Ya pueden ilustres politólogos quemarse las cejas en busca de los más exactos y refinados indicadores sobre la "calidad de la democracia". Trabajo inútil, tirado a la basura. Ningún experimento de laboratorio podrá anular jamás el torrente mismo de la vida que mana a borbotones de una realidad multifacética y maravillosa. En España, por ejemplo, a pesar de la relativa juventud de su democracia, podemos dar lecciones a las más afianzadas del planeta. Y lecciones consistentes, de las que dejan huella.
¿Quién dijo que los magistrados debían ser seres grises, anodinos, estrictos hasta la neurosis en el cumplimiento de su deber y pundonorosos? Eso era en tiempos de los hugonotes y calvinistas. Hoy, un magistrado del Supremo, su Presidente, puede ser un devoto de comunión diaria y un fastuoso aunque discreto juerguista que se pule la pasta de los contribuyentes en cenas opíparas en el íntimo e incomparable marco marbellí. Y si alguien quiere hacernos retroceder al tenebroso pasado borgoñón de la rendición pública de cuentas, la Fiscalía corta el intento en seco aplicando una concepción revolucionaria del derecho, según la cual los gastos de un cargo público son privados o no según lo que el mismo cargo público decida. Bueno, solo si es juez.
Jueces son también los que en la Audiencia Nacional han decidido que en los 2.000 millones de Botín residenciados en Suiza no hay ni tantico así de ilegalidad. Si los millones están allí, que habrá que probarlo, pues suena a bulo para debilitar la banca, sus buenas y patrióticas razones tendrá Botín que solo piensa en el bien de España. Entre tanto, el que hace un butrón en una sucursal del Santander se come un marrón de años de cárcel. ¿Cómo vamos a llevar nuestro frenesí igualitario a comparar un benefactor de la patria con un pringao butronero? Eso no es democracia, sino igualitarismo envidioso y vergonzante, ultrademocratismo cercano a la anarquía.
La chulapa marquesa del pueblo, que gobierna Madrid con un empaque y un tronío dignos de la Virgen de Guadalupe, cada vez que abre la boca, miente, así que la historia del engaño en la cuantía del déficit de la Comunidad solo demuestra que quienes se escandalizan por ella no saben que es el estilo ordinario de la casa: mentir, falsear datos, ocultarlos, negar información a la oposición, neutralizar medios y personalidades críticas. Y si, para hacerlo, hay que invocar el reino de dios, los cimientos de la patria, la sangre de los mártires, se hace. Todo antes que confesar que está al frente de un gobierno que, al tenebroso asunto del Tamayazo, ha añadido prácticas supuestamente delictivas, con ánimo de llevárselo todo a casa crudo.
Dice la Marquesa que debe suspenderse la final de la Copa del Generalísimo (que es su verdadero título) porque los rojos separatistas vienen a silbar el himno español y al Rey. Francamente, lo mejor que puede pasarle al himno es que no se oiga de feo que es. En cuanto al Rey, si lo silban, que devuelva el gesto como ya hizo con displicencia borbónica hace unos años con una peineta que sin duda Aguirre aplaudirá pues demuestra que por la venas del Rey corre la sangre de españoles orgullosos y madrileños altivos. La Patria. La Patria bienamada de este hatajo de gandules.
(La imagen es una foto de galería de Esperanza Aguirre, bajo licencia de Creative Commons).