Se trata de un titular chocante. Todo el mundo sabe que en el PSOE hay mucha menos corrupción que en el principal partido de la oposición en donde el caso Gürtel muestra una trama organizada que operaba allí en donde hubiera un gobierno del PP, cualquier gobierno del PP. Mucha menos, pero la hay y, mientras la haya, la autoridad moral del PSOE para criticar la del adversario estará muy mermada. Y eso no es de recibo porque el PSOE no se debe solamente a sí mismo, sino también a aquellos sectores sociales en cuya voz se ha convertido y sin la cual carecerían de ella y volverían a ser invisibles, como las minorías sexuales, los dependientes, en buena medida las mujeres, etc.
Resulta de este modo imposible para el PSOE atacar el transfuguismo en la política local, que es la causa y efecto de la corrupción en los municipios, cuando él mismo lleva tránsfugas en sus listas electorales como la de Benidorm. Igualmente es imposible criticar en el PP el hecho de incluir imputados en causas penales en sus listas electorales cuando el PSOE los lleva en las suyas. Por último tampoco tiene el PSOE mucha autoridad moral para criticar la Gürtel en el PP cuando en él se da el asunto de los EREs en Andalucía. En las listas de un partido de izquierda no debe haber tránsfugas (esto es, quienes cambian de representación según sus intereses personales) ni imputados judiciales. Eso de si alguien se vende por tres trajes y una corbata o por una recalificación y un pelotazo quede para la derecha.
Es verdad que, en el último caso, el de los EREs, la reacción del PSOE está siendo rápida y eficaz pues, aunque se negó a que hubiera una comisión parlamentaria de investigación en el Parlamento andaluz, se apresta a castigar "durísimamente" a los responsbles y, además, colabora con la justicia en el esclarecimiento de los hechos. Ambas cosas son loables y, aunque no otra cosa que el mero cumplimiento del deber (la colaboración con la justicia es un deber elemental de todo ciudadano) ya se diferencia bastante de la actitud del PP en donde se recurre a un aluvión de argucias y triquiñuelas que no tiene otro objeto que dilatar cuando no obstaculizar la acción de la justicia. La decisión sobre si castigar a las personas imputadas y bajo sospecha o proclamarlas candidatas está a la vista.
Es decir a pesar de todo hay diferencias. Pero no son suficientes. La derecha suele criticar a la izquierda que esta se arrogue una superioridad moral que luego contradice con los hechos. Y es que esa superioridad moral (de proyectos, claro está; no de personas) es patente. La derecha, defensora del statu quo, partiendo de una concepción pesimista del ser humano en cuanto sujeto que sólo conoce motivaciones egoístas, no cree en la mejora moral de la sociedad ni del individuo. La izquierda sí; su proyecto es de regeneración y moralización de las relaciones sociales que están basadas en un concepto que la derecha desprecia al menos desde los tiempos de Friedrich von Hayek: el de justicia social.
La última cuestión es la de cuán de izquierda sea el PSOE, cuestión que parece el eje central del discurso de la izquierda radical. Así el PSOE resulta ser la izquierda a sus propios ojos, es en realidad una forma de la derecha a los de la izquierda radical (o más radical) y, desde luego, es esa misma izquierda radical a los ojos de los derecha, para la cual la limitación de la velocidad a 110 km por hora es una medida soviética, seguramente por la misma razón por la que permitir el matrimonio a los homosexuales es propiciar el advenimiento del Anticristo.
Esa acreditada incapacidad de la izquierda para actuar unitaria o cuando menos concertadamente, ese fraccionamiento permanente que condena a sus multiples iniciativas y grupos a la irrelevancia electoral es una forma de corrupción pues de ella se benefician unas personas concretas (los/las cabecillas de los grupúsculos que consiguen cierta notoriedad social) y se perjudican los intereses colectivos. El recurso a atacar sistemáticamente al PSOE tan solo puede propiciar el advenimiento de la derecha que no será tan afín al PSOE cuando está loca por echarlo del Gobierno. Y eso sí que es corrupción.
(La imagen es una foto de RinzeWind, bajo licencia de Creative Commons).