En la contienda política y en la vida en general las cosas no son buenas ni malas en sí mismas sino de acuerdo a cómo cada cual quiera interpretarlas. Vivir, relacionarse socialmente, es dialogar, proponerse interpretaciones unos a otros. Ganar, triunfar, es conseguir que otros, los más, acepten tus interpretaciones y te den su confianza. Perder es quedarte en minoría, incluso solo. A su vez las interpretaciones pueden ser -de hecho, suelen ser- visiones contradictorias de un mismo acontecimiento, empleos conflictivos de los mismos términos que dan contenido radicalmente distinto a nuestros actos.
Viene lo anterior a cuento del intercambio de acusaciones que se da entre la oposición y el Gobierno últimamente. La oposición sostiene que el Gobierno carece de un plan, de un proyecto, de un modelo, en definitiva, de un hilo conductor en su acción y que todo lo fía a las "ocurrencias" y a la improvisación. A su vez, el Gobierno sostiene, como ha hecho el señor Rodríguez Zapatero en Rodiezmo, que no improvisa ni tantico así, que todo lo tiene madurado, pensado, proyectado, planeado, decidido.
La verdad es que uno se queda perplejo ante esta forma de razonar de ambas partes y llega uno a preguntarse si sus representantes están a la altura del siglo en el que viven. En primer lugar es falso que el Gobierno tenga plan alguno, proyecto que le permita elegir, que no improvise. Basta con echar una somera ojeada a su comportamiento en los últimos dos años para darse cuenta de ha tomado medidas no suficientemente contrastadas, oscilantes, dubitativas y que, si bien orienta su acción rigiéndose por unos principios a los que se mantiene fiel, plano, proyecto específico, blueprint, carece de él.
Pero es que, además, en segundo lugar, es falso que la improvisación y la ausencia de un plan previo sea algo malo en sí mismo. En unas circunstancias como las actuales, caracterizadas por una crisis que nadie previó y en las que nadie sabe qué pueda suceder mañana ya que los datos siguen siendo muy erráticos y confusos, tener la flexibilidad necesaria para adaptarse a las cambiantes circunstancias es reducir las desventajas de los esquemas y criterios fijos, las ideas preconcebidas, los planes establecidos con anterioridad pensando en una realidad que no se ha producido. Saber adaptarse y tener flexibilidad y capacidad de improvisación son aptitudes que permiten sobrevivir frente a quienes se empeñan en aplicar unos recetarios previos, ya hechos. El único al que se le ha ocurrido salir con esta melonada ha sido el genio de Quintanilla de Onésimo, que publicó hace unos meses un recetario para que España saliera de la crisis.
Con esto de la improvisación y la planificación ocurre lo mismo que cuando alguien dice que no ha cambiado de ideas en treinta, cuarenta, cincuenta años y lo tiene a mucha honra para mostrar su consecuencia frente a unos contemporáneos veletas. Vivir así es interesante, pero no lo es menos tener una comprobada capacidad de respuesta ante situaciones inesperadas y cambiar de ideas cuando uno lo estime razonable o, si se prefiere para hacerlo más atractivo, renovarlas de acuerdo con la evolución de los acontecimientos.
Por todo ello no entiendo por qué el señor Rodríguez Zapatero pierde un tiempo precioso en contestar a acusaciones carentes de sentido y hacerlo negando la evidencia misma. Pues claro que el Gobierno no tiene un plan premeditado sino solamente unas criterios orientativos. unos principios que orientan su acción en sentido génerico pero no fórmulas hechas. Lo curioso es que lo mismo le sucede a la oposición. Que muestre el señor Rajoy su plan y que sea distinto de las medidas aisladas y coyunturales que pretende tomar según sea el momento.
(La imagen es una foto de guillaumepaumier, bajo licencia de Creative Commons).