Siguen las coincidencias aleccionadoras. Ayer, final de la copa del generalísimo, digo, del rey, se estrenó el documental de Isabel Coixet con el juez Garzón de protagonista y el novelista Manuel Rivas de contraparte.
¡Qué pieza, voto a tal! Ochenta y seis minutos de primeros planos en blanco y negro del juez que no para de hablar exponiendo su punto de vista (muy altamente cualificado en lo judicial, como es de suponer) sobre los procesos en los que está acusado y haciéndolo con una mesura, un dominio de sí mismo y una claridad que no solamente asombran sino que impresionan. Además no se limita a hablar de su circunstancia, de su proceso judicial y del mediático, sino que trata de muchas otras cosas, de la mafia, del crimen organizado, de la jurisdicción universal, de la corrupción en España y en las democracias en general, de la función de los jueces, de la relación entre justicia y democracia, del terrorismo, etc. Cualquier observador medianamente imparcial de la actualidad exterior e interior y conocedor de los avatares procesales del juez considerará esta peli como un tesoro de información expuesta con rigor y captada con veracidad.
Y no solo con veracidad sino con verdadera arte. Rivas es empático en todo momento (de hecho el film entero es un grito a favor de Garzón) pero adopta sabiamente una línea minimalista. Se ha trabajado muy bien las preguntas y ha cubierto por entero el campo, pero su función es dejar hablar al juez, entregárselo a Coixet (que dirige pero también está a las cámaras) para que escudriñe su rostro, sus gestos, sus miradas, el movimiento de las manos. Según parece rodaron seis horas sin parar. La hora y media escasa de proyección, lógicamente, está editada y los fundidos se acompasan con los títulos de los temas que se abordan. Y el efecto es rotundo. La cámara acompaña el discurso del juez, lo sostiene, lo subraya a veces con zooms repentinos o lo deja sonar por sí solo haciendo tomas desenfocadas, casi logrando un off. En fin, es admirable lo que puede hacerse con un par de cámaras, una habitación, una mesa y alguien que tiene algo que decir así como alguien que quiere difundirlo, informar.
Porque en definitiva, de información va el asunto. Los jueces están acostumbrados a prevalecer en función de su independencia, su seriedad y su competencia técnica. Tanto que muchas veces no se sienten obligados a justificar sus decisiones en términos moralmente comprensibles para la colectividad en cuyo nombre e interés trabajan. Y esta colectividad tiene muy difícil hacerse una idea de lo que está en juego por falta de medios para informarse. Esa es la importancia capital de esta peli, que los jueces sepan que la colectividad está informada y, por tanto, en situación de exigir una decisión justa respecto a un juez que tiene un historial de servicios a la comunidad probablemente sin parangón. Y eso escuece.
Acertadísimo empezar el diálogo hablando de la mafia siciliana y de la influencia que los magistrados Falcone y Borsellino, ambos asesinados en 1992, han ejercido sobre el juez. Es el sutil modo del novelista de interpretar la carrera de Garzón: un juez contra las mafias y contra el crimen organizado en general. ¿Qué tienen en común el narcotráfico gallego, el terrorismo de ETA, el de los GAL, los crímenes de las dictaduras pinochetista y franquista y el caso Gürtel, esto es, los casos en los que el juez Garzón se ha ganado el respeto y la admiración de mucha gente y la envidia y el odio de mucha otra? Que todos, unos por unos motivos otros por otros, son casos de crimen organizado. Esencial la experiencia palermitana del juez. Porque España no es Sicilia, ciertamente, pues tiene sus peculiaridades. Pero a veces se le parece. El narcotráfico gallego es lo que más se aproxima a la cosa nostra y en verdad que las reflexiones de Garzón al respecto son atinadas: el miedo de la gente, la impunidad de los capi mafiosi.
Eso de la impunidad es decisivo para entender lo que el juez llama su compromiso y lo explica de un modo que nadie que lo oiga podrá olvidar, especialmente si es juez. Dice Garzón que ningún juez puede llamarse andana si en su jurisdicción se descubre el cadáver de una persona muerta por muerte violenta. Con un tiro en la nuca, dice; con las manos atadas a la espalda, dice; sin cabeza, dice. Obviamente, ningún juez puede inhibirse. En realidad, ningún ser humano. Así que aquellos jueces que se inhiban o los que impidan que se abran las fosas en las que yacen los asesinados no solamente no son jueces sino que son cómplices y encubridores de los asesinos. Porque la justicia no conoce términos medios: todo lo que no sea hacer justicia es hacer injusticia.
Repasando la entrada de ayer también sobre Garzón, Jueces y estrellas, estoy contento de lo que decía antes de ver la peli. Sospechaba que la celeridad del caso de las escuchas y las dilaciones del de los crímenes del franquismo pudiera ser estrategia procesal y es exactamente lo que da a entender Garzón que "no comprende" la diferencia de ritmos en ambos casos. Es también lo que decía Palinuro: en estos procesos kafkianos nada se comprende pero todo tiene una causa.
Una sola crítica tengo y se refiere al episodio de la actividad política de Garzón. El juez pasa por ella como por las consabidas ascuas, murmurando algo acerca de la la "libertad de opción" o cosa parecida, y eso es todo. Sin embargo hubo en aquel episodio la suficiente agitación, demagogia, linchamiento mediático y relaciones del juez con medios de la ralea de El Mundo (que ahora tratan de hundirlo) para que se eche de menos alguna reflexión suya acerca de aquellos años y qué respuesta da a las acusaciones de parcialidad por despecho.
Pero en las circunstancias actuales eso es asunto menor de lo que ya habrá tiempo de hablar. Ahora lo importante es decir con quién se está y Palinuro no tiene duda alguna: con el juez Garzón, al que sigue recomendando como ayer que no se meta en política de partidos.