Hace un año y pico nadie podía conseguir que el señor Rodríguez Zapatero pronunciara la palabra "crisis". Su cerrada negativa a hacerlo traslucía una especie de supersticioso y primitivo temor a que dicho el nombre se manifestara la cosa por arte de magia y aguara lo que el presidente y su equipo planeaban como una legislatura de bonanza en la que el superávit y otras bendiciones del cielo permitirían seguir administrando el país a base de mercedes y larguezas, como el cheque-bebé o los famosos cuatrocientos euros de los que ya nadie se acuerda.
Algo similar sucede ahora con la oposición y la palabra "Gürtel", que nadie la pronuncia, como si callándola, desapareciera ese feo fenómeno de una gigantesca trama de corrupción que cuenta ya con 71 imputados y que, de momento, afecta de lleno al PP en todos los escalones organizativos, desde simples militantes a tesoreros y en todos los ámbitos de la administración, desde la local a la nacional, pasando por la autonómica.
La comparecencia de ayer del señor Camps en las cortes valencianas fue un monumento al cinismo más descarnado: no hay Gürtel, no hay corrupción, no hay trajes, nada de nada; sólo hay una conspiración desde La Moncloa en contra del PP valenciano y nacional. Punto y raya, medalla, que ya escampará. Lo apoyaba en esta actitud de manifiesto desprecio hacia la oposición y la opinion pública en general el señor Fabra, siempre tan bien hablado como bien encarado. Dice este pintoresco hijo de la tierra que se le caen los huevos al escuchar a los sociatas hablar de corrupción. Aparte del insulto, el razonamiento es de encefalograma plano: como los sociatas son unos corruptos, no pueden hablar de la corrupción ajena y, por lo tanto, ésta no existe.
Los otros estamentos conservadores no tienen una actitud más coherente. A la señora De Cospedal se le ha encasquillado el discurso en la acusación al Gobierno de perseguir al PP valiéndose de los organismos del Estado y tras ella, en fila india, todos los altos cargos del PP y el señor Rajoy repican en la misma procesión sin mencionar ni una vez la maldita palabra.
Pero esa maldita palabra es el ábretesésamo de una oscura realidad que afecta al partido en su conjunto y cuys dimensiones, aun por determinar, amenazan con deslegitimarlo como fuerza política en el Estado democrático. Porque lo que se deduce de la trama en este momento procesal es que no solamente se trata de una red de mangantes dedicados a enriquecerse ílicitamente mediante fraudes, engaños, falsificaciones, etc de consuno con los correspondientes cargos del PP sino también de un complejo sistema de presunta financiación ilegal que afecta a la organización del partido en Valencia, en Madrid y en la nacional desde los tiempos de Aznar y pone bajo sospecha la validez de sus triunfos electorales.
Ignorar la evidencia no es jamás una buena táctica pero, en este caso, es casi equivalente a una fórmula de suicidio de un dirigente, el señor Rajoy, que ocupa el cargo por decisión personalísima de su predecesor, a quien nadie ha elegido, que tiene ya dos elecciones perdidas y es incapaz de hacerse obedecer por sus subalternos en la organización partidista.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).