dissabte, 17 de desembre del 2011

Indignación y/o resignación.

La crisis está sacando a luz las miserias, las vergüenzas, las canalladas de un sistema mundial que prácticamente todos rechazan pero nadie cree que pueda cambiar. La humanidad ha avanzado mucho en general y todo tiempo pasado fue peor. Pero lo actual enciende la sangre y encrespa el ánimo. Africa es el continente de los horrores para millones de seres humanos. En América Latina están algo mejor pero son millones igualmente los que padecen las consecuencias del subdesarrollo. En la China mil millones viven bajo un régimen tiránico productivista que no respeta sus derechos humanos. En la India es el sistema económico el que hace que esos derechos sean papel mojado para otros casi mil millones que viven en una sociedad de castas. En Europa son cientos de millones que viven un proceso de empobrecimiento galopante y miran con miedo un futuro que amenaza con ser mucho peor. De Rusia no hace falta hablar y en los Estados Unidos las cosas no habian estado tan mal desde 1929.

De pronto se oye un grito: ¡indignaos! Surge la indignación y se propaga como la pólvora. Primavera árabe, spanishrevolution, la ocupación de Wall Street. Todo manifestación callejera que sólo en los países árabes ha dado lugar a alteraciones institucionales. En el resto, la cuestión es si la indignación del 15-M que, en parte, es una indignación contra la resignación, puede ir más allá de ésta. En el futuro no se descarta nada; pero las indicaciones del presente no son halagüeñas. La misma aparición de los Anonymous apunta al carácter del movimiento y sus limitaciones. La idea es que la resistencia al sistema surge espontáneamente, es anónima, no tiene estructura, no se puede reprimir y golpea en donde duele. Pero esa es la idea. La realidad es que un movimiento anónimo está abierto a todo, incluso al contramovimiento. Que sea además un fenómeno de la red deja el problema en donde estaba al principio. Actuar en la red es hacerlo en los nervios del sistema. Pero éste es muy complejo. Nada hace tanto daño a Anonymous como ese vídeo en Youtube en el que anuncia que aniquilará Facebook el 5 de noviembre... pasado.

Es la complejidad lo que cuenta. La complejidad de la globalización que no es una palabra, sino una realidad. El mundo está metido en sí mismo como nunca antes. Así descubre que los actores mundiales ya no son sólo los Estados nacionales (y, de estos sólo algunos, pues los demás eran "actuados") sino que se añade todo tipo de entes, religiones, empresas privadas, organizaciones internacionales, delictivas, terroristas o de socorro humanitario. A veces los más importantes Estados muestran su impotencia, por ejemplo cuando Sarkozy pierde los nervios porque las agencias de rating bajan la calificación de la deuda francesa. La globalización es un campo de batalla con fuego cruzado en el que no se respeta nada.

Entre tanto, la política, la actividad de los partidos, los debates, las opciones electorales siguen planteándose en términos domésticos que son ficticios pues en los Estados no rige hoy el principio de soberanía interna. Grecia e Italia tienen gobiernos directamente nombrados por los mercados. Portugal y España también, aunque por intermedio de los electorados que han entendido perfectamente el mensaje de la resignación. La soberanía siempre fue una ficción; pero ahora es una quimera.

En la divisoria izquierda/derecha en las políticas nacionales la derecha lleva las de ganar porque es ella la que gestiona la globalización según sus criterios neoliberales. La izquierda, enredada en la ficción de las políticas nacionales, no tiene discurso para la globalización que considera un proceso objetivo, ajeno ante el que hay que pronunciarse, no como algo que pueda hacer ella misma, gestionar ella misma. Por eso se desdobla en dos grupos: los partidarios de adaptarse, como uno se adapta al tiempo y los partidarios de combatirla, como uno lucha contra una plaga. No es dificil de entender que la izquierda es parte de la globalización misma; que ella no lo vea es otra cuestión. La que explica porqué no tiene discurso sobre ella. Y, sin embargo, es el que hay que construir porque es en ese terreno en el que se juega el porvenir de sus ideales.

Ahí tiene que darse el debate de las ideas que todos reclaman. Pero, para que suceda, hay que empezar por organizarlo. El Partido Socialista Europeo, la organización más amplia de la izquierda europea, podía convocar un congreso para debatir un programa común para Europa, primero aoordado por los socialistas y puesto luego de nuevo en debate en otro congreso al que acudan las demás izquierdas que lo estimen pertinente. Si eso se hace, seguro que salen propuestas alternativas a la gestión de la crisis en el orden europeo y global.

(La imagen es una foto de tasteful_tn, bajo licencia de Creative Commons).