Lo que necesitaban los políticos para mejorar su imagen era liarse a bromas de mal gusto y a insultos soeces. Gregorio Peces-Barba y Joan Tardá se han retratado. Como antes lo había hecho Durán i Lleida, el huesped permanente del Palace, que lleva días diciendo disparates sobre los andaluces y los homosexuales. No han llegado a las manos, como recientemente los diputados italianos, otro prodigio de gentes sensatas, dialogantes y bien educadas, probablemente por falta de ocasión.
"Las palabras son pistolas cargadas", decía Sartre en Las palabras y las cosas. En este nuevo rifirrafe no se sabe qué sea más desagradable, si la necedad de Peces-Barba o la grosería de Tardá. En las palabras del primero, una ironía que encierra cierto cinismo y no está mal vista en los ambientes cultos del nacionalismo español, se esconde mucha más carga y más malévola que en el exabrupto tardanesco que es simplemente brutal. Por cierto, no creo que al hablar de los bombardeos de Barcelona, Peces-Barba se refiriera a las bestialidades de los fascistas en 1938; eso sería demasiado. Seguramente se referiría a los que ordenó Espartero en 1842, que fueron dos desde Montjuich. Por supuesto, absolutamente reprobables pero mucho menos mortíferos que los de los franquistas desde el aire casi cien años después.
Pero eso es lo de menos. Lo importante es el espíritu que encierra la observación sobre la guerra de la independencia en Cataluña y en Portugal en 1640. Por otro lado nadie ha reparado en que quienes tendrían que sentirse más insultados serían los portugueses porque la observación de Peces-Barba de que mejor "nos" hubiera ido si hubiésemos vencido a Portugal quiere decir que, en el fondo, los portugueses son más dóciles, menos rebeldes que los Catalanes, menos turbulentos y fieros.
Porque esto es lo más turbio del despropósito, que supone que "nosotros" (un "nosotros" en el que Palinuro no se incluye y del que los catalanes están excluidos por el nacionalista español Peces-Barba) hemos conquistado Cataluña como Trajano conquistó Dacia. Y éste es el que va luego por ahí diciendo que Cataluña es España y que los nacionalistas catalanes no son capaces de comprender su profunda idea de la "nación de naciones" que, visto lo visto, debe responder más o menos a la figura de la gallina y los pollitos.
A su vez Joan Tardá es un impresentable. Porque lo peor no es que insulte groseramente a Peces-Barba sino que crea que "hijo de puta" es un insulto. Hace falta ser reaccionario, señorito, clasista, injusto e ignorante para usar "hijo de puta" como insulto. Y el hombre lo piensa muy convencido y, tratando de arreglarlo, se retrata todavía más cuando dice que "no quería insultar a la madre de Peces-Barba", con lo que insiste en que la condición de puta es materia de insulto, como pueda ser la de violador, ladrón, estafador o corrupto. Y no, no lo es. La condición de puta suele ser bastante desgraciada, objeto de todo tipo de abusos, vilependios, violencia y crímenes; de víctima, en definitiva. Y cuando no es así, sino resultado de una decisión más o menos libremente adoptada, tampoco es materia insultable. O no más que la de diputado nacionalista catalán.
El busilis del asunto está en el nacionalismo. He tratado de escarbar en mi memoria en busca de algún nacionalista que tuviera sentido del humor y no lo he encontrado. Declaman la gloria de su patria o insultan a la ajena. Y resultan tan irrisorios como esos perros de aguas que ladran furiosamente cuanto tienen miedo.
(La primera imagen es una foto de Rastrojo, bajo licencia de GNU Free Documentation. La segunda, una foto de 20 Minutos.es, bajo licencia de Creative Commons).