con un sentir popular muy contrario a las autoridades. Pero conviene saber en qué lugar está la dimensión óptima de las instituciones y del sector público en general. Una opción ahorrativa máxima (y muy bien venida por algunos, es de suponer) es eliminar el parlamento por entero que, en realidad, sobra porque basta con un caudillo. Es lo más barato. Luego resulta que no, que es lo más caro cuando se meten otras consideraciones en juego como la dignidad de las personas.
El último baile de millones es precisamente el que propicia la extensión de la corrupción en España. Los millones de la Gürtel, por ejemplo, millones que parecen haberse escamoteado a la sombra, incluso, del Santo Padre, con lo que serán, cuando menos, millones santos. Y si las autoridades mientes en los millones, excusado es decir los delincuentes, con los cuales a veces aquellas se alían, si es que no son los mismos.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).