La pugna por la sucesión de Zapatero en el PSOE está llevándose con guante de terciopelo en el que, por supuesto, puede haber un puño de hierro. Pero, de momento, reinan las buenas maneras. Los militantes de proyección pública se pronuncian en libertad sobre uno u otra candidata. A favor o en desfavor. Con alguna estridencia de vez en cuando, como esa de Bono a gritos en el cuarto de banderas y alguna sabia conseja, como la de López recordando al ex-ministro que su partido ya se llama español. Recordatorio inútil pues Bono tiene muy claro que el PSOE es español; lo que no parece tener tan claro es que, además, es socialista y obrero.
Madina y Vázquez se han retirado y sólo parecen quedar dos posibles candidatos, Chacón y Rubalcaba, si bien ninguno ha dicho nada aún. Personifican dos generaciones distintas en su partido: la de la transición y la de la post-transición. Palinuro insiste en que sería bueno escuchar la opinión de la militancia en general, no sólo la de los jefes, cargos, ministros, representantes, que es también lo que dice Fernández Vara. Nadie estará reprimiendo con traidoras mañas que se formulen esas otras opiniones de forma que, si no se producen, será porque no las hay. Y los dos precandidatos harán bien en seguir en sus intenciones.
Sus declaraciones están siendo correctas. Chacón dice que es el momento del debate de las ideas, después vendrán los nombres. A su vez, Rubalcaba pide una oposición intensa desde el primer momento. Es lo que tiene que hacer porque es lo que le toca. Pero no puede soslayar el "debate de ideas" chaconiano. Sobre todo porque no tiene que hacerlo él sino su partido para llevar sus conclusiones al congreso en el que se elegirá un secretario general para que proponga un proyecto a la sociedad.
No es claro el ámbito de las ideas a que se refiere Chacón. Si es el de la política concreta en España y la oferta electoral hay poco debate entre los dos candidatos pues ambos propugnan lo mismo: la vuelta a un programa socialdemócrata, parcialmente abandonado por la presión de la crisis. Debate cerrado. Vuelve a abrirse, sin embargo, en cuanto alguien pregunte: ¿y qué es un programa socialdemócrata? Pero entonces el ámbito de las ideas en debate cambia. Ya no es la política practica, inmediata, de cómo se ganan unas elecciones, sino la más doctrinal del sentido de la izquierda en nuestro tiempo.
La defensa del programa socialdemócrata ha de hacerse en dos frentes: el de la derecha y el de la izquierda. La diferenciación de la derecha es relativamente sencilla sobre todo desde que ésta se ha ido a las posiciones neoliberales más extremas y se manifiesta contraria al Estado del bienestar. Consiste en defender los servicios públicos universales y gratuitos o casi gratuitos por entenderlos como derechos de las personas, en especial la sanidad y la educación. Política fiscal progresista e intervención justa en los mercados. Todo ello interfiriendo lo menos posible en su funcionamiento, pero no dejándolos a su libre y destructivo albedrío.
La diferenciación frente a la izquierda que se considera a sí misma "verdadera" o "trasformadora" resulta más difícil al PSOE. No consiste en encontrar para sí un lugar al margen de la izquierda, ya que eso situaría al socialismo en el "centro" que, como se sabe, es un lugar inestable, inseguro y algunos dicen que inexistente. Antes bien, consiste en recabar su condición de izquierda de siempre dejando a la llamada "transformadora" la designación de otra izquierda. Habrá quien diga que eso no es suficiente y que es preciso probar que esa otra izquierda en realidad no es tal, recurriendo a la famosa pinza y otras muestras de lo que tradicionalmente ha sido el comunismo, que es el endoesqueleto inconfeso de esa otra izquierda.
En realidad el problema de demarcación lo tiene esa otra izquierda, carente de discurso propio y necesitada de empujar a la socialdemocracia hacia la derecha para ponerse en su lugar. No merece la pena, por tanto, dedicar más tiempo a esta tarea ya que, por cuanto se ve, la otra izquierda no tiene visos de llegar al gobierno que es el único lugar desde el que se transforman las cosas. Su costumbre es cultivar la irrelevancia y, en espera de que las masas vean por fin la luz de la verdad que llevan treinta años ignorando libremente, considerar un triunfo la obtención de once diputados en el Congreso de los diputados. O sea, el 3,1 por ciento.
La diferenciación frente a la otra izquierda la extrae el socialismo de su tradición de socialismo democrático y gran impulsor (aunque no el único) del Estado del bienestar. Esto lo c0mpromete a una extensión de la democracia y ampliación a todos los ámbitos de la sociedad, incluido el económico. Debe haber trabajadores en el control de las empresas y en las decisiones sobre ellas, a cambio de la vinculación de los salarios a la productividad. Tiene que haber una revolución de la fiscalización democrática de todos los actos de las administraciones públicas a través de la política 2.0 y el uso masivo de las redes sociales. Por supuesto la socialdemocracia ha de seguir ampliando los derechos civiles y los derechos de la minorías, apoyando siempre la perspectiva de género y con una clara conciencia medioambiental. En ese orden de ideas hay que moverse.
(La imagen es una foto de Cham (Christian Amet), bajo licencia de bajo licencia de Creative Commons).