Hoy se toma en consideración en el pleno del Congreso el proyecto de reforma del artículo 135 de la Constitución Española (CE) que incluye un tope al déficit, en mitad de un intenso debate político y social sobre el que debe de estar todo dicho: que no tenemos que aceptar límite alguno; que ya lo aceptamos con Maastricht; que la reforma es el fin del Estado del bienestar; que no lo es si el límite es flexible y permite maniobrar en las coyunturas; que somos más papistas que el papa y los únicos en aceptar el Diktat del límite; que antes lo han hecho los alemanes; que no es preciso reformar la CE para eso; que sí porque una ley orgánica no es suficiente; que son los alemanes quienes nos lo han impuesto; que no, que es el canto del cisne de Zapatero en perfil de estadista sacrificado; que no hay derecho a hacer esta reforma con un Parlamento prácticamente en funciones; que es imposible esperar, dada la gravedad y urgencia de la situación; que, pues el asunto es tan grave, hay que someterlo a referéndum; que no es necesario porque la CE no lo hace obligatorio en este tipo de reforma.
Estos dilemas están todos más o menos cerrados excepto el último, que queda abierto: el referéndum será obligado si lo pide el diez por ciento de los diputados (35) o de los senadores (26). Aquí es donde en el día de hoy van a concentrarse todas las miradas, todos los gestos, todos los cañones dialécticos, las peticiones que relampaguean por la red y las manifas de indignados y otros extraparlamentarios. Se abre una etapa de nervios para sus señorías.
Desde el momento en que los socialistas catalanes hacen piña con el gobierno, la posibilidad de que en el Senado se alcancen los 26 senadores es remotísima. Aunque voten a favor los nacionalistas vascos junto a los catalanistas y el grupo mixto, la petición reuniría 19 votos a falta de siete y, dado que ningún senador del PSOE o del PP ha anunciado su voto por el referéndum, éste puede descartarse en el Senado.
La tensión está en el Congreso sobre todo porque los catalanistas de CiU han anunciado que votarán por el referéndum. Produce perplejidad ver a la derecha nacionalista catalana, que está aplicando recortes sociales en el Principado a hachazo limpioobstaculizando el límite al déficit. Salvo que se recuerde lo que decía Palinuro ayer de que, a veces, el voto estratégico consiste en votar a favor de algo sabiendo de antemano que no va a salir para quedar bien con la galería. Es más frecuente de lo que parece. Siempre se ha dicho que el referéndum de la OTAN en 1986 se hubiera ganado por unanimidad si la pregunta hubiera sido: ¿quiere usted que España se quede en la OTAN con su voto en contra?
Suponiendo que a los catalanistas de derechas se unan todos los demás grupos parlamentarios que no sean los dos mayoritarios (a reserva de lo que digan los de PNV, especialistas en tensar la cuerda a la búsqueda de alguna negociación bilateral), la cantidad de votos por el referéndum sería de 27 (21, si el PNV se desmarca). Como quiera que dos diputados socialistas han anunciado ya que romperán la disciplina de voto y pedirán el referéndum, la cantidad podría ascender a 29. Faltarían seis votos díscolos más, presumiblemente del PSOE. Situación muy tensa. Será de ver cómo zumbarán los oídos de algunos diputados de la izquierda del PSOE que tendrán que librar la vieja batalla del parlamentario entre seguir las directrices de su conciencia o las de su partido. Francamente, no es para arrendarles la ganancia. Pero ¿quién dijo que apretar un botón será siempre tarea grata?
Parte de la opinión pública está soliviantada: habrá peticiones firmadas por decenas de miles, declaraciones, manifas y acampadas, movilizaciones sindicales. La causa es clara: ¡que hable el pueblo! También ayer Palinuro decía que el pueblo es soberano. Pero tiene dos modos de ejercer esa soberanía que no conviene confundir. El modo primero, como una decisión excepcional, un acto primigenio, un ejercicio del poder constituyente para el que no necesita permiso, dado que se trata de la lógica revolucionaria. Pero no parece que sea esta la pretensión. Así que, a lo que se ve, se quiere el modo segundo que implica que el pueblo se pronuncie en el marco de las reglas establecidas para ello. Y da la casualidad de que las reglas establecidas para ello confieren la competencia para decidir al Parlamento con los requisitos numéricos más arriba considerados. Puede decirse que eso no es así y que, siendo el pueblo soberano, él mismo decide cómo se hace lo que quiere hacer y que, en este caso, el Parlamento debe obedecer el mandato de su soberano a favor del referéndum.
Decía un experimentado politólogo que a la hora de dejar que el pueblo decida, primero hay que decidir quién es el pueblo. Podemos entender que el pueblo sean dos mil, tres mil, diez mil, veinte mil manifestantes indignados y cien, doscientas mil firmas, así como numerosos publicistas de peso cualitativo pero no cuantitativo. Lo mismo habrá que decir de las cuatrocientas mil firmas que reunió Rajoy en cierta ocasión para fastidiar a los catalanistas o los centenares de miles de gente que los curas sacan a la calle en contra del aborto, del preservativo, de la educación para la ciudadanía, por no hablar de los publicistas de la otra orilla que incluyen obispos y cardenales. Me temo que esto no se puede sostener porque se arma un lío.
Según la teoría liberal de la representación los 350 diputados representan a la nación (o naciones, no vamos a pegarnos ahora por eso), al pueblo soberano en su conjunto. De hecho, los han votado casi veintiséis millones de personas, cantidad respetable, y deciden en nombre de aquel de forma que, mientras no haya otra cosa, cuando ellos deciden, decide el pueblo soberano. Dicen los indignados que que no, que no, que no nos representan pero me parece que sí, que sí, que sí nos representan mientras quienes lo nieguen se limiten a corearlo en las manifas. Si mi mandatario no me representa le revoco el mandato, pero eso es en derecho privado. En la política es más difícil de hacer, sobre todo si ni siquiera existe la figura de la revocación. ¿Se pueden encontrar formas de poner fin a una representación que no nos representa además de corearlo por las calles? A lo mejor. Pero hay que encontrarlas.
Resumiendo, nervios, con todas las miradas puestas en los posibles seis diputados de la izquierda socialista (con los que ya se habrán hecho cientos de quinielas) que pudieran romper la disciplina de voto e ir contra su partido. Y sabiendo que, si piden referéndum y lo hay, seguramente lo perderán.