¡Ay, ese cura párroco de un pueblito de Castellón al que han detenido por un asunto de pornografía infantil!
Asustadas, las autoridades han procedido con sigilo máximo y actuado en secreto. Las informaciones periodísticas no dan el nombre del detenido, ni siquiera con las socorridas iniciales. Sin embargo lo saben todos los vecinos del pueblo con lo que no tardará en estar en la red. La jueza lo ha puesto en libertad a pesar de que el fiscal pedía prisión comunicada.
¡Ay del Papa que no hace diez días vino con la fusta moral para azotar a este pueblo de apóstatas al decir de monseñor Rouco que no se anda por las ramas de la diplomacia vaticana!
Los ánimos están muy caldeados con la pederastia en la Iglesia En estas circunstancias la presunción de inocencia no se abre camino así como así. Hay una manifiesta tendencia a convertir las acusaciones y sospechas en certidumbres incuestionables. Antes de condenar al cura hay que ver si es culpable.
¡Ay de la Iglesia que aparece ligada a incontables casos de pederastia y todo tipo de abusos! Ya empieza a ser difícil convencer a la gente de que las personas morales no delinquen, que la Iglesia no delinque, que delinquen los eclesiásticos, los curas, las personas físicas. Nada extraño por lo demás: también habría que convencer a monseñor Rouco de que las sociedades no apostatan, que apostatan los individuos que es a los que se puede quemar vivos por herejes. Nadie ha quemado jamás una sociedad.
Pero el obispo de la diócesis, dada la decisión que ha tomado de suspensión cautelar del ministerio y sus declaraciones, viene a admitir la veracidad de las acusaciones.
¡Ay del clero cuyo voto de castidad se rompe con tanta facilidad como frecuencia! ¿No debiera replantearse la disparatada regla del celibato? Por supuesto que eso no remedia la pederastia; pero alivia la presión. De hecho los abusos son una cuestión básicamente católica.
¡Ay de una religión tan inhumana, injusta e hipócrita! Una religión que niega la igualdad entre el hombre y la mujer; que no se atreve a condenar también expresamente la homosexualidad pero despoja a los homosexuales de sus derechos como son el de contraer matrimonio o acceder al sacerdocio
El discurso eclesiástico es tan absurdo, tan anticientífico, tan ajeno a la realidad que la gente vive día a día que no se explica cómo le quedan seguidores. ¿Qué base hay, fuera ya de la pura alucinación del perturbado, para afirmar que se dé una relación entre la homosexualidad y la pedofilia distinta de la que haya entre la pedofilia y la heterosexualidad?
Un aspecto monstruoso de este delito es su carácter tecnológico industrial. Dice la autoridad que el párroco (supuesto que haya sido él) no grababa los archivos. Parece obvio pues es harto difícil grabar 21.000 archivos pedófilos en un pueblo de 2000 vecinos de los que, como mucho, 300 estarán en la edad que los pedófilos valoren y que, además, no se note. Porque dice la alcaldesa del lugar que en quince años de ejercicio no habia habido motivo alguno de queja. Pero los 21.000 archivos, según la policía, ocupan 600 gigas, que es mucho. Los discos duros de los PCs normales andan entre los 250 y los 500 gigas. Es un ordenador potente, que mueve mucha información. Es decir, esa computadora probablemente es un centro de reparto; ya no es consumo de pornografía infantil sino distribución.
¡Ay del Papa! ¡Ay de la Iglesia! La Inquisición, los autos de fe, las excomuniones, los interdictos, la guerra santa... todo en pro de una organización corroída por el nefando delito de la pederastia.
¡Ay del Papa, antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que encubrió los delitos! ¿Cómo pueden los obispos estar avergonzados y humillados y seguir siendo obispos? La vergüenza y humillación ¿es ajena o propia?
Y, en todo caso, ¿es lo propio de quien se siente humillado y avergonzado venir a zaherirnos, a recriminarnos nuestras decisiones y costumbres, a regañarnos y, para colmo, a reevangelizarnos desde una superior estancia moral?
"Dejad que los niños vengan a mí" (Mc., 10, 14), dijo aquel de quien hablan los Evangelios.
¿No son los curas los que han de reevangelizarse? ¿No es el Papa?
(La imagen es un cuadro de Jean Paul Laurens, titulado Sixto IV y Torquemada, 1882).