Igual que no todo el mundo puede presumir de haber tenido unos padres comunistas, según reza el título de una divertida película francesa de los años 90, no todo el mundo tampoco puede presumir de tener un candidato a la presidencia de su Comunidad imputado en un procedimiento penal o en varios, según como quede la cosa al final en los tribunales. Una imputación no sobrevenida sino anterior a la proclamación de candidato. Desde luego que no. Es una situación bien pintoresca que requiere algún tipo de explicación allende la muy obvia de que imputar no es destruir sin más la presunción de inocencia. No, simplemente es cuestionarla con motivos fundados. Eso debiera ser suficiente para que el candidato no fuera candidato. Si lo es se debe a la cerrada determinación del interesado y de su círculo de allegados que han vencido las reticencias de la dirección nacional de su partido sobre el que pesaba mucho el temor a una repetición de la bandería de Álvarez Cascos en Asturias, el miedo a la fragmentación.
Pero forzar la propia candidatura en estas condiciones no normaliza la situación sino que, al contrario, la hace más anómala y más contraproducente. Que en mitad de dos crisis de envergadura mundial como son la nuclear del Japón y la militar de Libia, los dos dirigentes del PP, Rajoy y Camps, no tengan nada mejor que hacer que pasar el día de fallas puede ser comprensible en lo que respecta al candidato local para quien las las fallas son un elemento de identidad regional. Pero en lo que hace al Presidente nacional del partido la cosa es insólita. Puede invocarse la costumbre pero es débil argumento para excusar su participación en los escenarios en que se ventilan intereses de Estado.
La presencia de la Gürtel en esa alegre jornada fallera ha sido abrumadora. Rajoy no puede librarse del abrazo de Camps quien, como todo el que se ahoga, tira hacia abajo de aquello a lo que se aferra. Las fotos del uno con el otro, con o sin González Pons o Rita Barberá, son trofeos de caza y la pieza cobrada, Rajoy, cuyos gestos así lo delatan.
La situación es insostenible ( y quedan dos meses para las elecciones) por cuanto los dos, Rajoy y Camps, embarcados al final en el mismo barco, tienen una amarga opción que los jugadores conocen bien: escoger entre dos males. Se trata de elegir el menor, claro, pero ¿cómo saber cuál es? Si Rajoy acude a las fallas, la interpretación será la ya aventurada: es rehén de Camps. Si no acude la interpretación será que ha perdido su más firme base de apoyo en el partido en el que pueden volver los movimientos de sustitución en la Presidencia.
Cuál sea el menor solo se sabe al final de la partida. Pero la situación es muy atípica: los dos dirigentes han comparecido en público pero ha sido una comparecencia censurada, en la que se ha mantenido a raya a los periodistas, y coronada con una rueda de prensa en la que no se han admitido preguntas. Es decir, más que comparecer, se han mostrado como el Santísimo en un ostensorio que la cofradía de San Gürtel sacara en procesión. Sin embargo, las preguntas cada vez se harán más acuciantes y ¿puede un candidato estar dos meses sin responder preguntas? Obviamente puede. Camps es capaz de eso y de mucho más. Después de decir y continuar diciendo que se paga los trajes que le regalan, de afirmar que no conoce de nada a quienes son sus "amiguitos del alma" y de asegurar que se muere de ganas de declarar ante el juez siendo así que, una vez ante el juez, se niega a declarar, este hombre es capaz de todo: carece de principios , de vergüenza y de sentido del ridículo. La pregunta es: ¿sigue siendo alta a su favor la intención de voto de los valencianos? Porque ese es el busilis del asunto: que pueda ganar elecciones una persona sospechosa de trincar a mansalva.
(La imagen es una foto de Fran Ontanaya, bajo licencia de Creative Commons).