dilluns, 4 d’abril del 2011

Se va pero no se va.

Si la talla de los hombres en general y de los dirigentes políticos en particular se midiera en proporción a la de sus enemigos o adversarios, la de Zapatero sería de Pulgarcito. Por fortuna es al revés y la pequeñez de sus antagonistas hace resaltar la figura del Presidente. Y no es mérito exclusivo del interesado sino, sobre todo demérito de sus contradictores que dicen unas cosas tan pobres, toscas y ruines que parecen pagados por la campaña de imagen del PSOE, si es que existe.

Tras lucirse pidiendo elecciones anticipadas a un gobierno al que no puede echar en modo alguno, la derecha vuelve a la carga con un argumento debido al inefable González Pons, según el cual España se merece un presidente y no un pato cojo". Dejando de lado esa servil imitación subconsciente a Rubalcaba de "España se merece, los españoles se merecen..." y el supuesto de que Rajoy sería ese presidente, cosa que está por ver, la pregunta inmediata es si Pons calibra qué es un "pato cojo". Por tal se entiende el cargo electo en su último periodo cuando ya se sabe que no repetirá mandato por la causa que sea. En esta situación el lame duck tiene menos poder político porque no puede renovar relaciones clientelares o compromisos. Pero, por otro lado, como ya no tendrá que convalidar su gestión en unas elecciones, tiene las manos libres para tomar las decisiones que estime, por impopulares que sean. O sea que el pato cojo resulta no ser cojo. Basta con ver la cantidad de "decretos presidenciales" (executive orders) que firman los presidentes de los EEUU al final de su segundo mandato. La fuerza de Zapatero reside en su apoyo parlamentario y, mientras éste no varíe, el pato será igual de acerado que el Bambi original, por cierto, otra apreciación que se ajustaba tanto al modelo como una flor a un rascacielos.

¿Y qué decir de Rosa Díez? La amarga comprobación de la realidad de que UPyD no llega a la mitad del aforo de Vistalegre no parece reconciliarla con ella en ninguno de sus otros complicados matices. Así dice Díez que Zapatero ha dejado tirados a los socialistas. Asombroso, porque están todos encantados de haberse conocido y convencidos de que dan un ejemplo de comunidad, democracia y juego limpio que es lo que, dicen, caracteriza a Zapatero, a quien apoyan cerradamente. En realidad esta ocurrencia, como llamar "espantada" a la renuncia de Zapatero, sólo puede entenderse si se parte de una idea carismática del liderazgo político, caudillista, para entendernos. Que probablemente es como Díez se ve a sí misma. En el PSOE, me parece, reina el criterio de que, siendo todos muy valiosos, nadie es imprescindible y, por tanto, nadie deja tirado a nadie. Claro que quizá lo importante en el discurso de Díez no sean sus juicios sino sus pretensiones. En línea con el PP, viene a pedir elecciones anticipadas, basándose en el vaticinio de que el país no podrá permitirse un año más de gobierno de Zapatero, lo cual es tan cierto como lo contrario.

En el caso de IU, el tono lo da Cayo Lara con la enésima formulación de la doctrina de las dos orillas al advertir que a IU le es indiferente quién vaya a ser el recambio de Zapatero. La justificación de tan altanero desinterés es que todos los socialistas han mutado en neoliberales. La política es básicamente cuestión de distingos y matices. Cuando estos desaparecen suele darse paso a la guerra o a la revolución. El recurso al "todos son iguales", es tan absurdo aquí como cuando se dice que todos los políticos, todos los hombres, todos los catalanes, andaluces, ejecutivos, obreros o mujeres son iguales. Además, la hirsuta realidad acaba siempre imponiéndose: por regla general, en donde han podido, el PSOE e IU han formado coaliciones de gobierno. La posibilidad de una de estas es la que rompió la derecha con el Tamayazo. Entonces, ¿por qué insistir en la política de confrontación en lugar de colaboración? Por desgracia esta pregunta suscita reacciones de fuerte carga ideológica y en donde entra la ideología cabe poco debate. Pero la pregunta queda en el aire.

En fin, quizá la reacción más reveladora a la decisión de Zapatero haya sido la del siempre reflexivo Durán y Lleida que ha dicho que aquel ha equivocado el momento. Efectivamente, da en el clavo sin saberlo porque la cuestión es que no existe el momento "no equivocado". Todo el mundo sabe que, haga lo que haga Zapatero, van a caerle chuzos de punta. Si no hace porque tiene el país en la incertidumbre, imposibilitado de recuperarse. Si hace porque, haya hecho lo que haya hecho, lo habrá hecho mal. ¡Cómo no va a estar equivocado el momento!

Es el odio, el odio más visceral, el que anima estas expresiones malevolentes. Es el odio que respira esa turbamulta de señoras bien y jayanes de reyerta el otro día en Ferraz frente a la sede del PSOE. El odio que emite la montaña de vituperios que le han echado encima en sus mandatos. En un artículo en El País titulado El enigma Zapatero, Juanjo Millás ha contabilizado treinta y cinco insultos diferentes que se han dirigido a Zapatero, incluido ese "cobarde" con que Rosa Díez le regalaba el otro día en Vistalegre y que revela mucho más de las frustraciones de esta socialista revenida que del insultado. Un odio alimentado por esa irritante elegancia democrática que suele mostrar Zapatero. Irritante para quienes, como Gozález Pons y Rosa Díez, creen que hacer política es machacar al adversario.

En el odio (muy parecido al que profesaron a González y, mucho antes, a Azaña) hay aquí sin embargo, una pizca de miedo. Lo que la petición de elecciones anticipadas en verdad pretende es impedir, tanto en el caso del PP como de UPyD, que se produzca el desestimiento definitivo de ETA en pleno mandato del PSOE y que se lo apunte éste. Es duro, pero es así. De otro modo la oposición apoyaría cerradamente un gobierno que tiene una expectativa razonable de acabar con ETA en beneficio de todos.

(La imagen es una foto de Ricardo Stuckert/PR (Agência Brasil ) vía Creative Commons).