Contritos, cabizbajos, consternados aparecieron ayer los dos magnates de la prensa, padre e hijo, ante la comisión de la Cámara de los Comunes. Rupert Murdoch, uno de los hombres más poderosos del planeta, dueño de cabeceras locales, como el New York Post, influyentes, como el Wall Street Journal, o amarillas, como el News of the World, lanzó varias jeremiadas afirmando que era el día más amargo de su existencia, que estaba avergonzado, etc, etc. En mi opinión todo es falso, una argucia procesal. Trata Murdoch de levantar esa extraña simpatía espontánea que despiertan los triunfadores, los millonarios cuando se ven en apuros, normalmente por comportamientos reprochables o directamente delictivos. Esa simpatía que lleva a la gente aplaudir a Ortega Cano quien conducía borracho, se saltó el límite de velocidad y causó la muerte de un semejante del que nadie se acuerda.
Las actividades a que se dedicó News International en Inglaterra durante años pinchando teléfonos, sobornando policías, espiando informaciones de las fuerzas de seguridad deben de haber sido tan generalizadas y permanentes que los dos millonarios han tenido que cantar la palinodia. Pero no porque estén arrepentidos del tipo de periodismo terrorista que han estado haciendo, sino porque los han pillado.
Porque News Corporation, la rama americana del imperio, hacía lo mismo y hay miles de presuntas víctimas: viudas de militares del Irak, parientes de las víctimas del 11-S. Todo para alimentar un periodismo amarillo, sensacionalista, hecho de infamias, de injerencias criminales en la vida íntima de las personas, creando así un clima de temor y hasta de terror entre las personalidades que podían ser objeto de una escucha ilegal, desde los príncipes hasta una niña asesinada hace años. Esa bestialidad, esa falta de escrúpulos que convierte la vida pública en un lodazal de injurias y hasta calumnias es el caldo de cultivo en que surge el periodismo agresivo de la derecha, materializado, cómo no, en una cadena televisiva, Fox, propiedad del mismo Murdoch, dedicada a dar voz al estremismo derechista del Tea Party, a atizar el odio y la xenofobia.
Pues bien, estos dos magnates depredadores no sabían nada de lo que estaba pasando bajo sus narices; tienen a su responsable en los EEUU detenido y su segunda en Inglaterra, Rebekah Brooks, tras breve detención, ha dimitido de sus cargos; han cerrado de la noche a la mañana el próspero News of the World, pero ellos no sabían lo que estaba pasando. Y eso que en 2007 ya hubo gente, un redactor del periódico, juzgada y condenada por escuchas ilegales. Pero ellos no sabían nada. Las decisiones se tomaban, estallaba un escándalo tras otro, se arruinaba la vida de la gente, se atentaba contra su honor, se difamaba. Pero ellos no sabían nada. Los responsables son sus subordinados. Ya veremos en qué queda el asunto cuando se abra el correspondiente proceso judicial y los Murdoch tengan que explicarse frente a las declaraciones de los demás. En todo caso, ellos no sabían nada.
Como Aznar, miembro del Consejo asesor de News Corporation, que se enfrenta a una querella criminal en los EEUU. Tampoco sabía nada. Seguro que nadie en ese consejo sabía nada. Niguno preguntó alguna vez cómo se conseguían los scoops, las exclusivas que garantizaban altas tiradas del NoW. Claro que en esto de no saber, Aznar es campeón, casi como si fuera el discípulo aventajado del filósofo español del XVI/XVII, Francisco Sánchez, un pirrónico radical que sostenía que nada se sabe. Sánchez lo dice en sentido filosófico; Aznar en uno pragmático, que también es filosófico. Sánchez no sabe porque no llega a conocer las cosas. Aznar porque no quiere conocerlas, que es distinto.
El hoy presidente de honor del PP metió España en una guerra criminal en la que ha habido decenas, quizá centenares de miles de muertos. Y lo hizo pretextando que el país atacado y devastado almacenaba unas misteriosas armas de destrucción masiva que él sabía eran tan existentes como el Santo Grial. Y hasta es posible que por no saber, el hombre ni siquiera supiese qué forma tenían, al igual que pasaba con el Santo Grial; y obviamente nadie se molestó en decírselo.
Luego resultó que, como todo el mundo menos Aznar sabía, las dichosas armas no existían. Pero Aznar no sabía nada. Como los Murdoch. Como él mismo con el atentado de Atocha: no sabía que no había sido ETA. Sin embargo, todos sabían. ¿Cómo no iban a saber si era del dominio público? Murdoch dice que no sabía pero ya tenía un reportero condenado por escuchas ilegales. Aznar no sabía lo de las armas pero pedía a la gente que lo creyera mirándole a los ojos, igual que no sabía lo de ETA pero su gobierno pedía a los embajadores españoles que dijeran que había sido ETA.
¿Que no sabían? Todos estos saben siempre perfectamente lo que hacen: beneficiarse, enriquecerse a costa de lo que sea o de quien sea.
(La primera imagen es una foto de World Economic Forum; la segunda es una foto de Pontifici Universidad Católica de Chile, ambas bajo licencia de Creative Commons).