Corren malos tiempos para el PSOE. Conozco a más de un socialista de toda la vida que no se atreve a decir a los encuestadores que votará a su partido por si alguien lo oye y le da en la cabeza con algún argumento de Intereconomía. Puede estar operando la ley de la espiral del silencio. Hay tal desánimo entre los votantes socialistas que muchos no declaran su intención. Y, sin embargo, el voto al PSOE es tan legítimo (por supuesto) y tan racional como cualquier otro.
En primer lugar es el único partido que puede impedir un triunfo de la derecha o, por lo menos, uno por mayoría absoluta. En sí mismo este es un argumento negativo, aunque nada desdeñable. No porque no asista al PP un derecho a ganar y por mayoría absoluta sino porque no ha hecho nada por merecerlo. En esta legislatura el partido de la derecha no ha contribuido a la recta gobernación del Estado o a sacarlo de la crisis. Al contrario, se ha opuesto a todo y ha dificultado la solución de ésta cuanto ha podido. Es verdad que eso es lo que ha de hacer la oposición. Pero hasta un límite, el del funcionamiento de las instituciones y el interés colectivo. Límites que el PP ha roto en numerosas ocasiones, bloqueando aquel o utilizando la lucha antiterrorista con fines partidistas.
Al PSOE se le reprocha que en su segunda legislatura se haya plegado a los dictados neoliberales europeos y haya abandonado su programa socialdemócrata. No es fácil saber si cabía hacer otra cosa, pero sí es cierto que el desarbolado socialista de la segunda legislatura ha incluido el resto de sus políticas en los ámbitos asistenciales, de igualdad, religioso o de lucha contra la corrupción. Para algunos sectores el PSOE en realidad carece de política y se limita a sobrevivir. Eso probaría que es racional votar al PP sólo para impedir que continúe este desaguisado. Lo que sucede es que, presentándose el PP como se presenta, también es racional votar al PSOE para impedir su triunfo.
Aparte de esa racionalidad, el PSOE viene avalado por una tradición de izquierda democrática con experiencia de gobierno y experiencia que, salvas las excepcionales circunstancias del momento, es positiva. Entre la izquierda que no es el PSOE hay una verdadera competición por ver quién lo identifica más con el PP al grito de ¡PSOE y PP la misma mierda es! y le niega la condición de izquierda. Es una afirmación muy típica de estos grupos que suspiran por la unidad y son una exhibición de autoridades mayores y menores dedicadas a dogmatizar sobre qué es y qué no es de izquierda, careciendo por lo demás prácticamente de toda experiencia de gobierno. Y este es un asunto de importancia porque del PSOE pueden decirse muchas cosas, pero su ejecutoria de gobierno en las legislaturas de González y la primera de Zapatero es un buen aval de izquierda reformista, democrática, socialdemócrata.
La polémica es también un lamentable error, a juicio de Palinuro, quien sostiene que el concepto de izquierda es muy elástico y no corresponde a una fórmula única. La verdadera izquierda, en sus múltiples manifestaciones, está en su derecho de reprochar al PSOE haber dejado de ser de la familia, socialista y obrero. Lo que Palinuro se pregunta con cierta perplejidad es por qué las baterías dialécticas de esa izquierda parecen dirigidas únicamente contra el PSOE y no contra la derecha. Hay publicaciones y grupos cuyos ataques a aquel son tan constantes y exclusivos que parecen del PP. Consideran que el enemigo principal no es el más distante sino el más próximo porque es el que hay que eliminar para ponerse en su lugar y quedarse con sus votos. Una pretensión inútil porque los votos no se trasvasan como el vino y la experiencia demuestra que la base social de la izquierda democrática es muchísimo mayor que la de la izquierda autodesignada trasformadora.
Claro está que la baja intención de voto al PSOE en comparación con el PP indica una desafección mayoritaria de la ciudadanía hacia los socialistas. Dado que la desafección se ha producido en esta última legislatura parece lógico concluir que la responsable es la derechización del Gobierno con independencia, insisto, de que fuera o no inevitable. Así es de entender que la única posibilidad de recuperar el electorado desafecto es presentarse a las elecciones con un programa regeneracionista de izquierda: el PSOE debe salir garante del Estado del bienestar, postular políticas económicas socialdemócratas, democratizar el sistema político (desde la forma del Estado hasta el sistema electoral), imponer la aconfesionalidad del Estado y organizar la lucha contra la corrupción que abarca múltiples aspectos, desde evitar el fraude fiscal hasta terminar con los privilegios de la clase política de la que forma parte.
Es racional pensar que, dado su pasado y su propia conciencia como partido, el PSOE debe estar en situación de elaborar un programa electoral que contenga estas y otras medidas de similar jaez. Un programa reformista, social y democrático a tono con el giro que está ya produciéndose en Europa hacia la izquierda. El mayor inconveniente es el crédito de que goza el PSOE puesto que el voto es siempre una delegación de confianza. Y a estas alturas es bajísimo. Palinuro cree que sigue teniéndolo y por eso votará al PSOE, igual que los demás votarán a quien estimen conveniente o no votarán. El voto es libre.
La ilustración es un grabado de Georg Grosz de 1919 que se titula Dependencia de las clases dominantes.