Hay que felicitarse de que el 15-M se haya convertido ya en objeto de atención y debate en el Congreso de los Diputados. Felicitarse efusivamente. Felicitarnos todos porque, quién más, quién menos, como colectividad o comunidad estamos dando prueba de una notable madurez. Basta con comparar las calles de Madrid con las de Atenas. Verdad es que en Grecia la situación es muchísimo peor y mucho más injusta que en España, pero es muy de celebrar que en España se haya evitado el recurso a la violencia y que ésta se haya extirpado en el puro brote. Este pacifismo y la manifa del 19-J han llevado el discurso de los indignados al Parlamento en donde se ha votado por unanimidad prestarle oído y debatir sobre su contenido. No me cansaré de repetir que el 15-M ha probado fehacientemente que no está hecho de sediciosos ni de "mastuerzos" y no lo haré porque tengo la esperanza de que Savater se explique o reconozca que fue injusto.
Muchas de las reivindicaciones de los indignados tienen un apoyo social prácticamente generalizado; lo dicen las encuestas; se escucha en cientos de tertulias; se sigue de los análisis de decenas de expertos; lo reconoce la mayoría de los políticos. Frente a esta autenticidad de contenido, ¿es tan importante que no se formulen de forma ordenada, sistemática que, como dice Rubalcaba, puedan ser contradictorias o como señala Jáuregui sean en parte irrealizables? Las reivindicaciones están formuladas: sistema electoral proporcional de verdad; medidas eficaces contra la corrupción pasada, presente y futura; restricción de los privilegios de los políticos; ley de dación en pago; revisión de la gestión política de la crisis, etc. Luego corresponde al poder legislativo, que es la sede de la soberanía popular y el supremo poder del Estado, darles forma, convertirlas en decisiones operativas. En una palabra, legislar.
Porque esta es una revolución de nuevo tipo, una que no cuestiona la legitimidad de las institcuiones pero quiere que, además de legítimas, sean eficaces en el logro del bienestar de la población. El movimiento tiene una entidad, consistencia y fondo muy superiores a los de eventuales algaradas o episódicos estallidos de protesta por asuntos concretos. Señala, sí, los asuntos concretos, pero los considera en el contexto general del sistema democrático e, incluso, de la Unión Europea, aunque esto esté aún en mantillas.
Que el 15-M ha dado un salto considerable en respetabilidad se ve igualmente en la visita que nos ha hecho Hördur Torfason, el islandés que inició en 2008 la protesta en su país que obligó al Gobierno a dimitir, así como al consejo de administración del banco central y de la autoridad monetaria, que ha puesto en marcha un nuevo proceso constituyente muy democrático y que ha conseguido que el presidente del Gobierno dimitido responda por su gestión ante los tribunales. Y este hombre dice que alucina con el grado de organización del 15-M, sin dejar de recordar que Islandia tiene trescientos mil habitantes y España cuarenta y cinco millones. Lo que nosotros llamamos madurez del movimiento.
El 15-M parece haberse preparado por acciones espontáneas aisladas anteriores que se fueron coordinando en torno a las elecciones del 22 de mayo, al decir de Javier Pradera en De dónde vienen los indignados, lo cual es muy verosímil. Esa coordinación ha sido posible gracias a internet. Innecesario reiterarlo, la revolución indignada es una ciberrevolución. El espontaneísmo que Rosa Luxemburg o Anton Pannekoek atribuían a los obreros se ha extendido al conjunto de la población que, de momento, se organiza asambleariamente en puntos centrales, por barrios y que pronto lo hará en las universidades, los centros de trabajo, etc. ¿Por qué no en los deportes? El gesto de Pau Gasol, que le ha costado una especie de linchamiento moral de la derecha, es muy simbólico y significativo del grado de penetración y apoyo social de los indignados.
Es una revolución respetada de gente respetable y con demandas de gran calado. Probablemente la que lo tiene mayor es la petición de una nueva Constitución. Realmente el Congreso ha estado muy ágil, pero la tarea que le espera es ciclópea y, además, bajo un escrutinio popular permanente y muy directo. Por eso Palinuro reitera su criterio de que si el Congreso consigue aprobar una reforma del sistema electoral a tiempo para celebrar con él las elecciones de 2012 habrá hecho mucho. Quizá sea, incluso, mucho pedir. En tal caso, no estaría de más que si las elecciones han de hacerse con el sistema electoral hoy vigente, los partidos se comprometan en firme a reformarlo como primera providencia de la legislatura. A este y similares compromisos tendrán que llegar, especialmente la izquierda, porque el debate político extraparlamentario ha demostrado ser tan importante como el parlamentario; en algunos aspectos, más.
(La imagen es una foto de Henrique_Pf, bajo licencia de Creative Commons).