Hay dos noticias en este comienzo de año y decenio que llaman la atención por el desconcierto y la nostalgia que despiertan: el fin de la revolución cubana y el ascenso al puesto de mando mundial de la China. Son noticias que vienen a sacudir la ya atribulada conciencia de la izquierda, su incierta y dubitativa identidad.
Cuba se apaga. Los planes de amputación del Estado en la isla superan en mucho los más drásticos recortes conservadores y neoliberales. Probablemente deba ser así porque en otros lugares ya no había en dónde recortar pues era y es una economía de supervivencia. Los fieles a la causa dirán que se trata de reformas para preservar el espíritu del socialismo. El espíritu es posible; la práctica, desde luego no, cuando está prevista la privatización del cincuenta por ciento de la economía. Es el primer cincuenta por ciento; después vendrá el segundo y Cuba volverá al redil capitalista mundial con ciertas peculiaridades en su estructura social que provocarán crisis pero poco más. Si Cuba se apaga los mismos fieles achacarán su hundimiento al bloqueo y otras circunstancias exteriores adversas. Quizá tengan razón pero el hundimiento no por ello será menos completo.
Hay en el medio siglo de la revolución cubana mucha memoria y cultura para mucha gente. Cuba fue visible como no lo había sido nunca ningún país latinoamericano. Ahora esa visibilidad tendrá otro cariz. En cierto modo el destino del Che Guevara preanuncia el de su revolución.
Con la China ocurre algo similar en el impacto que no en su carácter. La China no sólo no se hunde sino que emerge como líder mundial. La China manda. Lo ha dejado clarísimo el Viceprimer ministro chino, Li Kejiang, al que la opinión ya ha bautizado con encomiable acierto como Mr. Marshall porque ha venido a repartir miles de millones, a apuntalar el sistema capitalista mundial en una de sus peores crisis. No es Rey Mago solamente para España, también parece traer regalos para Alemania y Gran Bretaña. Sobre todo trae confianza materia prima de la crisis.
Pero la China es un país oficialmente comunista, regido de modo dictatorial por un Partido Comunista que monopoliza los tres poderes del Estado y dentro del cual se gestan las carreras políticas de los miembros de la élite gobernante, los mandarines comunistas. No sé si el país tiene partidarios hoy en la izquierda. Se oye decir mucho que la China sólo es aparentemente comunista porque en ella existe la iniciativa privada y se dan formas tremendas de explotación de la clase obrera. Si el sistema político chino es capaz de mantenerse cerrado mientras administra un sistema económico abierto es cosa que está por ver. De momento lo es y no hay duda de que el sistema económico es muy abierto y muy competitivo, algunos dicen que depredadoramente competitivo.
En todo caso China manda y no da la impresión de querer ser un mando imperial a la antigua usanza, de dominio militar, político y cultural. Antes bien, pues que la China no tiene tradición expansionista (asunto distinto es lo que ocurra dentro de sus fronteras) cabe pensar que su intensa presencia internacional se concibe más como el de árbitro. O sea, se pasa de los que los ingleses llaman Empire a lo que llaman Umpire. Lo único problemático es la abismal diferencia cultural entre la China y el resto del mundo, algo que tendrá que cambiar, aunque no sepamos cómo. Hay en marcha una revolución cultural mundial sobre la que la izquierda debería tener algo que decir si no le asusta la otra revolución cultural que la izquierda china puso en marcha hace cuarenta y tantos años. Cuba se apaga, pero se enciende la China. Se apaga una llama y se enciende una hoguera. Pero lo que está claro es que el país no es un factor de revolución anticapitalista permanente o no permanente.
En ambos casos, Cuba y la China, la izquierda pierde sus últimos dos y ya muy problemáticos referentes de carácter propositivo, esto es, los ejemplos que podían ponerse acerca de la realidad práctica de las teorías. La pérdida afecta a la teoría que ahora se ha quedado en una desconcertada negatividad, sin capacidad de propuesta alguna. No hay modelo orientativo cualitativamente diferente del capitalista. Con ello sólo queda por reconocer que los modelos posibles no pasan de ser reformas del capitalismo que alguien criticará como justificaciones o embellecimientos de la explotación.
Siempre se dijo que el capitalismo era radicalmente injusto porque suponía la explotación del hombre por el hombre. Es verdad. Y no sólo el capitalismo: todos los modos de producción incluido, como se ha visto y se ve, el socialista. El ideal de la izquierda, abolir esa explotación del hombre por el hombre, sigue vivo. Y la izquierda sigue sin saber cómo hacerlo realidad.
(La imagen es una foto de Luiz fernando / Sonia Maria, bajo licencia de Creative Commons).