Hasta en el feraz reino de los trolls funciona la distinción izquierda derecha. Tengo observado que hay trolls de derechas y de izquierdas. Es falsa esa idea que circula por la blogosfera de que los trolls son lectores u oyentes de medios de derecha que, recibida la consigna del día, se lanzan al ciberespacio a difundirla al precio que sea. En lo esencial, sí; pero no sólo. También hay trolls de izquierda que presentan alguna variante, claro, con los de derecha. Por ejemplo, no precisan su ración diaria de doctrina; a estos ya los adoctrinaron de golpe para toda la vida de adolescentes y jovencitos y ahí siguen. Su doctrina, por lo demás, es tan elemental como la de la derecha: lo que no sea alabar sin cuento ni medida lo que les parece bueno es una traición odiosa y una muestra de torpor mental y bajura moral. Otra diferencia es que mientras el troll de la derecha suele ser parsimonioso y aleccionador y desgrana sus argumentos pensando más en su nivel mental que en el de quienes escuchan, el troll de izquierda es rápido, sucinto, le basta con enunciar una consigna y condena a quien no la cumple con un insulto breve y lapidario como "embellecedor del capitalismo", lacayo del imperialismo y similares.
No obstante, aceptado, el troll por antonomasia es de derecha furibunda. Otra cosa es que lo diga ya que, como todo su razonar es instrumental al servicio de una causa, si cree que le interesa, se hace pasar por votante socialista "arrepentido", un especimen al que recurre mucho. Le apasiona entrar en las páginas de la izquierda, críticas, progresistas, etc a tratar de monopolizar el debate y, si puede, desviarlo. Por eso, muchas páginas llevan una advertencia que reza: "Don't feed the troll" (No eches de comer al troll). El discurso del troll reproduce fielmente los giros, expresiones y puntos de vista de sus gurús y alimentadores espirituales. He acabado rindiéndome a la evidencia de que con los trolls no funciona ese escrúpulo que tenemos otros mortales de formular a nuestro modo nuestros pensamientos; no al modo ajeno los ajenos pensamientos. Por sorprendente que parezca la disciplina es una actitud mental antes que un comportamiento objetivo.
El razonamiento del troll suele ser ad hominem contra el responsable o autor de la página que esté "trolleando" y amparado en el respeto a la libertad de expresión que la derecha invoca siempre siendo así que ha luchado también de siempre contra ella y que su propia acción como troll, en el fondo, lo que busca es precisamente eso, obstaculizar la libertad de expresión de opiniones que le digustan. La primero que cuestiona el troll es la condición personal del bloguero al que ataca, tratando de deslegitimar su razonamiento en función de presuntos intereses. De no conseguir su finalidad hace una valoración general del discurso que quiere torpedear lo empaqueta como "crítico con la oposición", por ejemplo, con independencia de sus razonamientos y de inmediato pide otro crítico con el gobierno porque da por supuesto que hay que equilibrar, ya que en ello está la virtud. Corona su operación planteando algún otro tema que nada tiene que ver con el de la entrada de la página que ha invadido, a ver si consigue desviar la atención. En el ínterin si puede insultar a algún comentarista previo para concentrar sobre sí la atención, no dejará de hacerlo.
Por último, el troll, cuya conciencia de la propia importancia (aunque firme como anónimo) es tan alta que es imposible compartirla, pretende denodadamente un engagement directo y personal con el bloguero al que parasita. Trata de singularizar la relación y entrar a ser posible en un "cuerpo a cuerpo" con el fin de agotar las energías del bloguero en debates insulsos, cuando no directamente absurdos; lo interpela y lo requiere de modo sistemático para tenerlo entretenido en el terreno que el troll escoge y en los términos, generalmente elementales y disparatados, que él dispone.
Pero la blogosfera no sería un territorio tan divertido si los trolls no existieran. Por eso, no los echéis de comer pero pasadlo bien con sus ocurrencias.(La imagen es una foto de Thom Watson, bajo licencia de Creative Commons).