Si no llega a ser porque Juan Carlos de Borbón, famoso por su tendencia a abrir las puertas con las narices y a quedarse con el manubrio en la mano al mejor estilo del inspector Clouseau, dio un traspiés de madrugada y se rompió la cadera, nadie se habría enterado de que el muy pillín había agarrado las de Villadiego el finde a cazar unos elefantes en Bostwana. La empresa privada que organiza estas carísimas y crueles cacerías para que unos cuantos individuos adinerados puedan sentirse lo que probablemente no sean, esto es, hombres, había colgado en su web (para retirarla de inmediato) la repugnante foto de la izquierda en la que el personaje que reina en España posa tan satisfecho ante el despojo de un bello animal que él ha asesinado. La foto es infame, un monumento a la imbecilidad del ser humano, capaz de enorgullecerse de destruir la biosfera que lo sostiene, y conviene darle la mayor difusión en la red, para que todo el mundo vea de qué estofa está hecho el monarca español.
Hay dos aspectos en este indignante asunto que merece la pena destacar: el primero es el secreto de las actividades finisemanales del Monarca. Se dirá, supongo, que el Rey es también persona privada y, como tal, tiene derecho a no decir cómo, dónde y cuándo va a donde quiere como persona privada. Pero eso es mentira. El Rey no tiene nada privado entre otras cosas porque es Rey por el hecho más privado de todos, que es el nacimiento. Así que quienes pretextan la tal privacidad del Rey, yerran o mienten como bellacos. Y la prueba a contrario es ver con qué sigilo se preparan estas fechorías en la Casa Real. Si en verdad fueran privadas y no plantearan problemas al hacerse públicas, ¿por qué tendrían que ser tan reservadas y secretas? Obviamente porque todo el mundo sabe que están mal. Que Juan Carlos, siempre con un ojo en la opinión pública, no se dé cuenta de esto revela hasta qué punto es duro de mollera para las cosas que, en el fondo, le gustan.
El segundo aspecto hace referencia a la cacería en sí. Probablemente será legal. Estaría bueno que, además de escaparse en secreto, el Rey se dedicara a cometer delitos. Sin duda es legal. Pero ¿es moral? Dejemos aparte el hecho de que cada elefante abatido cueste, en total, unos 40.000 € (esto es, unas sesenta veces el salario mínimo), cosa que es infumable en tiempos de escasez. Recuérdese, además, que en la mayor parte del mundo, en la que reina la miseria, la necesidad y el hambre, con 40.000 euros hago yo legal el canibalismo de niños y, con 100.000, el empalamiento de disidentes. Son lugares en lo que la legalidad se compra con dinero contante y sonante (también entre nosotros, no se crea, pero lleva algo más de tiempo y esfuerzo y se disimula un tantico) y, por lo tanto, el argumento legal carece de todo valor.
Será legal; pero es profundamente inmoral. Se objeta que los elefantes están en peligro de extinción pero tampoco lo veo un argumento definitivo porque parece querer decir que, si no lo estuvieran, cazarlos por diversión sería correcto y tampoco es cierto. Estén estos u otros animales en extinción o no, cazarlos por diversión, por entretenimiento, por pasar el rato es inmoral, estúpido, cruel e inhumano. Ciertamente todo esto no es privativo de la monarquía. Hace poco supimos que un exministro socialista, Bermejo, y el gran juez Garzón, a quien Palinuro tiene en altísimo aprecio comparten con el Rey esta repugnante afición, aunque en menor escala. Pero el hecho es que el pastel del Rey se ha descubierto, ironías del destino, un 14 de abril.
Aprovechando la feliz coincidencia, ¿no podría Juan Carlos abdicar y convocar de una vez el referéndum que se nos debe desde hace 37 años para averiguar si los españoles queremos la Monarquía restaurada por Franco o nuestra República que este genocida nos arrebató por la fuerza y el terror para volver a sentar en el trono a este matador de osos en Rusia y elefantes en Bostwana?