Nanni Moretti es un hombre peculiar. Tiene genio, ironía, sentido crítico, que empieza ejerciendo consigo mismo, como se ve en su Querido diario. También es un director comprometido políticamente en un sentido progresista como se ve en su burla de la Italia de Berlusconi en El caimán. Igualmente tiene justa fama de inconoclasta. Por eso lo que uno se espera al ir a una peli de Moretti sobre el Vaticano y el Papa sea un ataque, una crítica al estilo de las que tradicionalmente dedican los intelectuales al pontificado. Una continuación del espíritu de André Gide, de Roger Peyrefitte, Rolf Hochhuth o, más recientemente, Leo Bassi.
En efecto, la película es deliciosa por muchos conceptos y rebosa sentido del humor. No sólo respecto al solio de San Pedro, sino también a otros aspectos de la vida, como la actividad y las neurosis de los psicoanalistas, las excentricidades de los actores teatrales o los absurdos de los medios de comunicación. Pero la historia se concentra en una visión irónica, burlesca, del colegio cardenalicio y los protocolos del Vaticano, la elección del Papa, la guardia suiza, el modo en que la Santa Sede, centro de peregrinación de decenas de miles de fieles, administra la información. Y, con todo, no es un ataque a la institución ni un cuestionamiento de ésta en un plano político, religioso, social sino solamente en el plano humano.
Michel Piccoli interpreta magníficamente el papel del cardenal Melville, elegido papa de modo inopinado y contra toda previsión. El propio Moretti da vida a un psicoanalista, primera figura en su profesión, llamado para resolver lo que sin duda es el caso más complicado de su carrera. Algunos críticos comparan a Moretti con Woody Allen porque ambos son directores que interpretan sus películas y con papeles análogos. Ni color. Ya quisiera el de Brooklyn alcanzar la hondura y naturalidad de Moretti.
La película gira en torno a una idea brillantísima del director que no se revelará aquí por no destrozar el interés de la obra pero que es realmente original. Moretti parece haberse preguntado ¿qué pasaría si...? Un supuesto insólito y, además, alcanza lo más íntimo de la mísera condición humana si necesidad de plantear problemas metafísicos o andar a vueltas con la cuestión de la sinceridad de la jerarquía eclesiástica.
Lo que sucede es que la idea se come la película. Es tan curiosa e interesante que el director no ha resistido la tentación de dejarla para el final, como si fuera un thriller, empleando el relato para ir acumulando tensión, cosa en la que Moretti no sobresale, ya que es incapaz de concentrarse en la narración, pues se regodea en los detalles, en los que es maestro. En realidad lo que está diciéndose es que la peli tiene un fallo garrafal de guión. Hubiera sido mejor exponer lo que aquí aparece como desenlace al principio y contar luego el resto en flash back. Incluso, más radicalmente, quizá hacer otra película a partir del supuesto ya que, siendo sin duda interesante ver cómo ha podido llegarse a esa situación, lo es mucho más aventurar cómo pueda resolverse, es decir, como actúa una institución milenaria que lo tiene todo previsto cuando se encuentra con algo que no lo está. La película deja ese interrogante abierto. Con un poco de suerte Moretti se decide a hacer una segunda parte.
En todo caso es una gran película en esa tradición del cine europeo que no solamente no tiene efectos especiales sino que tampoco se somete a las convenciones narrativas del cine estadounidense.