Se ha dicho ya tantas veces que los mercados dominan la política que, cuando dan una vuelta de tuerca más, hasta parece lógica. Se hace realidad la célebre exclamación de Maura de ¡Que gobiernen los que no dejan gobernar!. Se llega así a la alucinante situación de que los banqueros, que forman parte del conglomerado financiero que ha provocado el mayor desastre del capitalismo, ya no sólo dan las órdenes desde sus lujosos despachos, sino que descienden a la arena política y se hacen cargo de los gobiernos. No los banqueros propiamente dichos, que no se manchan en estos menesteres, sino los bancarios, sus empleados, sus peones de brega, tanto más peligrosos cuanto que han de mostrar resultados para justificar sus astronómicos salarios. Y es lógico: si los países están en quiebra, hipotecados, los bancos se quedan con ellos con la intención de ponerlos en subasta, a trozos o enteros.
Esta situación es el resultado esperable de las políticas neoliberales de la derecha en todo el mundo en estos últimos treinta años. La dictadura del capital que ahora se impone (como se ha impuesto en Grecia, en donde el Gobierno no puede ni convocar un referéndum) se alza sobre un terreno concienzudamente preparado por la derecha con sus políticas económicas de desmantelamiento del Estado del bienestar y hegemonía del mercado irrestricto. Se trata de una especie de golpe de Estado financiero planeado con mucha antelación.
La derecha se propuso destruir el Estado del bienestar a base de asfixiarlo económicamente y hacerlo inviable. Lo anunció en los años setenta del siglo XX con la "Crisis y hundimiento de las democracias", que vaticinaba por entonces la Trilateral. El Estado del bienestar era inviable a largo plazo por un crecimiento exponencial del gasto público que llevaría a una crisis fiscal pues no podría hacer frente a las demandas crecientes; esto es, lo que se llamaba la "revolución de las expectativas crecientes" y la correspondiente quiebra. En esto coincidía la derecha con algún economista marxista. Pero había una diferencia esencial: el economista hablaba de lo que preveía; la derecha lo tenía como un programa de acción. Es decir, el Estado iría a la quiebra porque ella lo llevaría a la quiebra. Una "profecía que se autocumple" como mejor manera de destruir el Estado del bienestar.
El procedimiento es sencillo: allí en donde gobierna la derecha, descapitaliza el Estado (baja impuestos, desregula, liberaliza, malvende, privatiza) y lo endeuda durante años en obras faraónicas o militares pero no sociales. No es causal que Ronald Reagan dejara los Estados Unidos endaudados con el mayor gasto público de la historia, que Clinton los volviera al superavit y que el segundo Bush retornara a la deuda incrementando el gasto militar.
Es la fórmula conservadora: se reducen ingresos, se gasta sin tino, se endeuda al país, se le arruina y, cuando está en la ruina, se dice que hay que rescatarlo haciendo pagar a los más desfavorecidos. Eso es también lo que ha hecho la derecha en España. El gobierno de Aznar al crear la burbuja inmobiliaria, endeudó España para los años venideros (que son estos de ahora), cuando él ya no estuviera en el gobierno y otros tuvieran que cargar con las consecuencias de su despilfarro. Lo mismo ha hecho Camps en la Comunidad valenciana, dilapidando los recursos en proyectos faraónicos y dejando una comunidad tan endeudada que no puede pagar la enseñanza. Lo mismo también Ruiz Gallardón en el ayuntamiento de Madrid, que carga con la mayor deuda de todos los de España o Esperanza Aguirre en la Comunidad que estará (estaremos) pagando sumas ingentes durante los próximos treinta años por media docena de hospitales nuevos de gestión privada y que, cuando retornen al pleno dominio público, estarán anticuados.
Así que la dictadura del capital obedece a un plan bien diseñado y premeditado en el que ya no solamente está en juego el Estado del bienestar sino las propias instituciones democráticas que cada vez se configuran más como meros escenarios inútiles porque las decisiones se toman en otras partes y porque el gobierno real de las democracias, el gobernalle, el timón, el que dirige la nave, está en otras manos, manos que no ha elegido nadie, que no responden ante nadie y que ni siquiera explican lo que pretenden, como estaban obligados a hacer los pretores al comienzo de su mandato anual en la República de Roma.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Por el triunfo incontestable del capitalismo a escala mundial, que no solamente se ha deshecho de su viejo rival, el comunismo (hundido irremisiblemente hace ahora veinte años) sino que no se enfrenta en casa a ninguna alternativa viable. La izquierda está desorientada y sin capacidad de respuesta. La socialdemocracia, la única opción verosímil, lucha contra una derecha avasalladora que se impone por el poder del capital y el monopolio de los medios de comunicación y una izquierda en la órbita comunista que sigue operando con los conceptos zombies (Beck) procedentes de un mundo en el que había una Unión Soviética, de cuya desaparición ha sido incapaz de dar cuenta.
Y sin embargo es imprescindible que la socialdemocracia se imponga a la dictadura del capital porque ésta no sólo vacía de contenido la democracia sino que, a la larga, nos llevará a la guerra pues para esa siempre hay dinero. Ya lo está haciendo, aunque no lo parezca, porque las guerras quedan lejos. Pero eso es de momento.