No es de extrañar que la ciudadanía tenga tan pobre opinión del señor Rajoy y que lo puntúe bajísimo. No es ya solamente que no gane elecciones o que no consiga imponer su autoridad en su propio partido. Es que, además, todas las inciativas que adopta dan el resultado contrario al que busca y, lejos de debilitar al gobierno al que se opone, lo fortalecen.
La evolución del caso SITEL es la última prueba de ello. Ayer la oposición perdió una votación parlamentaria en pro de una medida legislativa muy puesta en razón. Las posibilidades de las nuevas tecnologías de espionaje en telecomunicaciones son tan grandes que parece obligado tomar medidas para impedir que el gobierno -éste o cualquier otro- caiga en la tentación de espiarnos a todos aquí, ahora y siempre.
Si el PP se hubiera limitado a levantar constancia de este hecho y hubiera pedido la correspondiente medida legialtiva habría actuado muy en su papel de oposición constructiva en un sistema democrático y seguramente los ciudadanos empezarían a verlo con ojos distintos. Pero entonces no sería el PP y el señor Rajoy no sería el señor Rajoy. El partido hizo lo que acostumbra bajo mandato directo de su Presidente: organizar una bronca descomunal y perfectamente ridícula al denunciar a gritos la existencia de Sintel sin recordar que fue el mismo señor Rajoy, siendo ministro del interior, el que lo contrató y siendo la señora De Cospedal la encargada de ponerlo en práctica.
Con el griterío, el PP buscaba el rédito añadido de utilizar las escuchas de Sitel, bendecidas por los jueces, para atacar indiscriminadamente el trabajo de las fuerzas de seguridad del Estado y de la admistración de justicia en lucha general contra la delincuencia. De ese modo, pensaban estos genios de la política, podrían mitigar algo el ridículo de este verano de acusar sin pruebas al Gobierno de realizr escuchas ilegales y, con un poco de suerte, conseguían torticeramente que se anularan las investigaciones en marcha del caso Gürtel, esas arenas movedizas de la corrupción en las que está atrapado prácticamente el PP al completo.
Al salir mal todas estas miserables maniobras para justificar su comportamiento y librarse de la acción de la justicia el PP recondujo su petición a la mucho más razonable de una ley que regule esta sensible materia del posible espionaje. Pero para entonces ya era tarde y sólo consiguió cosechar una derrota parlamentaria más en lo que ya es una notable carrera de fracasos de los que, por falta de cultura democrática del país, el señor Rajoy no rinde cuentas. Sin embargo debiera ser obligado: la oposición tiene una función que cumplir en el sistema democrático, el Estado pone a su servicio los medios adecuados para llevarla a la práctca y, por lo tanto, está muy puesto en razón que así como la acción del Gobierno está sometida a valoración permanente, lo esté la de la oposición. Claro que si esto fuera así quizá ya no quedara oposición. Porque en ningún país del orbe avanzado se tiene una oposición que, al perder todas sus iniciativas parlamentarias sólo se hace notar por sus constantes injurias y calumnias y sus frecuentes manifestaciones callejeras del ganchete con esa punta de lanza de la innovacióny la ruptura de moldes que son los obispos españoles.