dissabte, 8 d’agost del 2009

Meditación de bloguero, II.

En este llevar el diario, el cuaderno de bitácora de cada cual, los comentarios de los lectores tienen un lugar relevante. Hay blogs en los que los lectores forman foros y dialogan entre ellos que suelen ser seguidores de un mismo bloguero; esto se da mucho entre periodistas que tienen sus blogs insertos en la página web del periódico edición online. Los fans y los detractores escriben libremente en el blog sus opiniones, sobre su bloguero favorito o se enzarzan entre ellos. Hay mucho comentarista que vuelve varias veces al blog sólo a ver qué respuestas ha motivado su último comentario y luego replica. Se forman así diálogos que a veces duran días y otras minutos y los comentaristas acaban conociéndose. No descarto la posibilidad de que encontrándose como seguidores de un mismo bloguero, una pareja decida formalizar sus relaciones y casarse. Incluso le ponen a sus hijos nombres relacionados con su bloguero preferido.

De todos los comentaristas los más curiosos me parecen los anónimos y, dentro de estos, los agresivos. Ya se sabe porque suelen explicarlo algunos comentaristas a menudo dos y tres veces diarias que entre el anónimo y un nick no hay mucha diferencia, como si fuéramos tontos que no supiéramos distinguir un anónimo de un pseudónimo. Un pseudónimo es un anónimo con un nombre ficticio que permite identificar a los que dialogan pero no por sus identidades reales (aunque no se descarte) sino por las virtuales que son más rápidas y eficaces. Con todo, siendo lo anterior verdad, lo cierto es que los nicks pueden acabar como verdaderos mecanismos de reconocimiento.

Los que me interesan son los "anónimos" de siempre y a ser posible, los agresivos. Tienen un elemento de misterio: quién puede quererte tan mal que se moleste en ponerlo por escrito pero resguardando su personalidad. Hay gente; hay gente. Cuando estaba en Onda Cero, con Luis del Olmo recibía de vez en cuando anónimos por correo. El más característico era un escrito normalmente desde Málaga que el autor escribía a mano, con lápiz, una lista de insultos completa, sin argumento alguno y aprovechando los espacios más inverosímiles de su escrito. ¿Qué sentido tiene insultar a alguien sabiendo que el insultado no puede averiguar quién lo insulta? Ésta es una pregunta muy elaborada que implica capacidad para ver el mundo desde distintas partes del diálogo. Pero eso al anónimo no le interesa: lo único que le interesa es vomitar su odio por entero y dejarlo ahí a la vista del público. El anónimo, probablemente, como el majara de Málaga, se considera a sí mismo una especie de dios cósmico, de señor universal del desastre desde el momento en que su voz puede llegar a todas partes. Héteme aquí que el bloguero está siempre a la vista del dios que no necesita llamarlo por su nombre pues siempre lo tiene ante sí y a su merced. O tal cosa se piensa el anónimo insultador que normalmente no está mejor de las neuronas que el de Málaga.

(La imagen es una foto de florian kuhlmann, bajo licencia de Creative Commons).