En el Instituto italiano de cultura de Madrid hay una exposición de esculturas de Pinuccio Sciola, un curioso artista sardo que hace hablar las piedras, como las cosas que, según Alfonso VI, tenía Mío Cid. No hablar exactamente, ya que no emiten sonidos articulados; las hace sonar. En verdad es original porque a las piedras se les ha sacado siempre forma, en muchos casos tan bella que encarnaba, como le pasó a Pigmalión, pero no sonidos. Hasta ahora las piedras eran mudas. Con Sciola suenan. Para ello las hiende en canales paralelos y forma así como liras pétreas o xilófonos, que habría que llamar litófonos. Y en todo tipo de piedras y rocas, en las que se encuentra en el campo o las pequeñas piezas que la gente puede poner sobre la chimenea de su casa: una piedra sonora de Sciola.
Por asociación (impropia) de ideas, me dio por pensar en el Peine de los vientos y me pasé un rato soplando a distintas esculturas, todas hendidas, atribuyendo su obstinado silencio a mi falta de pulmones. Hasta que en una sala de la exposición un vídeo aclaraba todo: las piedras hay que tañerlas o frotarlas con la mano desnuda o con otra piedra a modo de uña. Y se obtienen entonces unos sonidos muy curiosos, sones primigenios, ctónicos, que diría Lovecraft.
La exposición se visita en un santiamén. Luego cabe tomar un café en un caffè letterario que hay en el bajo del venerable caserón de la calle Mayor. Por cierto, enfrente de Capitanía, en donde hacía guardia un soldado chaparro, seguramente nacido en el altiplano andino. Es decir, que las esculturas de Sciola se encuentran más o menos en el lugar en el que hace casi un siglo Mateo Morral lanzó una bomba al paso del carruaje de otro Alfonso, el XIII y de Victoria Eugenia, los abuelos de Juan Carlos. Los reyes salieron ilesos pero murieron treinta personas.
(La imagen es una foto de candido 33, bajo licencia de Creative Commons).