Este finde, mientras se descubría que los Robber Barons de la Península, todos ellos gentes de orden y convicciones católicas, se han levantado el capital de las otrora prósperas cajas de ahorros, se está celebrando en Madrid un aquelarre de la reacción más carcunda, llamado Congreso Mundial de Familias en el que se ha atacado en toda la línea la homosexualidad, el feminismo, la revolución sexual, la promiscuidad, el relativismo, el divorcio, el "extremismo sexual" (sic) etc., enfin la panoplia entera de las obsesiones sexuales de los curas y demás reprimidos de la parroquia, que son un puñado. Lo organiza Hazte Oír, una asociación integrista y colaboran los medios más católicos, como Intereconomía, ABC y la Razón. Participación entusiasta de miembros del clero, entre ellos el inefable obispo de Alcalá, Reig Pla, y de muy representativos militantes del PP, de su sector de sacristía y adoración nocturna, estilo Mayor Oreja.
Si estas organizaciones, gentes, asociaciones se reunieran a hablar de sus cosas, contarse su historias y hacer sus ritos, no habría nada que objetar. El problema es, sin embargo, que estos fanáticos de las convicciones religiosas y morales más ultramontanas pretenden imponer sus alucinaciones como criterio normal en la sociedad, incluso a quienes no son creyentes en sus dogmas. Y frente a eso ya hay que defenderse puesto que en el tal congreso había nutrida representación del PP, tanto mediático como político, dispuesta a poner en práctica y convertir en regla obligada sus supersticiones y mitos, gusten o no gusten a los demás. Porque ellos representan la palabra de Dios.
Hay que fastidiarse. El obispo Reig ha soltado otra soflama en contra de los derechos de quienes no piensan como él a los que tilda de enfermos, desviados, desordenados y en un tris que delincuentes. Pero sigue sin saber de lo que habla. Como todos los reaccionarios (por ejemplo, Aguirre) la tiene tomada con el mayo del 68 e hilvana disparates como este: convergencia de “ideología marxista, freudiana y liberal” que emergió en torno al Mayo del 68 francés. Ha oído campanas, no sabe dónde, pero lo junta todo. La revolución sexual, el psicoanálisis y el marxismo, el llamado freudomarxismo es de los años veinte y primeros treinta. Y el liberalismo no pinta nada en ninguna de las dos fiestas; es en realidad una reminiscencia del Syllabus de Pío Nono, cuando se condenaba el liberalismo, el racionalismo (¡incluso el moderado!) en el siglo XIX, siglo en el que Reig Pla estaría más a sus anchas. En mayo del 68 hay muchas otras cosas que el obispo ni huele; hay anarquismo, comunismo prochino, surrealismo, dadaísmo, situacionismo...En fin, es asunto complejo. Por eso quiere Aguirre destruir su recuerdo; no le gusta la complejidad. Prefiere la simplicidad. Se nota.
La idea de la sexualidad (la "sana", claro está, aunque lo que interesa a estos voyeurs enfermos es la "insana") del Congreso no puede ser más absurda, con todos los respetos, más ajena al sentido común. La sexualidad se sublima, idealiza y se presenta como algo precioso, nada menos que un regalo de Cristo a los seres humanos. Siendo esto así ¿por qué renuncian a ella los curas? Rechazar un regalo de Dios, ¿no tiene su punto de soberbia? Allá resuelvan ellos este misterio de que la gente dé crédito a lo que dicen unos que no hacen lo que dicen. Porque este es ya el núcleo del absurdo casi surrealista, como lo del 68, y es que aquellos que renuncian a la sexualidad son quienes orientan en la suya a los que no renuncian. La sexualidad es un mundo intrincado y, si no se practica (solo, acompañado, en grupo, al alimón, como sea) no se puede conocer y de lo que no se conoce no debiera hablarse. Sin embargo no paran de hacerlo, metiéndose en donde no les llaman, en todas las casas y todas la camas, con la pretensión de obligar a la gente a adaptar su comportamiento íntimo a las estrechas reglas fabuladas por una tradición de neuróticos.
Porque el Congreso se llama de familias, pero el plural sobra ya que el supuesto fundamental no es que la familia deba protegerse sino solo la familia católica. Las demás no tienen ni derecho a llamarse familias. ¿Por qué? Porque la familia es lo que la iglesia católica diga que es y eso pretenden acorazarlo en la legislación civil, que obliga a todos, católicos y no católicos. Esa idea de la familia presupone un matrimonio entre hombre y mujer, no con fines concupiscentes, sino de reproducción de la especie, siendo obligatorio acoger cuantos hijos quiera Dios mandarnos, sin medios contraceptivos. Unión de por vida, hasta que la muerte separe lo que quizá unió erróneamente la vida. Una concepción antediluviana de la familia que no conseguirán imponer ni a los católicos. Y una que descansa sobre la recuperación de la autoridad marital en el seno del matrimonio. El Congreso de Familias vería con buenos ojos -si los congresos tuvieran ojos- que las mujeres, tocadas por el Señor en sus almas femeninas, vieran de nuevo la luz, abandonaran esa locura de la igualdad, y sumisa y mansamente volvieran al hogar y al fogón y a experimentar las delicias de la esclavitud. Año del Señor 2012.
Monseñor Reig Pla truena contra el feminismo y, ¡oh, sorpresa!, la ideología de género. No está muy claro qué enciende la santa ira del prelado el feminismo y la ideología de género aunque sea de suponer que la obscena y diabólica pretensión de alcanzar la igualdad de ambos sexos en todos los aspectos de la vida. No lo dice porque no se atreve, pero lo piensa. Pues, ¡qué! ¿no fue hecha Eva de una costilla de Adán? ¿Cómo va a ser igual a Adán? ¿Cómo va a ser la parte igual al todo? Mujeres: desfilando hacia la cocina. Dejad el mundo a los hombres pues ya veis lo bien que lo hacen. Y hasta es posible que, habiendo estos recuperado su autoestima, os maten menos. Desde luego, garantizado, se sabrá menos y ya se sabe que ojos que no ven...
Los homosexuales tienen rancho aparte y en este Congreso los han puesto de chupa de dómine. Uno incluso ha dicho que los homosexuales buscan el fin de la especie, majadería típica de recurso al "enemigo exterior", el otro, para crear un "nosotros" ficticio con el que machacar a los demás, agarrotamiento moral que solo se alivia en matanzas, pogroms, persecuciones. Es llamativa esa inquina, ese odio inacabable de los católicos, sobre todo de su clero y, desde luego, de Reig Pla a los homosexuales. Aunque lo disfrazan de caridad y no es otra cosa que hipocresía y desprecio, es una obsesión que debe de tener algún motivo. Porque, aunque se admitiera que la homosexualidad fuera un pecado, hay otros capitales mucho más extendidos y peligrosos, como la avaricia, la envidia y no digamos la gula. Basta con ver a los obispos. Esta obsesión particular es por la enfermiza relación que los curas establecen entre la homosexualidad y la lujuria porque es lo que tienen más cerca. Así como la pederastia, también muy frecuente entre el clero y que es el mayor de los ataques a la familia puesto que consiste en dañar el fruto del santo matrimonio.
Carece de toda validez lo que diga una congregación de gente entre la que se da tanta pederastia sin que, por otro lado, haya una actitud decidida de condenarla, perseguirla y castigarla sino al contrario, de encubrirla y excusarla con razones taimadas, ambiguas y falaces.
Así que ya puede la carcunda, tan del gusto del gobierno de hoy, vociferar lo que quiera. La humanidad seguirá su camino hacia una sexualidad libre, digan lo que digan estos cuervos de torcidas doctrinas y almas amputadas.
Así que ya puede la carcunda, tan del gusto del gobierno de hoy, vociferar lo que quiera. La humanidad seguirá su camino hacia una sexualidad libre, digan lo que digan estos cuervos de torcidas doctrinas y almas amputadas.